¿Es el covid-19 la primera pandemia que vive Costa Rica? ¿Cómo nos han afectado diferentes epidemias durante nuestra historia? ¿Cuáles han sido las más serias? Con la emergencia por el nuevo coronavirus marcando cada hora de nuestros días, emergen estas preguntas, entre cientos que nos hacemos durante la crisis; sin embargo, las primeras las podemos responder si repasamos cinco siglos de historia, a partir de la llegada de Cristóbal Colón a América.
Al país lo han golpeado epidemias de viruela, sarampión, cólera, influenza, disentería, fiebre amarilla, polio y VIH, entre muchas otras. En esta oportunidad, solo profundizaremos en cinco de las más grandes epidemias que nos han sacudido.
Un conjunto de epidemias, una catástrofe demográfica
Las grandes epidemias en América comenzaron con la llegada de los españoles. ¿Por qué? Los europeos y los africanos trajeron enfermedades e introdujeron animales que en el continente no existían. “Los habitantes autóctonos de nuestras tierras no tenían defensas para defenderse de esas enfermedades. Durante los siglos XVI y XVII, un conjunto de epidemias fueron diezmando a los indígenas; fueron enfermedades como la escarlatina, el sarampión y la viruela, entre otras. Hay documentos que muestran que pueblos enteros desaparecieron”, cuenta la historiadora costarricense Ana María Botey, que es una estudiosa en este tema. Y agrega: “Fue una catástrofe demográfica y también ecológica”.
La epidemia que va a causar mayores desastres en América desde del siglo XVI al XIX es la viruela. A partir de 1803, el médico español Francisco Javier Balmis recorre todo el Imperio español con la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna contra la Viruela.
Ya se había descubierto que las mujeres que ordeñaban a las vacas al estar expuestas a la viruela del ganado no contraían la enfermedad. Para que la vacuna lograra sobrevivir al viaje de Europa a América en barco, Balmis infectó de forma controlada a 22 huérfanos españoles.
“Los niños eran sometidos a inoculaciones semanales, en dos de ellos, con el líquido obtenido de las pústulas de los vacunados la semana anterior. Balmis llevaba unos aparatos cuidadosamente preparados —termómetros, barómetros, una máquina neumática, miles de cristales para extensiones de pus...— así como dos mil ejemplares del texto sobre la vacuna que acababa de traducir y que estaba destinado a ser distribuido gratuitamente con objeto de difundir los conocimientos para la práctica de la vacunación”, detalla un artículo del periódico español ABC.
¿Luego que se hacía? Se aplicaba la vacuna en el continente. “Se formaba una cadena humana en que cada persona tenía un leve contacto con la enfermedad, ya que se tomaba una muestra de una pústula y se le inyectaba a otro”, explicó la historiadora costarricense. Este fue el primer intento serio y de grandes dimensiones de prevención de una enfermedad infecciosa en América.
1856: el cólera ataca a Costa Rica
Durante la vida republicana de Costa Rica, no hay mayor catástrofe demográfica y sanitaria que la causada por la epidemia del cólera en 1856 (era una pandemia en el planeta desde 1830). Los historiadores nos recuerdan que falleció entre un 8% y un 10% de la población costarricense, que, en aquel entonces, rondaba los 100.000 habitantes. Armando Vargas Araya estimaba que hubo 9.615 muertes y más de 53.000 enfermos en las 10 semanas que duró el embate de la epidemia; por su parte, el científico Leonardo Mata conviene en aceptar que fueron unas 10.000 defunciones luego de revisar las cifras dadas en diferentes momentos y tomar en cuenta el subregistro, escribe en un artículo en 1992 en la Revista Nacional de Cultura.
Los desgastes de la gesta heroica contra William Walker y los filibusteros en la tropa costarricense, la poca información científica para combatir la enfermedad, la cual se contrae al consumir agua o alimentos contaminados con heces –donde se aloja el bacilo Vibrio cholerae–, la mala alimentación, la inadecuada higiene, las aguas negras corriendo por la libre, la falta de médicos y una serie de decisiones incorrectas hicieron que el cólera se esparciera en Costa Rica con rapidez causando muerte, dolor y miedo en todo el territorio.
