Hay historias que nos cautivan apenas las escuchamos; esas que le suplicamos a la persona que la custodia y transmite que, por favor, de una vez por todas las escriba. Así anduvo durante añales el germen de Una mujer insignificante, incluso corrió el riesgo de perderse de tanto contarse entre tardes de café y carbohidratos varios, hasta que Catalina Murillo se decidió y escribió de un tirón la novela corta, publicada por el sello internacional Alfaguara, que ahora muchos muestran como su lectura en publicaciones de Instagram.
En Una mujer insignificante, la escritora costarricense de Maybe Managua (2018) y Marzo todopoderoso (2003) es más Catalina Murillo que nunca. Se trata de un libro que hurga en sus recuerdos familiares para entregarle al lector un texto íntimo, cercano, donde se juzga a todos y a nadie, donde hay giros, secretos, revelaciones y humor, para contar la historia de “una mujer insignificante que no fue importante, ni para ella misma”.
Entre conversaciones, correos de ida y vuelta, y wasaps, la autora de 54 años, guionista y feliz tallerista de creación literaria en Cata Oral, nos cuenta acerca de esta novela corta suya, que escribió en un “rapto” de tres meses entre agosto y octubre del 2023 y que nosotros, los lectores, le devolvemos la cortesía al leerla de una sentada.
–¿Cómo describís ‘Una mujer insignificante’? Supongo que está la descripción formal y la íntima…
–Es un libro con mucho más corazón que cerebro, si es que hacer esa división se me perdona. Realmente, es un libro muy caliente, por decir así. Hay un análisis estructural; yo intenté que tuviera una forma y hay quien la ha apreciado. Realmente es una novela corta: cuenta una historia desde el momento en que esa historia propiamente dicha arranca, hasta el final natural. Lo digo porque mucha gente me dice: ‘Ay, es que me quedé con las ganas, pudo ser un libro mucho más largo…’. Sí, pero no. Es un libro compacto: gira alrededor de una historia, desde un punto de vista.
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–¿Cómo te decidiste a escribir esta historia inspirada en tus padres y, sobre todo, en que revelás tantas intimidades familiares, en especial sobre tu madre? ¿La muerte provocó que las palabras rompieran el cerco familiar?
–La iniciativa vino de forma más terrenal. María del Carmen Deola, editora de Alfaguara, me dijo que estaba elaborando su plan editorial de 2024 y que si yo no tendría “algo”. Le dije que tenía una historia aquí (en la cabeza) y le mandé una sinopsis. A ella le interesó. Tres meses después le di un primer borrador y ella me dijo: esto lo vamos a publicar. La muerte de los involucrados principales no fue la causa, pero con ellos vivos esto no lo habría publicado y puede que ni siquiera escrito.
–¿Cuánto tiempo le diste vuelta a esta historia?
–Me gustaría responderte “54 años”. Para mí, todo lo que pasa es carne de escritura. Entonces es solo esperar el momento en que ese fluir cuaja y queda fijado en una historia, un recorte en el tiempo. En ese sentido, ahora que lo pienso, la muerte sí ayudó a acotar la novela.
–¿Te sentís cómoda dentro de esa etiqueta de autoficción? ¿Qué etiqueta te gusta más si esa no te complace?
–Rara vez hallo comodidad dentro de una etiqueta. Este libro es una novela de cabo a rabo. Solo faltó empezar con “había una vez”, y casi. Los franceses, que a todo le dan mil vueltas, acuñaron el término autoficción, que a mi entender podría aplicarse hasta al Quijote. Un ejercicio de escritura que les pongo a mis alumnas es: escriban un relato o retrato de la loca que ustedes serían, si perdieran la cordura. Eso es autoficción, o podría serlo. Otra cosa es que hay quien crea que autoficción es contar lo que desayunamos hoy. Es auto, pero también es ficción. Si yo les contara mi vida, les aseguro que no me compran ustedes el cuento. Mi vida es de lo más aburrida. Es más, capaz que por eso escribo.
–En el libro no queda títere con cabeza, se juzga a todos y también se entiende a todos, hay corazón y hay cerebro. Incluso hacés las paces con esa mujer insignificante, esa cartaguita campeona. ¿Qué te propusiste y qué lograste con ese material vital y recuerdos?
