La investigadora Margarita Dobles afirmó de manera contundente: “La literatura infantil en Costa Rica comenzó en la cátedra”.
El maestro Joaquín García Monge creó, entre 1917 y 1919, una materia dedicada a estudiar la poesía, el cuento o el teatro dirigido a las personas menores. Esa iniciativa, que hoy aún puede considerarse necesaria e innovadora, fue desarrollada en la Escuela Normal de Costa Rica.
Aquella fue una institución estatal, dedicada a formar maestros, fundada, gracias a un decreto firmado por el presidente Alfredo González Flores en 1914. Para entonces, su hermano Luis Felipe González Flores ocupaba la secretaría de educación.
Se ha escrito sobre el impacto de esa casa de estudios pedagógicos en la educación costarricense, en una época en la que no existían universidades en nuestro país.
Sin embargo aún debe indagarse sobre su injerencia en la instauración de una literatura orientada a fortalecer la apreciación estética de las jóvenes generaciones.
Ver al niño como lector
Pocas obras, dirigidas a la niñez, se publicaron en Costa Rica antes de la fundación de la cátedra. La primera de ellas fue dada a conocer en 1830, con una orientación exclusivamente didáctica; fue Breves lecciones de Aritmética del Bach. Rafael Francisco Osejo.
Algunos escritores, cuyos textos aparecieron en la antología La lira costarricense (1890 – 1891) pensaron en el niño como receptor o personaje. Hay recuerdos infantiles en cuentos como Nochebuena o Un baño en la presa de Magón. O bien las Concherías, de Aquileo J. Echeverría, se representaron, como dramatizaciones o piezas teatrales, en muchos actos cívicos o asambleas escolares.
Debe señalarse que el abogado Claudio González Rucavado publicó el libro De ayer, en 1907, en el que incluyó el cuento La pluma que escribe, en el que se narra la travesura de un pequeño.
Samuel Arguedas Katchenguis publicó la antología Literatura para niños en 1918. Era una colección de poemas de autores como José Martí, F. Schiller o Pedro Calderón de la Barca. Buscaban ostensiblemente que se recitaran estos textos en las escuelas.
En la edición de 1928 afirmaba: “Nuestro propósito, entonces, fue el que la función estética de esas enseñanzas pudiera darse, fuera efectiva; porque también concebimos una moral intelectual y a ella consagramos los empeños que nos movieron”.
A partir de 1912 las educadoras Carmen Lyra y Lilia González editaron la revista San Selerín que la que se incluyeron textos de José María Zeledón, Carlos Gagini, Claudio González Rucavado y por supuesto, su directora, la autora de Cuentos de mi tía Panchita.
García Monge, precursor
Joaquín García Monge no solo fundó la Cátedra de Literatura Infantil, además editó una colección de libros llamada El convivio de los niños. De esa manera promovió que algunos de sus discípulos se dedicaron, con profesionalismo, a la creación de obras para un público que parecía olvidado en la literatura costarricense.
Según María Pérez Yglesias, la cátedra empezó a funcionar en 1917. Sin embargo Margarita Dobles señaló 1919 como el año de su creación. No debe extrañar tal diversidad de fechas; en esa época el país vivió una convulsa etapa política y social.
Es el período de la dictadura de los hermanos Tinoco y don Joaquín García Monge, para entonces, optó por un breve exilio voluntario a los Estados Unidos. Por eso es importante considerar el año actual como propicio para dialogar sobre el centenario de esta cátedra.
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El primer profesor de esa cátedra fue García Monge quien hizo prevalecer el valor del discurso folclórico. Al respecto afirmó: “Al niño la literatura que más le conviene y le interesa es la folclórica, de su gente, de su tierra.
Por eso, de los autores nacionales, que serían los que más hayan penetrado en el saber del pueblo y le hayan dado expresiones nuevas a la poesía, en el cuento, en el teatro infantil. Y si los autores de Costa Rica (nuestro caso inmediato) no alcanzan, pues habría que recurrir a los de Hispanoamérica y España que más cerca del alma del niño estén”.
Sin embargo, en 1920 entregó la responsabilidad de la cátedra a Carmen Lyra, quien acababa de regresar de Europa y traía una visión innovadora sobre la educación de la niñez preescolar.
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En alguna ocasión dialogué con la escritora Luisa González. Le pregunté: ¿cómo eran las lecciones de literatura infantil de Carmen Lyra? Ella me respondió: “Lea Cuentos de mi tía Panchita, así como habla ella ahí, así eran sus clases”. Este hecho permite inferir que se continuaba con el privilegio del discurso folclórico.
También podría rastrearse un sentir semejante al leer la introducción de esa colección de cuentos, publicada por primera vez en el mismo año, en 1920. Lyra hace referencia a la escritora española Fernán Caballero (seudónimo de Cecilia Böhl de Faber y Ruiz de Larrea) y el estadounidense Joel Chandler Harris, ambos recopiladores de cuentos folclóricos en sus respectivos países.
A partir de 1925 Carmen Lyra entregó la cátedra los esposos Carlos Luis Sáenz y Adela Ferreto. Según María Pérez Yglesias, doña Adela inició la costumbre de crear, junto a sus estudiantes, álbumes en los que se registran cuentos, leyendas, poemas, canciones… como si fuera una antología personal cuidadosamente, ilustrada a mano, que sería de gran utilidad durante el ejercicio de la profesión docente con niños.
La profesora Margarita Dobles Rodríguez asumió la cátedra en la década del cuarenta. Se tienen registros que también fueron profesoras la doctora Emma Gamboa y la señora Hannia Granados de Camacho, quien orientaba a sus estudiantes a elaborar un álbum de cuentos y poesías, escrito e ilustrado a mano y las motivaba en el arte de narrar cuentos.
Legado imperecedero
Los profesores de la Cátedra de Literatura Infantil no solo asumieron una labor docente, también iniciaron una importante carrera literaria. Tan solo para ofrecer algunos ejemplos es necesario mencionar que Carmen Lyra publicó Cuentos de mi tía Panchita en 1920; Carlos Luis Sáenz dio a conocer Navidades en 1929 y Mulita mayor, una de sus obras más conocidas en 1929: Adela Ferreto nos legó obras como Aventuras de tío Conejo y Juan Valiente en 1982 o Tolo, el gigante viento Norte en 1984. Por su parte, Margarita Dobles publicó el volumen teórico Literatura infantil en 1983 y Porqué canto y cuento para mis niños en 1991.
Actualmente los cursos de literatura infantil se imparten en la Universidad de Costa Rica, la Universidad Nacional, la Universidad Estatal a Distancia y algunos centros privados de educación superior. Constituyen una herencia invaluable de don Joaquín García Monge.
El autor es profesor de literatura infantil en la UCR y la UNA. Es miembro numerario de la Academia Costarricense de la Lengua.