En aquel abril de 1920, Costa Rica aún se recuperaba de las heridas de la sangrienta dictadura de los Tinoco (1917-1919), venía de una gran huelga de zapateros, costureras, ebanistas, panaderos y otros gremios que en febrero clamaban por el aumento de salarios y una jornada laboral de ocho horas, había recibido el duro golpe de la pandemia de la gripe española, que solo en marzo mató a 1.200 personas en el país, y tenía un gobierno provisional a la espera de la toma de poder de Julio Acosta, uno de los líderes de la lucha contra los Tinoco que resultó electo en diciembre de 1919.
Fue entonces cuando apareció una legión de personajes que se volverían legendarios: el tío Conejo con todas sus travesuras y trastadas, la Cucarachita Mandinga llorando la trágica muerte del goloso Ratón Pérez dentro de la olla de arroz con leche, Uvieta quien logró engañar a la Muerte, hacer polvo al Diablo y poner a rabiar a Tatica Dios; los tontos que le ganaron la partida a los reyes y las brujas que no perdonaron a aquel que salió con un domingo 7...
En aquel abril, la Editorial Alsina publicó Cuentos de mi tía Panchita, una colección de 15 relatos de Carmen Lyra (1887-1949) que costaba ¢1 cada ejemplar y rápidamente conquistó a la crítica especializada y a los lectores.
Hoy, un siglo después, el libro llega a su centenario vivito y coleando, convertido en un clásico de la literatura costarricense, bien arraigado en el gusto de los ticos. Su nombre figura en toda lista de literatura infantil de Costa Rica, sus historias acumulan lecturas, relecturas, montajes teatrales, versiones libres, ediciones e ilustraciones y su lenguaje se enfrenta al desafío de seguir dialogando con un país que ahora habla de forma tan diferente.
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De todo el mundo y tan tica
¿Por qué es una obra tan entrañable para los costarricenses? ¿Cómo se convirtió en un clásico de nuestra literatura?
Carmen Lyra, docente y escritora que nació con el nombre de María Isabel Carvajal –bien conocida para entonces por su férrea lucha contra el tinoquismo–, logró reunir en Cuentos de mi tía Panchita historias provenientes de otras tradiciones, pero con un sello netamente costarricense y con una calidad extraordinaria que los especialistas le reconocen hasta hoy.
Cuando presenta a la tía Panchita, mujer menuda, bajita y siempre vestida de luto, que no sabía de lógica, pero sí de cómo hacer reír y soñar a los niños, la escritora hace evidente la materia prima de sus relatos. “¿Qué muerta imaginación nacida en América los entretejió, cogiendo briznas de aquí y de allá, robando pajillas de añejos cuentos creados en el Viejo Mundo? Ella les ponía la gracia de su palabra y de su gesto que se perdió con su vida”, escribió Carvajal.
Y tales “briznas” venían de los cuentos de hadas europeos, leyendas que se pueden rastrear hasta en Las mil y una noches, historias afrodescendientes que contaba la araña Anansi, narraciones provenientes de diferentes mitologías y relatos orales que han pasado de generación en generación y le pertenecen a un mundo que trata de entender la vida.
Son textos y temas que se repiten en la literatura y que la humanidad se cuenta cada cierto tiempo, así que Carmen Lyra los sintetiza y lo hace “muy bien, muy bien escritos, en tico y con mucho humor”, explica Margarita Rojas, investigadora de la literatura costarricense.
Esta obra literaria se vuelve un verdadero crisol, uno que brilla en todo el continente. “El libro es uno de los libros más importantes de la literatura latinoamericana que recoge la tradición oral. Y eso es reconocido por muchísimos autores dentro y fuera de Costa Rica”, destaca el escritor y especialista Carlos Cortés.
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Además es el primer libro que recoge las historias del bribón de tío Conejo. “Como sabemos, esta representa una matriz textual que va desde Centroamérica hasta Ecuador. En casi toda América Latina se cuentan cuentos de tío Conejo. (...) Carmen Lyra tiene una serie de aciertos. Primero los criolliza; no solo los recoge oralmente, sino que los transforma en una lengua literaria, que es la de ella y, al mismo tiempo, está íntimamente relacionada con la manera en la que habla el costarricense. Esto es un acierto muy grande, que despertó la sospecha de una parte del medio intelectual de la época, que pensaba que la gran literatura no debería estar escrita así”, cuenta el autor de La gran novela perdida: historia personal de la narrativa costarrisible.
Es en este libro que encontramos la mítica jalada de orejas que le pega Dios al conejo embustero, los engaños para que tío Coyote no se lo comiera o la mala suerte de tía Zorra por tratar de conseguir los quesos de la misma forma que el pícaro.
Como buen conejo, este personaje se reproduce de forma imparable, como bien dice Margarita Rojas en uno de sus ensayos. Comenzó a aparecer en narraciones para revistas en la década anterior a la publicación de Cuentos de mi tía Panchita y continuó después.
