Las mentes fantasiosas tienden a crear situaciones también fantasiosas alrededor de viejas edificaciones o cuando estas se encuentran abandonadas o deshabitadas, como es el caso del antiguo Sanatorio Carlos Durán Cartín, ubicado entre las verdes montañas de Oreamuno de Cartago; sitio muy frecuentado.
Quizás también, una película nacional filmada hace algunos años allí, contribuyó a crear una atmósfera de miedo en torno a este lugar. Lo cierto es que muchos lo visitan esperando ver a la monja que se asoma por una ventana, ver en su fotografía un fantasma, o escuchar algún extraño ruido que los haga correr del susto para tener una anécdota que contar a los demás.
LEA MÁS: Sanatorio Durán tuvo calidad de un hospital del primer mundo
Por otra parte, también se desarrolló un genuino interés por este particular conjunto arquitectónico, reconocido como patrimonio histórico-arquitectónico desde 2014, mediante el decreto Nº 38657-C y propiedad de la Unión Nacional de Pequeños y Medianos Productores Agropecuarios Costarricenses (Upanacional).
Destacados investigadores, así como estudiantes universitarios han encontrado en este lugar un verdadero tesoro y una interesantísima veta por explorar.
Desde artículos hasta sendas tesis de licenciaturas o maestrías en historia, arquitectura, antropología o arqueología, así como lo es la investigación histórico-arquitectónica para fundamentar su declaratoria como bien patrimonial de la nación, han hecho que tanto académicos como vecinos del lugar y otras personas realmente interesadas, se unieran para conformar una organización sin fines de lucro y con el único interés de procurar la preservación y puesta en valor de este importante sitio por medio de una fundación.
Y es que no es para menos, la historia del “Sanatorio”, como comúnmente se le conoce, data de más de 100 años. Si bien su creación oficial se dio en 1915, desde varios años antes ya era evidente la necesidad de un lugar que reuniera las condiciones óptimas para tratar adecuadamente una enfermedad que, para esa época de finales de siglo XIX y principios del XX, era nefasta y cobraba muchas muertes en todas partes del mundo, razón por la que a la tuberculosis se le conocía también como “la peste blanca”.
En Costa Rica hubo dos situaciones que hicieron que el Dr. Carlos Durán Cartín se diera a la tarea de crear una institución médica que atendiera la tuberculosis: la alta incidencia de esta enfermedad en nuestro país y sus graves y consecuentes resultados que incrementaron los niveles de mortalidad; así como el padecimiento de dicha enfermedad por parte de una de sus hijas.
De acuerdo con la Dra. Carmela Velázquez, el Dr. Durán y su familia debieron viajar hasta Nueva York en busca de un centro hospitalario para atender la enfermedad de su hija Elena, debido a que en Costa Rica no existían ni instalaciones, ni equipo, ni personal calificado para atenderla. Velásquez supone que durante la estadía de su hija en el Sanatorio Loomis, Durán aprovechó para seguir investigando y estudiando acerca de la enfermedad, para observar lo relacionado con la infraestructura y hasta lo referente a la administración de un sanatorio, conocimientos que luego le sirvieron para la fundación.
Es así como el 16 de agosto de 1915 se creó mediante la ley N° 58, el Sanatorio Carit, como se llamó inicialmente. Desde entonces, su dirección y administración estuvo a cargo de una junta integrada por cinco miembros llamada Junta del Sanatorio.
La eficiente labor de esta junta hizo que rápidamente se consiguiera el sitio con las mejores características para ubicarlo, los recursos económicos y la construcción de los primeros edificios.
Los miembros de la Junta del Sanatorio demostraron tener una gran visión a futuro, se aplicó las mejores técnicas constructivas y materiales de la época, entre estos, finas maderas. Se construyó con una belleza cómoda y austera y se le dotó de los utensilios y equipo necesarios para su óptimo funcionamiento, así como de los servicios de agua, electricidad y de comunicación de la época. Funcionó como una comunidad verdaderamente autosuficiente.
Según lo señala la historiadora Vivian Solano: “La construcción del inmueble fue muy cuidadosa: se tomaron en cuenta los avances médicos del momento y varias consideraciones arquitectónicas. Así, la temperatura, la altitud y las propiedades de distintos materiales constructivos fueron estimados. Para aislar el ruido y mantener el ambiente seco se colocaron entre las paredes y el techo, bolsas con aserrín y viruta de madera. Para el control de la humedad y de la sismicidad se construyeron las edificaciones sobre pilotes, por lo que, aún hoy son muy estables… Y en otros ámbitos de la construcción, se llegaron a especificar para cada oportunidad, los requerimientos en cantidad, calidad y color de los mosaicos para los pisos, así como el mobiliario para las diferentes estancias”.
El 30 de junio de 1918 la Junta del Sanatorio presentó un detallado informe económico en el que se indicaba que esta obra ya había sido concluida y estaba lista para prestar sus servicios. Por la compra del terreno, materiales, mano de obra y equipo, se invirtió ¢248.466.13.
El 1.° de noviembre de ese mismo año, abrió sus puertas con capacidad de 60 camas y cuatro secciones: un pabellón de hombres, uno de mujeres, otro para niños y uno para pensionados, en el que, generalmente, eran internadas personas extranjeras y de alta posición socioeconómica.
Posteriormente, según las necesidades y de acuerdo con el crecimiento de la población enferma, fueron construyendo otros edificios con otros materiales como cemento y otros lenguajes arquitectónicos, hasta conformar el interesante conjunto arquitectónico que hoy conocemos y debemos valorar en toda su dimensión.
Desde entonces, y por más de 50 años, el Sanatorio Durán prestó los mejores servicios médicos para la atención, tratamiento y cura de la tuberculosis, hasta su cierre en 1973. Fue el único de su tipo en la región centroamericana y del Caribe.
LEA MÁS: Sanatorio Durán: de refugio de fantasmas a paradero turístico
Por ello, la visión del Dr. Durán y de los demás miembros de la Junta del Sanatorio, así como el tesonero trabajo de sus diferentes directores, médicos, enfermeras, encargados del laboratorio, farmacéuticos, cocineras, jardineros, carniceros y las religiosas Hermanas de la Caridad de Santa Ana, quienes por tantos años prestaron sus servicios auxiliando a las personas enfermas, no pueden caer en el olvido y menos aún, reducirse a mitos o fantasiosas historias de terror que los reducen a “los que asustan”.
Por el contrario, debemos devolver a estos servidores y al conjunto arquitectónico la dignidad e importancia que tienen y merecen, para que las futuras generaciones conozcan su verdadera historia; la historia de cómo se enfrentó el flagelo de la tuberculosis a principios del siglo XX con las mejores armas que hubo al alcance.
Pongamos en valor al Antiguo Sanatorio Durán como parte de la historia de la medicina costarricense y, también, como reflejo material de una parte de la historia de nuestra arquitectura.
*La autora es historiadora del Centro de Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural y miembro de la Fundación del Sanatorio Carlos Durán