El 1.° de abril de 1920 apareció una nota en el número 16 de la revista Repertorio Americano que anunciaba la aparición de los Cuentos de mi tía Panchita, libro elaborado por Carmen Lyra; según ese mismo texto, María Isabel Carvajal –nombre de pila de la autora– “era la llamada a hacerlo”.
Curiosamente no se guarda ningún ejemplar de la primera edición en la Biblioteca Nacional ni en los centros de documentación de las universidades públicas de nuestro país. El profesor Daniel Bojorge logró localizar en la Biblioteca Nacional de Maestros, en Buenos Aires, Argentina, uno de esos primeros ejemplares, el cual se encuentra disponible en internet.
Es oportuno reflexionar sobre las condiciones educativas, sociales y literarias que confluyeron en la época en que este texto se difundió dentro y fuera del país.
Vidas en las aulas
Tanto la escritora como el editor, Joaquín García Monge, dedicaron su trabajo profesional a la educación. Carmen Lyra se graduó como maestra en 1904, en el Colegio Superior de Señoritas. Ejerció en la educación primaria y fue una de las iniciadoras de la educación preescolar en nuestro país.
García Monge estudió en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile y también trabajó como profesor. Su vocación magisterial encontró su máxima expresión al publicar, a partir de setiembre de 1919, el Repertorio Americano, revista que se convirtió en cátedra abierta de enorme relevancia en el continente. Tal como lo expresa el filósofo Arnoldo Mora: “García Monge es un maestro de maestros”.
Así que Los cuentos de mi tía Panchita reflejan el anhelo de una escritora y un editor de ofrecer al pueblo un libro que reivindicara su lenguaje y sus creencias, fomentara la lectura y propiciara un entrañable entretenimiento con algunas moralejas, como muestra de ancestral sabiduría.
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La Cátedra de Literatura Infantil
Como un proyecto innovador, García Monge propuso la creación de una cátedra dedicada al estudio de la literatura infantil en la Escuela Normal, institución dedicada a la formación de maestros, que abrió sus puertas en 1915.
Carmen Lyra impartió lecciones allí a partir de 1920. Aunque no se ha encontrado documentación sobre sus clases se sabe que, en la época, el folclor era considerado la fuente primaria de la literatura infantil.
Es más, García Monge expresaba: “Pero hay otra literatura, la folclórica. Al niño la literatura que más le conviene y le interesa es la folclórica, de su gente, de su tierra”. Por eso, congruente con ese pensamiento, los cuentos de la tía Panchita fueron elaborados como manifestaciones del saber popular anónimo.
La aparición de tío Conejo
Carmen Lyra y Lilia González dirigieron el periódico San Selerín, dirigido a los niños en una primera época entre 1912 y 1913. Apareció, en una segunda época, bajo los cuidados de esas mismas maestras y García Monge, entre 1923 y 1924. Allí circularon artículos didácticos y textos literarios que realzaron el folclor, escritos por autores como Charles Perrault, los hermanos Grimm, Fernán Caballero, Gabriela Mistral, Carlos Luis Sáenz o Hans Christian Andersen.
En el número 11 de San Selerín, de mayo de 1913, se mencionó por primera vez a tío Conejo. De manera anónima, se dieron a conocer, en diferentes números las aventuras de este pícaro petrsonaje. Algunos de esos textos son Tío Conejo se escapa de la escuela o El caballo de tío Conejo.
Época de reconocimiento social
Carmen Lyra tuvo un papel de decisivo liderazgo en manifestaciones en contra de la dictadura de los hermanos Tinoco, que gobernó al país entre 1917 y 1919.
Es importante recalcar que, en la marcha del 13 de junio de 1919, Lyra animó la quema del edificio del periódico oficialista La Información. Por eso, cuando terminó la dictadura recibió una beca para realizar estudios en Europa.
Por otra parte, García Monge fue nombrado en 1919 como secretario de Instrucción Pública e inició la difusión de su memorable Repertorio Americano. Fueron circunstancias sociales y políticas que les dieron reconocimiento social y les facilitaron la publicación de este libro dirigido a la niñez.
Historias de épocas remotas
Son dos fuentes las que se evidencian en los Cuentos de la tía Panchita. En la primera parte del libro están relatos, cuyos argumentos fueron recopilados por la autora española Fernán Caballero (1796-1877). Su nombre fue Cecilia Böhl de Faber y Ruiz de Larrea y recurrió a un seudónimo masculino para abrirse paso en un mundo literario dominado por hombres. Por ejemplo, el cuento El lirio azul, versión valenciana de Caballero es escrito como La flor del olivar por Carmen Lyra.
Curiosamente, el Ratón Pérez, personaje de La Cucarachita Mandinga, también es retratado por el Padre Coloma, sacerdote español que elaboró un cuento, a finales del siglo XIX, como regalo al rey Alfonso XIII cuando era niño. Aún existe un museo dedicado al Ratón Pérez en el número 8 de la Calle Arenal de Madrid.
Los cuentos de tío Conejo se remontan a otros orígenes. Los argumentos fueron escritos por el autor norteamericano Joel Chandler Harris (1845-1908), quien los escuchó de afroamericanas que vivían en la esclavitud. Contaban historias de un conejo llamado Somba, Kalulu o Sunguru y el autor imaginó a un tío Remus, capaz de entretener a los niños con las pillerías de un conejo, a quien le dio el nombre de Brother Rabbit o Brer Rabbit.
Curiosamente, ni Chandler Harris ni María Isabel Carvajal fueron reconocidos por su padre y es posible que, por esa razón, se hayan inclinado a escribir cuentos narrados por personas humildes que también sufrieron discriminación por pobreza, racismo o esclavitud.
Ediciones e ilustraciones
El libro de 1920 tiene 15 cuentos presentados en un orden que diferente al de las ediciones actuales. En 1936 se publicaron dos ediciones, una de lujo y otra rústica, con las imágenes de Juan Manuel Sánchez. Fue entonces cuando se dan a conocer los cuentos De cómo tío Conejo salió de un apuro, Tío Conejo y los quesos, Tío Conejo y los caites de su abuela, Tío Conejo y el caballo de Mano Juan Piedra, Tío Conejo ennoviado y Cómo tío Conejo les jugó sucio a tía Ballena y tío Elefante.
En la edición póstuma de 1956 se varía el orden de los cuentos. En una primera parte están los relatos que no tienen un personaje central y, en la segunda, todos los relatos sobre tío Conejo. Además se agregan los textos Escomponte perinola y Tío Conejo y el yurro.
Actualmente también circulan ediciones ilustradas por Hugo Díaz y Ruth Angulo.
Nos encontramos con un libro iniciador de la literatura infantil costarricense y emblema de la identidad. Y como dice la autora: “Y yo fui, y todo lo vi, y todo lo curiosée y nada saqué”.
*El autor es profesor de literatura infantil en la Universidad de Costa Rica y miembro de la Academia Costarricense de la Lengua.