De hecho, la guanacasteca María Leal de Noguera –también graduada del Colegio Superior de Señoritas y maestra– publica más relatos sobre tío Conejo en su libro Cuentos viejos (1923). Valga anotar que Leal se reconocía no como creadora de estas historias, sino como compiladora, según se evidencia en esta cita que incluyó Joaquín García Monge en la introducción de la segunda edición del texto: “Desde luego confieso que no son originales: yo los he recogido de boca de los campesinos, los he redactado procurando seguir el orden primitivo de los sucesos y argumentos".
Carmen Lyra llevaba años investigando y trabajando con este tipo de literatura.
Cuenta el escritor Alfonso Chase, estudioso de la obra de Carvajal, que Cuentos de mi tía Panchita nace de una tarea que ella hizo para Joaquín García Monge, profesor de Literatura y Pedagogía del Colegio de Señoritas. “Don Joaquín la alienta a que la publique como libro. Además de que la lleva a la Escuela Normal”, asegura el Premio Magón y autor de libros como Los juegos furtivos (1967) y El pavo real y la mariposa (1996).
El resultado fue, como sabemos, una obra con un lenguaje muy costarricense y un punto de vista inconfundiblemente nuestro. Fue cuando su autora trascendió allende nuestras fronteras. “Durante muchas décadas, en América Latina, Carmen Lyra fue considerada una gran escritora. Fuera de Costa Rica solo conocían a Joaquín García Monge y a Carmen Lyra”, asegura Chase.
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En el país, los cuentos fueron un éxito inmediato. Muy a su estilo, conforme llegaron nuevas ediciones del libro, Carmen Lyra fue agregando textos y haciendo cambios hasta llegar a los 23 relatos que conocemos hoy (13 cuentos de mi tía Panchita y 10 sobre tío Conejo y sus compinches).
“Los cuentos de mi tía Panchita fueron recibidos elogiosamente de manera inmediata por la crítica. Poco después de su publicación, en una nota Magón (Manuel González) señala su preferencia por «Uvieta», y por los mismos días Carlos Luis Sáenz dedica a la autora un poema sobre el tema del cuento de hadas”, destacan Margarita Rojas y Flora Ovares en el prólogo que hicieron para la edición 2001 que hizo la Euned del clásico nacional.
Identificación inmediata
Costa Rica se ha sentido reflejada, se ha encontrado en los Cuentos de mi tía Panchita. Por supuesto, tiene que ver con que María Isabel Carvajal supo capturar de gran manera la forma en que se hablaba en el país, pero también con que logró entretejidos entre las palabras estuvieran nuestra comida, nuestras costumbres y nuestra realidad cotidiana durante buena parte del siglo XX.
“La introducción de la vida cotidiana y el uso del español costarricense por parte del narrador y los personajes tienen un efecto identificador: en ellos el lector reconoce su entorno, experimenta una sensación de cercanía con el ambiente descrito. De esta manera, se consolida su sentido de pertenencia a un grupo y así los cuentos contribuyen a la construcción de una identidad colectiva. Al mismo tiempo, el mundo delimitado de esta forma --sus habitantes, sus costumbres y su forma de expresión--, se incorpora al Arte; con ello, deja de ser realidad efímera e intrascendente, para transformarse en algo permanente, es decir, en literatura”, explica el ensayo de Ovares y Rojas.
Precisamente, el investigador Álvaro Quesada ya había escrito en Breve historia de la literatura costarricense (2000) que el de Carmen Lyra fue “el primer texto literario costarricense donde la voz del narrador asume como propios los discursos y culturas populares"
“Yo ya leía literatura costarricense a los 7 años. Mamá tenía la edición de 1920. Yo lo leí y entendí que el lenguaje nacional pasaba por los Cuentos de mi tía Panchita”, asegura Chase, quien fue uno de los impulsores de la Biblioteca Infantil Carmen Lyra que funcionó entre 1971 y 1993 bajo el quiosco del Parque Central en San José.
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Si bien esta obra es abanderada de primera línea de la literatura infantil nacional también se escapa de esa etiqueta y se considera como como un buen exponente de la literatura costarricense sin reducciones ni fronteras.
“La forma en que ella mezcla relato, reflexiones y poemas en los cuentos le da una riqueza maravillosa a los Cuentos de mi tía Panchita. (...) Son cuentos que están pensados casi que para la narrativa oral, que conservan un ritmo y una vivacidad enorme. Todo eso es por la forma en que ella los escribió. A mí me parece una buena obra literaria todavía. Aunque muchas veces los cuentos rescatados de la tradición oral son muy aburridos o sosos si se aíslan del contexto original, pero los de ella siguen siendo excepcionales”, asegura Cortés.
