“Don Federico Tinoco, otrora hombre fuerte de Costa Rica […]. Con él me entreviste la semana pasada aquí en París […], radica en esta ciudad desde hace casi seis años, es un refinado ex general que habla muy bien el francés […] hombre de finos modales, pulcro vestir y buena educación […] vive austeramente en París con su esposa y espera regresar cualquier día a su Patria. Nadie se lo impide”
Casi desconocidas por los costarricenses, las anteriores palabras fueron parte de un artículo escrito por un joven periodista estadounidense que trabajaba en la capital francesa como corresponsal del periódico canadiense Toronto Star Weekly. Así, la entrevista al expresidente Federico Tinoco Granados se efectuó en 1925; es decir, un sexenio después de su intempestivo éxodo de Costa Rica.
Por cierto, algunas décadas más tarde, el lozano entrevistador sería galardonado con el Premio Pulitzer (1953) y con el Premio Nobel de Literatura (1954). Su nombre: Ernest Hemingway.
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Antecedentes
Tras dos años y ocho meses en el ejercicio del poder, la situación política de Costa Rica para agosto de 1919 se había vuelto casi insostenible para el presidente Tinoco. Tanto él como su hermano, el general José Joaquín Tinoco G., habían incurrido en severas medidas, las cuales provocaron varias acciones bélicas en su contra.
Ya desde febrero de 1918, el afamado intelectual Rogelio Fernández Güell se había soliviantado por medio de la llamada Rebelión de río Grande, pero para su desgracia, y por orden oficialista, ello provocó su ruin asesinato en Buenos Aires de Puntarenas, apenas un mes más tarde.
Para inicios de 1919 y bajo el liderazgo de Julio Acosta García, comenzó la denominada Revolución del Sapoá, con el norte de la provincia guanacasteca como escenario. Lucha que, entre sus muchas víctimas, tuvo el cruento homicidio del maestro salvadoreño Marcelino García Flamenco.
Fue entonces cuando la ciudad de San José se rebeló. Múltiples grupos de maestros, alumnos y ciudadanos protestaron contra Tinoco y su gobierno (junio-julio, 1919), lo cual, incluso, provocó el incendio y saqueo del periódico La Información (actual avenida 1ª y calle 5ª), pues se le imputó su accionar como medio de comunicación gubernamental (Bonilla, Harold, Los Presidentes, 1979).
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Salida del país
Para los primeros días de agosto, los hermanos Tinoco decidieron apartarse del Gobierno, pero bajo modalidades distintas. El 9 de ese mes, Joaquín renunció a su cargo como primer designado, mientras que Federico solicitó una licencia para separarse temporalmente de la presidencia. Petitorias aprobadas por el Congreso.
Empero, un hecho aceleró los acontecimientos. En horas de la noche del domingo 10 de agosto, Joaquín fue sigilosamente asesinado en barrio Amón, por lo que, tras el estupor inicial, Federico Tinoco dispuso su abandono inmediato de Costa Rica. Así, tras el funeral de su hermano (11 de agosto), comunicó al Parlamento la materialización de la licencia que se le había dado (12 de agosto). Acto tras el cual, el general Juan. B. Quirós S. asumió interinamente como nuevo mandatario.
Ese mismo día 12, Tinoco abordó un tren rumbo a puerto Limón, en compañía de su esposa María Fernández L., su reciente cuñada viuda Mercedes Lara I., los hijos de José Joaquín, otros familiares y un conjunto de allegados. Tras abordar el barco Zacapa, el grupo viajó a Kingston (Jamaica) y, de ahí, a Europa, en donde se disgregaron (Oconitrillo, Eduardo, Los Tinoco, 1982). En el caso de Tinoco y su cónyugue se trasladaron por unos meses a Londres y Sevilla.
Como detalle relevante, desde el 20 de agosto de 1919, Federico Tinoco había dejado de ser el presidente de Costa Rica. El mismo día de su salida del país le había entregado su renuncia formal al general Quirós, solicitándole que la presentase al Congreso algunos días más tarde, como en efecto sucedió.
En la ciudad luz
Tras varios meses, Federico Tinoco y María Fernández se domiciliaron en la ciudad de París, propiamente en el N.° 45 de la céntrica Avenue de La Motte-Piquet. Sitio en el que el exgobernante pasaría los últimos años de su vida.
Casi de seguido, ambos esposos establecieron una cordial relación de amistad con el afamado diplomático costarricense Manuel María de Peralta, quien, entre otras funciones, se desempeñaba como ministro plenipotenciario de Costa Rica en la capital francesa.
Pocos años después sucedió algo inusitado. En 1925, el expresidente de la República Julio Acosta viajó junto a su esposa a Francia, siendo invitado por el marqués de Peralta a varios actos protocolarios, entre los que estuvo una visita al Club Militar Inter-aliado. A dicha velada asistieron también los esposos Tinoco-Fernández siendo que: “Cuando don Julio y doña Elena llegaron a la fiesta, buscaron al Marqués de Peralta para saludarlo. Cuando lo encontraron estaba conversando con don Federico y doña María. Al verse todos, don Julio se adelantó a saludar a su vieja amiga doña María, mientras que don Federico saludaba a doña Elena. Una vez terminados los saludos a las señoras, don Julio y don Federico se estrecharon la mano” (Fernández, Jesús, Las Presidencias del Castillo Azul, 2010).
Fue también en ese año cuando el citado literato Hemingway entrevistó a Tinoco, lo cual se verificó en el café La Closerie des Lilas, ubicado en el bulevar Montparnasse de París.
Para 1928, Federico Tinoco escribió el único libro de su vida: Páginas de ayer. Obra dedicada a su sobrino Joaquín Tinoco Lara y que materializó en la parisiense Imprimerie Solsona (rue Hallé N.° 9), con el fin de presentar su versión sobre los hechos acaecidos en Costa Rica entre 1914 y 1919.
Muerte y repatriación
Tinoco Granados falleció en su hogar de París, en la mañana del lunes 7 de setiembre de 1931, a los 62 años. Por decisión de su viuda, el cadáver fue sepultado en el conocido cementerio Pere Lachaise.
Para el momento en que la noticia fue conocida en Costa Rica, el entonces presidente Cleto González Víquez emitió un decreto oficial de duelo, estableciendo que el Pabellón Nacional ondeara a media asta por tres días (Colección de Leyes y Decretos, 1931).
No obstante, su ostracismo no fue perenne. Tres décadas después de su fallecimiento, las autoridades diplomáticas del Gobierno, presidido por Mario Echandi J., incoaron las gestiones necesarias para inhumar los restos de Tinoco y remitirlos a nuestro país. Hecho acontecido el 7 de noviembre de 1960, cuando su osamenta arribó al puerto de Puntarenas.
Ese mismo día, un tren facilitado por el Gobierno trasladó el féretro hasta el Cementerio General en San José, en donde fue recibido por su viuda. Lejos de lo comúnmente creído, no se le sepultó en la tumba de la familia Tinoco.
A petición de su esposa, se le depositó en el mausoleo del afamado jurista, pedagogo y político Mauro Fernández Acuña, quien era el padre de María Fernández. En ese sitio permanece hasta el presente con una placa identificativa.
En fin, como Hemingway lo detalló en su artículo, a pesar de que nada le impedía regresar a Costa Rica, lo cierto es que Tinoco nunca volvió en vida. Cuando sus restos ingresaron por fin a nuestra patria, se cerró un largo periplo que había comenzado hoy hace cien años.
*El autor es director de la Cátedra de Historia del Derecho de la Universidad de Costa Rica e integrante de la Comisión Nacional de Conmemoraciones Históricas.