Las subastas públicas constituían el mecanismo que, usualmente, utilizaban las autoridades para escoger a las personas responsables de levantar y administrar los tablados, donde se realizaban las corridas de toros.
En el remate de las fiestas cívicas de 1894, que se realizarían en La Sabana de Mata Redonda, las construcciones tenían que cumplir con las siguientes condiciones: “Miradores o tablados, los pilares o sostenes tendrán 60 centímetros de entierro, serán de madera sana, hilo recto, del grueso necesario, no se admiten puntuales de leña verde o débil. La altura del suelo al piso, lo mismo que de este a la cubierta será el de dos metros lo menos, las escaleras serán bien proporcionadas, cómodas y situadas de tal manera que no estorben al fácil tránsito.
"Los asientos guardarán lo menos 50 centímetros entre cada fila longitudinal, serán fuertes y seguros si son improvisados. Debajo de los miradores o tablados no habrá puestos de ventas, quedarán enteramente libres al público. Los tablados y barreras que a juicio de la comisión revisora no ofrezcan seguridad se harán refaccionar por cuenta de los empresarios” (La Gaceta. Diario Oficial, 07/12/1894).
Esta normativa, elemento de control social, también evidencia que la realización del montaje del escenario para el juego de toros no se hacía de forma improvisada, pues intervenían las autoridades con el fin de resguardar cada detalle. No importaba donde se efectuaría el espectáculo, ya que existía, inclusive, la alternativa de trasladar las corridas a otro lugar, entre otras razones, debido a los retrasos en el levantado de los tablados o a causa de las inclemencias del tiempo atmosférico.
Las actividades taurinas eran un negocio rentable, evidente en la comercialización de los mejores palcos o butacas del tablado para el deleite de los espectadores. Fueron comunes los anuncios impresos con la venta de asientos exclusivos, cuyo precio dependía de la capacidad económica de cada ciudadano; los sectores más adinerados preferían palcos, lunetas y graderías de sombra.
Un buen ejemplo de lo dicho se da en los festejos de 1898, en las cuales don Marcelino Acosta promocionaba la construcción de un tablado "situado a la sombra, abrigado del viento por el Edificio Metálico, montado sobre rieles con forma especial, para ver bien los juegos a cualquier altura y dedicados todos los palcos del frente para solo familias de buena sociedad. Está marcado con letra F y queda situado entre los tablados de Don Arturo Ulloa y Don Horacio Carranza" (El Heraldo de Costa Rica, 24/12/1898).
Los precios para los palcos de cuatro asientos era de 8 pesos y la luneta (con entrada), 1,75; además había un asiento para sirvientes de las familias que lo requirieran por 75 centavos.
Clases sociales marcadas
Dentro del redondel había una marcada diferenciación social. El sector más popular era gradería de sol: su precio era el más bajo y la vestimenta y sus ocupantes eran muy humildes.
Al respecto, la prensa escrita relataba: “Al sol se adivina al pueblo, a nuestro pueblo de atávicos gustos salvajes, pero que ensanchan agradablemente el espíritu, luciendo en las mujeres, los tonos infinitos del verde y el rojo, y en los hombres las variaciones maravillosas del grito y el silbido. A la sombra en cambio, la circunspección vestida de morenos colores y trajes europeos, animada en la conversación, correcta en el porte, y harto más simpática en las muestras aristocráticas de sus bellezas, tanto femeniles como masculinas” (El Heraldo de Costa Rica, 25/12/1898).
La rica descripción del cronista muestra esa tendencia tan reiterada en la Costa Rica de fin de siglo de reproducir patrones de consumo europeos, los cuales contrastaban con los que predominaban en la mayoría de la población.
En los empresarios abundaba el interés de ofrecer gran comodidad. Una muestra:“TABLADO LA COMPETENCIA que para las próximas corridas de toros tendrá a disposición del público, un excelente tablado, en uno de los mejores puntos al lado de la sombra. Las personas que deseen tomar localidades anticipadamente pueden dirigirse a La Mascota; en donde se expenderán los billetes que corresponden a los asientos numerados y en los días festivos, en el mismo puesto” (La República, 31/12/1887).
Echeverría & Castro ofrecía al público un tablado en el mejor sitio, lado de la sombra, al lado del palco Municipal. "Las personas que quieran abonarse pueden pasar a nuestra oficina, donde se les mostrará el plano para que escojan sus asientos” detallaba la publicación en La República (20/12/1887).
Las fiestas taurinas trajeron no solo alegría, sino diversificaron de la oferta comercial en torno a las distintas actividades que se celebraban en épocas navideñas, gracias al mencionado alquiler de espacios en los tablados, la comercialización de bebidas alcohólicas y la venta de comidas en los alrededores de la plaza de toros, entre otros. de la cotidianidad que vivía la población de entonces.
*El autor es coordinador del Programa de Estudios Generales de la UNED y profesor asociado de la Escuela de Estudios Generales de la UCR.