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Todo comenzó en Nicaragua, que ya había tenido varios brotes de cólera en el pasado. El ejército costarricense siguió a los filibusteros hasta enfrentarlos en la Batalla de Rivas, el 11 de abril de 1856, luego del triunfo nacional en Santa Rosa, el 20 de marzo del mismo año, cuando se expulsó a los invasores del país. Bajo el mando de Juan Rafael Mora Porras, presidente de Costa Rica, los ticos obtuvieron otra victoria, quemaron el mesón e hicieron caer a los enemigos en Rivas. Sin embargo, hubo un punto de giro en la situación, unos días después, comenzaron a enfermarse los soldados costarricense.
“A Rivas llega un tropa que está muy desgastada luego de caminar bajo los soles de marzo y abril, con problemas de abastecimiento de alimentos, deshidratados y la batalla se desarrolló en condiciones de hacinamiento. Ya había algunas lluvias, la gente defecaba en los solares y los pozos se contaminaron. Estas fueron las condiciones propicias para el cólera. El 16 de abril aparece el primer enfermo, dice el historiador Rafael Obregón Loría. Se creía que con solo abandonar Nicaragua y volver a clima templado, los enfermos mejorarían. Juanito Mora pensaba que el problema eran el consumo abundante de frutas y el calor, así que prefirió no difundir noticia y salir de Nicaragua pronto, sobre todo por los enfermos”, explicó Ana María Botey.
Aunque se pretendió que los combatientes ticos regresaran en orden, el miedo se apoderó del grupo y hubo una desbandada. Mientras algunos llegaban con el batallón, los otros corrían hacia sus casas. Los enfermos se deshidrataban rápidamente a causa de la diarrea y la mala atención; en cuestión de días morían y los civiles empezaban a caer con los síntomas. Sin que los pocos médicos existentes en el país lo supieran, la epidemia cobraba fuerza gracias que el agua se tomaba de canales abiertos que atravesaban los poblados, a los severos problemas de higiene y a pozos y alimentos contaminados. De esta forma, el cólera tomó al país por asalto y conquistó todo el territorio.
El gobierno mandó a mejorar el higiene personal, de los alimentos, de las casas, calles y acueductos, fumigar con agua de cal, azufre, vinagre, sal marina y tabaco en hoja, limpiar con cal viva, evitar aglomeraciones (solo se podía ir a misa en las plazas o con un altar portátil), se cerraron mercados, ventas de chichas y comidas ambulantes… Todo se aplicó a medias y, por si eso fuera poco, se creía que el contagio se daba por medio del aire, nunca desconfiaron del agua, cuenta un artículo sobre esta epidemia aparecido en la revista electrónica de historia Diálogos en el 2008. Tanto médicos como curanderos, financiados por el gobierno, combatían el cólera con las medicinas que tenían a mano: licores y derivados del opio, sobre todo.
Uno de cada 10 costarricenses falleció a causa del cólera. La mortalidad se disparó en los sectores populares, principalmente de San José. Incluso Juan Rafael Mora tuvo cólera, pero se recuperó en una finca en Ojo de Agua; también “hubo muertos ilustres como el vicepresidente en ejercicio, Francisco María Oreamuno y el ex jefe de Estado José María Alfaro y su esposa, estos últimos residentes en la ciudad de Alajuela”, detalla Botey en Diálogos.
Posteriormente, la Campaña Nacional de 1856 y 1857 continuó hasta vencer definitivamente al invasor con sus ideas expansionistas en el istmo. Debido al desbordamiento que significó el cólera, en octubre de 1857 se crea el Protomedicato de la República para “proteger la salud pública y controlar el ejercicio de la medicina”. Fue una especie de colegio de médicos que contribuyó a mejorar el incipiente ejercicio de la medicina en la Costa Rica en el siglo XIX.