El escritor pone dos ejemplos para que no queden dudas. La Cucarachita Mandinga es un ejercicio literario “maravilloso”, asegura; por supuesto, cómo olvidar este diálogo:
–Cucarachita Mandinga
¿por qué estás tan triste?
La Cucarachita respondió:
–Porque Ratón Pérez
se cayó en la olla,
y la Cucarachita Mandinga
lo gime y lo llora.
La palomita le dijo:
–Pues yo por ser palomita
me cortaré un alita.
Otro inolvidable es Uvieta, protagonizado por ese campesino que logra burlar a la muerte a punta de ingenio, un texto “extraordinario”. Precisamente, Uvieta es provocador: de relecturas, de versiones (apegadas al original y libres), de montajes, de narraciones a viva voz y de la germinación de otros textos.
¿Y cómo ha envejecido el libro?
Si bien es cierto que Cuentos de mi tía Panchita llega al 2020 como un clásico indiscutible de la literatura costarricense, también hay que aceptar que, aunque su calidad literaria sigue siendo incuestionable, hay expresiones y giros del habla costarricenses que han envejecido y caído en desuso, reconoce Carlos Cortés. ¿Y cuál es el problema de esto? Que a las nuevas generaciones les cuesta más entrar en esta creación de Carmen Lyra
Los relatos forman parte de la lecturas sugeridas por el Ministerio de Educación Pública (MEP) para los alumnos de cuarto, quinto y sexto grado; incluso, es un libro con el cual muchos de los docentes tienen un claro enamoramiento, según cuenta Evelyn Araya Fonseca, asesora nacional de Español del MEP.
“Está muy arraigado en la cultura nacional, no solo por el valor del texto en sí, sino también porque Carmen Lyra es una figura destacada en diferentes campos”, comenta.
Cualquiera lo puede leer, por supuesto; sin embargo, en las aulas, Araya recomienda que se aproveche su potencial con una mediación o acompañamiento lúdico y profundo del maestro. “Ha envejecido con garbo y estilo. Es atemporal: tiene mucho que decir desde su texto, sus ecos y silencios… Como costarricenses tenemos el desafío de ver cómo se les transmite a las generaciones más jóvenes, cómo tratar de acercarlos a este tesoro sin que pierda vigencia”, asevera la asesora nacional.
Hace poco, ella hizo una ejercicio de lectura con uno de estos relatos y propuso explorar con los estudiantes esas expresiones o giros lingüísticos en desuso. Esta es una de muchas estrategias posibles para comenzar a acercarse a la obra, asegura.
Aunque le parece una obra interesante, Milena Ávila Solano, maestra de la Escuela General Manuel Belgrano, ubicada en Hatillo 1, advierte que es un texto que requiere un acercamiento adecuado con el fin de promover valores y no confundir a los niños. “Tío Conejo puede llegar a ser mentiroso, engañar, robar y hacer diabluras. No se trata de esconder nada de eso, sino de retomarlo y ver de qué forma mediamos y aprovechamos esto en distintas reflexiones y actividades sobre el libro”, detalla la educadora.
Los años no pasan en vano. No obstante, el libro que Carmen Lyra publicó hace un siglo goza de una salud envidiable y ha logrado superar incluso circunstancias políticas que quisieron mandar las obras de la autora al olvido.
Luego de la guerra civil de 1948, la vida de María Isabel Carvajal, una de las líderes del partido comunista, corría peligro y tuvo que exiliarse en México, donde murió en 1949. Durante dos décadas, recordó Cortés, hubo silencio acerca de la obra de la autora de izquierda; no cayó en el olvido porque era muy poderosa y porque a partir de la década de los años 70 hubo todo un movimiento para darles a sus textos el sitio que merecían.
Un sobrino de Carmen Lyra, Ricardo Quesada López-Calleja, incluso hipotecó su casa para poder publicar las Obras completas (1973) de su tía. Posteriormente, Alfonso Chase lideró la recuperación de la figura de Carvajal al publicar Relatos escogidos (1977), Los otros cuentos de Carmen Lyra (1985) y Las fantasías de Juan Silvestre (1986) con la Editorial Costa Rica, entre otras acciones para destacarla. De esta forma, el silencio se hizo añicos.
En el 2010, con un retrato que facilitó la familia, Carmen Lyra y una de las ilustraciones de Cuentos de mi tía Panchita comenzó a viajar en cada billete de ¢20.000. Costa Rica le hizo justicia a su figura al declarar a la escritora, docente y activista como Benemérita de la Patria en el 2016.
Cuentos de mi tía Panchita sobrevivió con rasguños a aquel periodo. Actualmente circulan múltiples ediciones del clásico en diferentes editoriales (estatales e independientes), sus personajes –en una versión libre– divierten a todos en el Parque Diversiones y sus historias se siguen contando con algunas adaptaciones a la forma de hablar actual de los ticos. ¡Adió, salió bien confisgada la tía Panchita!