Cuando uno escribe, pinta, esculpe o lleva a cabo alguna tarea creativa, sea de manera eventual como amateur, o de forma regular con la pretensión de convertirse en un escritor, en un pintor, un escultor o en cualquiera de las actividades denominadas artísticas, hay un momento en el que uno se pregunta admirado: ¿cómo fue posible que haya hecho esto? Uno retrocede ante la obra nacida de las propias manos y, según sea el nivel de exigencia de cada quien, se experimenta una extraordinaria satisfacción o una mediana aprobación o, de plano, uno esconde el resultado, lo destruye y deja para un mejor momento acometer la empresa. En aquellos casos en los que uno queda complacido ante lo que fue capaz de crear surge además, más allá de la satisfacción, una sensación de extrañeza y la antes anotada pregunta: ¿cómo pude hacerlo?
Es muy excepcional que el artista sea capaz de responderse dicha pregunta, a lo más recuerda la secuencia de pasos que lo llevaron a producirla, lo que podría llamarse: la biografía de la obra. Uno se dice, como si repasara el reciente proceso: “se me ocurrió así, comencé de este modo, encontré este elemento en el camino y lo incluí, luego se fue plasmando poco a poco, palabra tras palabra, pincelada tras pincelada o golpe tras golpe hasta que apareció ante mí”. Sin embargo, ¿qué ocurrió dentro del artista para que tuviera esa ocurrencia, para que eligiera ese comienzo, para encontrar en el camino un elemento imprevisto, o muchos elementos imprevistos que no formaban parte del proyecto original?; y, sobre todo, ¿qué sucedió en su interior para elegir cada palabra, cada pincelada, cada golpe con el cincel? Estas preguntas de fondo ante la creación, insisto, son muy difíciles de responder por los artistas. Y son, en última instancia, lo que les permitiría ser conscientes plenamente de la génesis de su obra y no solo sus autores.
Una parte de la filosofía: la estética, la filosofía del arte, y hoy la neurociencia tratan de responder a estas cuestiones. El material de respuestas, como se imaginará, es inmenso y su complejidad, también. Por ello considero que hacía mucha falta el libro que hoy nos convoca, pues, precisamente, Cartografías de la belleza, ensayos sobre estética, creación y neuroestética es un esfuerzo por sistematizar esas respuestas y hacer un diagnóstico que nos permita adentrarnos con relativa facilidad en el misterio de la creación artística.
Dorelia Barahona tiene una afortunada dualidad: es filósofa y novelista. Como filósofa posee el conocimiento de las áreas mencionadas (y este libro lo demuestra sobradamente) y como escritora tiene la sensibilidad y la claridad para presentar ese arsenal de ideas de una forma diáfana. La dualidad de Dorelia permite que los lectores de esta obra puedan adentrarse en el asunto de la creación artística sin tener que luchar contra la oscuridad de los textos escritos con esos laberintos inescrutables que son tan frecuentados por los filósofos.
Dorelia ha estudiado y reflexionado los problemas y los filosofemas y como novelista, buena novelista, domina el lenguaje para comunicarlos no solo con claridad, sino con elegancia. Así, hemos de agradecer por muchos motivos la aparición de este libro. Pues, no solo recoge con rigor erudito lo que en la historia se ha dicho respecto de la creación artística, sino que ayuda a esclarecer el intríngulis de todo lo relacionado con el artista y, sobre todo, lo hace sin que tengamos que rompernos la cabeza descifrando las ideas.
La mayoría de los artistas, decía, lo más que hacen ante la extrañeza que en ocasiones causa la propia obra es explicarse a sí mismos su génesis particular y estas respuestas terminan por acostumbrarlos, por hacerlos asumir con naturalidad la creación. La creación se convierte así en un misterio cotidiano, pues cada día se sientan y escriben o pintan o esculpen —para seguir con nuestros tres ejemplos— y algo les sale, bien o mal, pero algo les sale, una página que vale la pena, un cuadro o una pieza que merecen ser expuestos. Lo que quiero decir es que se adopta una especie de naturalidad ante la obra y se va gestando en el artista esa naturalidad que expresada de forma muy coloquial dice: ‘si trabajo algo saldrá’. Ya luego viene el criterio, el gusto de cada quien para saber qué mostrar y qué esconder. Pero lo que ocurre en el fondo durante la creación se convierte en una ignorancia inveterada.
