Que este pintor, Luis Chacón, exhiba en la galería de la Escuela de Artes Plásticas tiene sus implicaciones en el devenir de su carrera y las de aquel sitio de formación artística-universitaria, con todo lo que conlleva regresar al lugar donde (des)aprendimos, en tanto es prodigioso desaprender nuestros saberes para buscar nuevos retos e indumentaria creativa.
Jorge Debravo, en aquella maravillosa poesía titulada Trajes, del libro Nosotros los hombres, decía que los trajes, a veces tenemos que deshilacharlos y romperlos, quedarnos desnudos frente a la intemperie, pues así la adversidad nos exige buscar nuevos trajes, y tirar ese gangoche viejo donde no cabe nuestro pensamiento.
Exponer allí nos devuelve a los tiempos en que él –el Chacón que todos conocemos, criticón y retador– fue estudiante: años de grandes maestros que defendieron la “gesta” de formar artistas para dejar huellas en esa percepción del tiempo y el espacio, eso que llamamos historia. La escuela es el templo de contemplación o el cuadrilátero cotidiano donde damos grandes luchas; aprender implica sacar provecho a lo vivido, un camino de duros golpes, pero también de grandes satisfacciones y logros.
Luis conoció ahí a su gran maestra y mentora Lola Fernández, con sus destrezas compositivas y de exploración de materiales. Quizás probó el consejo de una Dinorah Bolandi, con aquella síntesis extraordinaria que manejaba en su lenguaje plástico, o probó la sabia apreciación crítica de Francisco Amighetti, poético e incisivo, y las enseñanzas del bonachón José Luis López, con aquellos grandes gestos cargados de vitalidad. Todos ellos constituyen un bagaje que los artistas asumimos y asimilamos de manera formal en la Academia, pero llevamos al ámbito informal, en la calle y en la vida.
Diferentes territorios
Esta nueva exposición de Chacón demarca otro territorio, que no es solo geográfico aunque se puede identificar en un mapa, sino que también es emocional. Esto queda en evidencia cuando el artista ingresa a su taller, su laboratorio de investigación con todo lo posible: el clima, la atmósfera, el paisaje, las arboledas, la topografía, la luz, el contraste, el color, la acuosidad de la técnica, los pringues; todos son insumos usados al poner el pigmento sobre la superficie y pintar con la maestría con que lo hace.
Al acudir al color genera tensiones cromáticas que encienden las emociones más íntimas. Es una obra provocadora, en la que sentimos el efecto que tiene el arte de contagiarnos, de clamar por escuchar esos “trinos visuales” que saltan entre sus distintos componentes del cuadro, entre el árbol y la montaña, entre el rayo de luz y las aguas costeras, entre los ritmos tímbrico-gestuales que Chacón produce y son su firma.
Chacón confiesa que tiene dos maneras de enfrentarse al proceso creativo: una consciente y otra intuitiva: “Cuando sé que voy a hacer, parto de una idea preconcebida, de un concepto ya analizado y de qué técnica voy a desarrollar; conozco el tamaño y los soportes. Y lo que voy a decir es lo más importante (concepto), lo pienso mucho antes de comenzar, puede tardar meses, después es cosa fácil”.
No irse nunca
Y afirmo, porque lo conozco de casi toda la vida, él se esforzó en este regreso a los espacios donde aprendió, quizá para atraer las miradas de los nuevos educandos y demostrar desde los logros y la constancia de la técnica y la construcción conceptual del cuadro.
Hay un enfoque educativo en esta muestra actual. Está allí el geniecillo que lo instiga a expresar, a indagar, a criticar, a confrontar; nunca abandonó esos espacios: aquellas memorias las lleva dentro y, cada vez que abre la puerta de su taller, la escuela va con él.
La exposición estará abierta hasta el 5 de junio. La Escuela de Artes Plásticas está ubicada en la Facultad de Bellas Artes de la UCR, en el campus Rodrigo Facio en San Pedro de Montes de Oca.