1899: la fiebre amarilla y el cerco militar en Alajuela
Cuando el siglo XIX estaba por expirar, una nueva epidemia azotó el país: la de fiebre amarilla, una enfermedad que le contagian los mosquitos infectados a los humanos y que presenta fiebre alta, fuerte dolores, vómitos y puede agravarse hasta producir ictericia, sangrados en nariz y boca, daños en órganos y la muerte.
Esta epidemia afectó especialmente a Alajuela y es poco recordada aunque tuvo muchas singularidades y consecuencias relevantes en la comunidad médica costarricense, según Ana María Botey.
Hubo casos de fiebre amarilla desde 1853, cuando un enfermo que venía en un buque alemán llegó a Puntarenas, hasta convertirse en una enfermedad endémica en esa parte del país, aseguraba el médico y científico Vicente Lachner. Son los arrieros que transportaban el café quienes movilizarán la enfermedad hacia el Valle Central; hay que recordar que Alajuela era un punto importante en la ruta de las carretas entre el Puerto y San José. Asimismo, es importante considerar que en esta época, la expansión bananera estaba en un punto álgido en el Caribe y algunos trabajadores se desplazaban hasta esa zona.
En julio de 1899 surgieron los primeros reportes de muertes por fiebre amarilla en Alajuela, enviados por el médico de pueblo de Alajuela y el ministro de Gobernación a la Junta de Gobierno de la Facultad de Medicina, también parecida a un colegio de médicos. Dicha Junta envió a un grupos de doctores a Alajuela para investigar la naturaleza del brote epidémico, alertó sobre el riesgo de epidemia y solicitó que se reportara cualquier caso de fiebre amarilla con el objetivo de poder aislarlo.
Ante el avance de los casos y las recomendaciones de la Junta, el Gobierno decidió aislar las cuadras donde se diagnosticaron los enfermos, aplicar estrictas medidas de higiene e instalar un cordón sanitario en el norte de Alajuela para contener el avance de la epidemia, en este cerco no se permitía ni la comunicación ni el contacto con la gente que estaba dentro de él.
“Esa epidemia duró nueve meses. Hay dos momentos, en el segundo se impone un aislamiento absoluto en norte de Alajuela con un cordón militar. A todo enfermo que muere le queman todo (desde la casa hasta la ropa). Además mandaron a matar perros, gatos y gallinas en la zona. Aún así estaban muy preocupados porque moría mucha gente y los casos no paraban; temían que se fuera a regar por todo el país. Claro, lo que no sabían es que un cordón no paraba a los mosquitos”, relata Botey.
La epidemia cesó para febrero de 1900: para entonces, habían muerto 99 personas por fiebre amarilla, un número muy alto para una Alajuela que tenía unos 3.500 habitantes.
Gracias a los reportes de la Marina de Estados Unidos, la élite médica publicó un certero artículo de cómo controlar y tratar la fiebre amarilla en 1902, lo cual propone atacar los criaderos del mosquito para el saneamiento de nuestros puertos. Esta medida se aceptará para combatir la fiebre amarilla y otras enfermedades ligadas con los zancudos.
1920: A un siglo de la pandemia de gripe española
La gripe española, una influenza que se llamó así solo porque España fue el primer país en alertar sobre la enfermedad en 1918, en medio del secretismo con que otras naciones en combate manejaban los casos durante la Primera Guerra Mundial, llegó a Costa Rica en 1920.
En una Costa Rica con un incipiente sistema de salud, golpeada por la dictadura de los Tinoco y con serios problemas de higiene en los barrios populares, la llamada “gripe extranjera” mató a 2.298 personas de los menos de 500.000 que había entonces.