El libro de Barahona es un esfuerzo titánico —diría yo— por dar con la clave de la creación, pues lo hace manejando muchas disciplinas: un ejército de filósofos, de teóricos de la psicología y hasta de neurocientíficos. En los primeros apartados de Cartografías de la belleza no hay filósofo o psicólogo, de los importantes, que no sea citado, que no comparezca con una idea enriquecedora en el discurso de Dorelia. Y así asistimos por medio de referencias a Platón, a Aristóteles, a San Agustín, a Kant, a Nietzsche, a Heidegger, a Sartre, por mencionar algunos, a la historia de cómo ha sido concebido el arte y el artista, y a la extraña transformación que va del artista como un poseso por las musas hasta el artista como un engranaje más del mercado capitalista. Y también el modo como el objeto artístico, la obra de arte, pasó de ser el resultado de la memoria originaria, cuando los seres humanos teníamos mediante la inspiración la creencia de que en la obra se revelaba la verdad misma, hasta convertirse en un peculiar modo de percepción en el que lo que rige es el gusto del sujeto, la perspectiva del espectador, la estimación o, si se prefiere y para decirlo francamente, el precio del objeto artístico: esa capacidad de crear valor agregado, que hace que hoy mientras mejor se cotiza en dinero una obra se tiene la impresión de que vale más, que es más “artística".
El proyecto de Dorelia Barahona desborda el marco tradicional de la filosofía y la psicología, como terrenos habituales para esclarecer el arte, al incorporar las neurociencias, concretamente la neuroestética; por tanto, no se agota en el recorrido que permiten las teorías filosóficas o psicológicas, va también al funcionamiento del cuerpo y, por supuesto, a las ideas que se han propuesto acerca de este y, más aún, a la ciencia que estudia el cerebro y la percepción.
Hay en este libro un apartado, muy considerable, dedicado a escudriñar la fisiología de la percepción, donde, por ejemplo, el lector se entera de que el ojo no es un receptáculo pasivo, sino que interviene en lo que mira, que el cortex reconstruye la visión. Y, por supuesto, desde esta perspectiva se estudia también lo que ha sido la gran constante a lo largo del libro: la memoria. Quedan atrás los mitos griegos de las musas al dar paso a las explicaciones de la neuroestética. Y también por estas áreas duras de las ciencias, Dorelia Barahona nos conduce ágilmente, quiero decir que se cruza con facilidad por los meandros científicos del cerebro y se hace inteligible, para el lector no experto, lo que podría llamarse una fisiología del arte y del artista.
Hay sin embargo un ángulo que le resta a las neurociencias en general su contundencia: el enfoque histórico, pues sí bien están perfectamente ubicadas las zonas cerebrales que actúan cuando el sujeto se enfrenta a objetos que se consideran bellos; la cuestión sigue siendo ¿por qué hay diferentes nociones de belleza a lo largo del tiempo y de la geografía? La propia Dorelia lo advierte: “Valga anotar que estamos conscientes de que en esta búsqueda intelectual de los aportes de la neuroestética a la idea de lo bello, no nos detenemos a investigar las diferencias culturales existentes. Visiones y percepciones indoamericanas, orientales, africanas o chinas, por mencionar solo algunas...” (página 131).
Uno de los temas que recorre, como ya lo he dicho, Cartografías de la belleza es la memoria y es este tema por el que me resulta más valioso el esfuerzo de la autora, pues todos los teóricos que nos va presentando aluden a la memoria de una u otra forma y ello permite que informados por la historia de este concepto terminemos entendiendo la tesis de Dorelia: que el arte se forma a partir de recuerdos emocionales, que el arte es una actividad humana que “restituye” lo perdido. Anotémoslo con las propias palabras de Dorelia: “A partir de lo estudiado podemos reconocer cómo los recuerdos emocionales buscan, por medio de las diferentes prácticas artísticas, restituir una experiencia por otra. De esta forma se recuerda de manera instrumental para crear representaciones artísticas, comprobando la hipótesis inicial del recuerdo en el arte como instrumento para la creación." (página 170).
Por estos motivos y, sobre todo, porque leer este libro de Dorelia Barahona me ha hecho más comprensible mi propio acto creativo como escritor que me parece una obra sobradamente recomendable.