Tomando en cuenta la celebración del 12 de octubre, queremos comentar que una familia, precisamente la familia de Doña Adela Gargollo de Jiménez, ha guardado con celo unos trabajos que fueron realizados en la fábrica que ella dirigió por muchos años y son parte de nuestra historia.
El arquitecto e historiador Andrés Fernández, publica en el 2011 un interesante artículo sobre las placas del obelisco a Cristóbal Colón. En el mismo, nos hace una reseña de la historia de este obelisco desde 1900, fecha en la que Ricardo Fernández Guardia lanza la idea de erigir uno en Limón para conmemorar el cuarto centenario del descubrimiento de América. En ese texto, el articulista relaciona la historia del obelisco con el Paseo Colón, y en esa aventura –como nos narra Andrés Fernández– también aparece Fernández Guardia junto al cónsul de España de la época, quienes solicitan a la Municipalidad de San José, que denomine Paseo Colón al tramo de calle que iba desde el Asilo Chapuí hacia el oeste.
A su vez, Monseñor Sanabria comenta que “Monseñor Thiel escribió una carta a don Francisco María Iglesias, el 12 de octubre de 1900: este se adhiere calurosamente al proyecto y trata de demostrar con grande acopio de erudición histórica que Colón desembarcó en nuestro puerto del Atlántico el 25 de setiembre de 1502”.
Después de 1910 se realiza un exhaustivo estudio, se empiezan las obras y por fin se inaugura El Paseo Colón, el 12 de octubre de 1915. Este trecho abarcaría 14 cuadras, desde el Hospital San Juan de Dios, hasta la entrada del Llano de Matarredonda en calle 42. Se aprovechó el evento para colocar la primera piedra de un monumento a Colón, sin embargo, pasarían casi dos décadas sin que este proyecto viera la luz. Dicho monumento se había planeado para que fuera majestuoso y llevaría una escultura de Colón como remate, sin embargo a la postre, lo que se realizó fue un obelisco.
Corría el año 1932 cuando se inauguró El Obelisco monumento al Almirante Colón, el cual detentaba un relieve de bronce en cada uno de sus costados. La Pinta, La Niña y La Santamaría –las tres carabelas– estaban colocadas al norte, oeste y sur de la aguja de 10 metros. Hacia el este se encontraba la placa con el texto de homenaje que le rendía la Municipalidad de San José.
El obelisco –una alta aguja de cemento armado– lo construyó el ingeniero Gonzalo Truque. Los relieves fueron obra de Rafael Sáenz González, hermano de la artista Luisa Sáenz González, quien era casada con el hijo de Doña Adela y colaboraba en la fábrica Adela v. de Jiménez e hijos, en aquel entonces principal compañía constructora del país.
Para hacer relieves de bronce, generalmente se debe elaborar un modelado en un material suave como el barro para poder hacer los moldes de la fundición, y hasta ahora se había creído que así habían sido forjados esos relieves. Sin embargo, hay otro método en el que se utilizan formas rígidas para hacer los moldes y, éste fue el que utilizó Rafael Sáenz para elaborarlos. Talló en madera las tres carabelas y la placa con la efigie de Colón y los textos, de esas tallas, sacó los moldes. Cada una de esos relieves en madera fue debidamente firmado por el autor, pero llama la atención que, por alguna razón poco clara, las copias de bronce no la ostentan, ni tampoco se le nombra en los créditos de la placa principal. El irrespeto que se le hizo en su momento al creador de estas obras, es en este caso muy evidente.
Lo sorprendente es que, aunque ese obelisco fue demolido con el pretexto de que había que ampliar el Paseo Colón, todavía quedan como evidencia del pasado, los bronces que adornaron los cuatro costados del Monumento a Colón y que fueron recolocados por la Municipalidad de San José al final de dicho Paseo, en la plaza frente al Museo de Arte Costarricense.
Al parecer un duplicado de esos relieves, se vació –según comentaba el artista Guillermo Jiménez Sáenz, nieto de Doña Adela y sobrino de Sáenz González– con escombros de aluminio del avión de Pablo Sidar y Rafael Rovirosa –quienes en 1930, volaban sin escalas desde México a la Argentina– y que se estrelló en Puntarenas. Las copias de aluminio fueron conservados en la casa de Doña Adela, en donde residía el pintor y que estaba situada en la calle 10, entre avenidas central y primera.
Los relieves de Rafael Sáenz González, fueron fundidos en bronce y los detalles de las velas y otras particularidades les fueron soldadas; lo que constituye una variante de la manera de fundir en la época y que tal vez utilizaba técnicas muy artesanales. A este respecto, hay que tomar en cuenta que Louis Féron, todavía no había sido contratado para hacerse cargo del taller de fundición del Ministerio de Fomento.
Pero lo que es más interesante, es que las tallas de más de un metro de alto, que dieron origen a esos relieves, todavía se encuentran en manos de los descendientes de la familia Jiménez y ellos guardan con celo lo que es parte de la herencia cultural de Costa Rica.
Tal vez, como velado reproche a nuestros gobernantes y políticos, que no saben cuidar y guardar el patrimonio, ese obelisco fue una referencia cardinal hasta hace muy poco tiempo, y que nos recordaba constantemente que las decisiones de algunos personajes que ostentan el poder, no siempre son válidas.
Hoy, sólo nos queda decir: “Del obelisco, 900 varas oeste y 100 sur...”