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La enfermedad entró al país por Limón: uno de los enfermos bajó de uno de los barcos provenientes de puertos infestados con la influenza, una pandemia que exterminó a unos 50 millones de seres humanos alrededor del mundo. Los primeros enfermos en Costa Rica se registraron en febrero de 1920 y, posteriormente, siguiendo la ruta del ferrocarril que conectaba al Atlántico con San José llegó al Valle Central y contagió a todo el país.
En marzo de ese año, la situación ya era emergencia nacional, por lo cual se ordenó cerrar teatros, celebraciones religiosas, bailes, turnos, mercados y reuniones con más de 10 personas, así como aplazar el inicio del curso lectivo y seguir las normas de higiene. Solo en marzo, hubo 1.200 decesos a causa de la pandemia.
En ese momento, Costa Rica no ejecutó las mejores acciones para evitar el contagio; además de que no poseían ni las instituciones de salud ni la infraestructura necesaria para atender el desastre, comentó Botey.
1954: El terror por la polio
Entre marzo y abril de nuestra estación seca de 1954, una Costa Rica atemorizada por el futuro de sus niños luchó contra una epidemia de polio (poliomielitis). La polio es una enfermedad viral que puede causar una parálisis parcial o total del sistema nervioso, afecta principalmente a la población infantil y entra al cuerpo por la nariz o la boca por contaminación fecal. Es una enfermedad que no tiene cura, pero para la cual se desarrolló una vacuna desde 1955 en Estados Unidos; de hecho, al año siguiente, ya se empezó a aplicar aquí.
La polio se registró en Costa Rica desde 1941 y, periódicamente, afectaba a entre 8 y 12 personas al año; sin embargo, aquel verano de 1954, azotó el país como nunca antes –y nunca más–. El primer caso se reportó en Pérez Zeledón y luego se propagó por toda la nación; al final de la epidemia, la polio cobró la vida de unos 100 costarricenses y más de 1.000 enfermaron y sobrevivieron, explica la historiadora Ana Paulina Malavassi.
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“Como ataca principalmente a la población infantil, esto ayudó mucho a la sensibilización en ese momento, según se ve en la prensa y en los testimonios de la gente que vivió en esa época. En ese momento, la etapa de incubación de la enfermedad no estaba suficientemente clara; la gente le ponía a los chiquitos collares de naftalina o de ajo porque creía que así los iba a proteger. El Ministerio de Salubridad Pública empezó a tomar medidas adecuadas. En aquel entonces, hubo una presión enorme por cerrar las escuelas; sin embargo, el sistema educativo no cerró”, cuenta esta especialista de la Universidad de Costa Rica.
Debido a la parálisis que provocaba la polio en los niños, el país debió equipar sus hospitales con lo necesario para poder atenderlos. Ya cuando los pequeños contraían la enfermedad se instruía a sus familiares para que no fueran a causarles mayores lesiones y se impedía que estuvieran en contacto con otros con el fin de evitar el contagio.
Al principio se les atendió en un pabellón del Hospital San Juan de Dios. A partir de agosto de 1954, se acondicionó la Casa Verde, que en el pasado había sido la residencia del director del Asilo Chapuí y estaba cerca del hospital, para poder atender a “los pacientitos” y comenzar su proceso de rehabilitación.
“No había un centro de rehabilitación. Lo que vivió el país en esa epidemia será muy importante para impulsar el tema de la rehabilitación y de un centro especializado en niños, que luego generarían el Centro Nacional de Rehabilitación y el Hospital Nacional de Niños. Para poder atender a esta población, el gobierno invirtió recursos para que el personal se capacitara en Estados Unidos y en México y, mientras tanto, se buscó profesionales en el extranjero que pudiesen ayudar”, explicó Malavassi.
Costa Rica quedó tan impactada por aquella epidemia que cuando llegó la vacuna contra la polio y se promovió la idea de que “vacunar es prevenir”, la campaña resultó un gran éxito, recuerda la historiadora, tanto así que, para 1973, fue el primer país en América Latina en erradicar la transmisión de la poliomielitis.