–Qué lindo que hayás reparado en ese “cartaguita campeona”. En realidad no es en el libro, sino en la vida, donde no queda títere con cabeza. ¿Qué logré?, todavía no estoy muy segura; respecto a qué me propuse, creo que solo contar una historia. No es lo mismo lo que una quiere contar y lo que una quiere decir. Yo sé lo que conté, pero todavía no sé lo que dije.
–Sí, sé que es un libro sobre los padres, sobre su incapacidad de ser felices, sobre las historias vistas con el paso de los años… Sin embargo, al terminar de leerlo, no pude evitar pensar que es un gran libro sobre los amores, no los cursis y sensibleros -aunque a veces sí-, sino los reales y con los que nos topamos en los caminos de la vida. ¿Qué papel le asignaste al amor en este texto?
–¡Jaaa! No había pensado que el amor tiene aquí su propio papel, aunque es verdad. Es el amor de Cupido, con una flecha envenenada, con un veneno como el de la serpiente coral, que ataca el cerebro. Eso en cuanto a ese tipo de amor. El otro amor, así, en general, el amor al prójimo, queda como una gran pregunta abierta. En estos tiempos llamamos amor a cualquier cosa, jajaja.
–En el texto hay una aceptación de que los recuerdos terminan siendo ficciones que guardamos. ¿Cómo se sintió al volverlos a pasar por el corazón y capturarlos en las palabras?
–Este libro fue escrito de un tirón, en un rapto. Me di cuenta después. Durante unos tres meses no hice otra cosa. Fue muy fuerte, muy vívido. Ahora que lo pienso, lo rico de recordar es que es revivir algo pero en completa soledad, es decir, libertad. Ahora sí, el pasado es todo mío.
–La narración es desenfadada, provocadora y cercana. Literalmente, es como un largo café con la autora en que se desenrolla una historia familiar. Sin solemnidades, pero sí humor, risas y comentarios sobre lo que va pasando. ¿Por qué te decidiste por este estilo?
–Qué cosa, en este libro yo no me decidí por un estilo, el estilo surgió solito. En otros libros sí ha habido búsqueda y escogencia, y a veces ha sido una lucha larga y trabada. Por no sé qué prejuicios, lo oral me remite a lo femenino, y este libro pretende emular la narrativa oral. Hay algo de “esta es la historia de nosotras, las insignificantes”, las que cuentan historias de café que no merecen estar en libros. Es no aceptar esa creencia.
–¿Cómo se emparenta y cómo se aleja este libro del resto de tus obras literarias?
–Dicen que hay dos tipos de escrituras: una, cuando la escritora cierra la ventana para escribir, y otra, cuando la abre. No me había dado cuenta, hasta ahora, de que mis libros van alternándose así: en uno dirijo la mirada hacia afuera; en el siguiente, hacia adentro. Mi próximo libro lanza la mirada hacia afuera. El argumento ya está, el protagonista es un hombre.
–¿Qué quedó tras la publicación de Una mujer insignificante?
–Llevo días tratando de entender esta pregunta. Todo pasa y todo queda… jaja. Lo que te puedo decir es que recibo mensajes a diario, agradeciendo el libro. La historia logró una conexión muy fuerte y visceral con los lectores.
–Cuando el libro se publica deja de ser del autor y es de los lectores. Contame más acerca de la reacción de los lectores con esta obra y por qué te ha sorprendido…
–En efecto, me ha sorprendido. Sobre todo me ha sorprendido el amplio espectro de personas: le gusta y puso a llorar y a reír a mi amigo abogado de 75 años, y le gustó, puso a reír y a llorar y le estrujó el corazón al novio de 22 años de mi ahijada; o sea, es muy variado. Si me hubiera propuesto escribir un libro así, no lo habría logrado. Parte de la sorpresa es que fui muy íntima creyendo que era algo donde el interés iba a estar en un entorno más pequeño e inmediato y, de repente, ha resultado que le gusta a gente muy diversa, incluso en diferentes partes del mundo.
“Después de la sorpresa he analizado y he estado pensando que lo que sí hubo fue una enorme autenticidad e intensidad en esa escritura; me parece que eso es algo que siempre es bien recibido”.
–¿Qué viene ahora para vos, Catalina?
–Ya tengo dos compromisos con la editorial Alfaguara. Creo que voy a tener que asumir que soy escritora y… llamarle trabajo a esto de escribir, algo a lo que siempre me había negado. Ahora sí, se me acabó la fiesta.