Desde febrero y hasta agosto, el Museo Histórico Cultural Juan Santamaría ha ofrecido un despliegue de 40 años de trabajo de Dinorah Carballo. Se dice muy fácil, pero cuatro décadas pueden contener docenas de carreras, caminos abandonados para siempre o por ratos, regresos inesperados y florecimientos espontáneos. Una Dinorah o muchas; así se siente recorrer la exposición y conversar con ella.
Artista, curadora, promotora y activa siempre: así es esta costarricense que ha hecho arte con lo que puede y cuando puede. A pesar de la diversidad y de la experimentación que caracteriza parte de su producción, recurren elementos claros, como los textiles y las transparencias, que unifican su trabajo; a la vez, apreciar momentos distintos de su carrera nos habla de una mirada que no se cansa y que no cansa, de una creadora que ha estado probando con el hacer y el deshacer.
Rojo vivace, que cierra este 27 de agosto, reúne las preocupaciones de Carballo, y recorrer la exposición con ella es también repasar su vida, que impregna las obras. Posamos la mirada, por ejemplo, en trabajos de la serie Arquetipos, mostradas en el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo en el 2001.
“Surgen de mi interés en mostrar una obra más ‘arbitraria’, más vital, utilizando la naturaleza. Las flores forman parte de todo momento en la vida de nosotros; desde que nacemos nos llevan flores. Recuerdo cuando mi abuelito iba a sembrar y yo me encontraba las florecitas”, cuenta.
Inmediatamente pasamos a hablar de Alajuela, donde nació en 1947 y donde pasó su infancia. Era otra Alajuela, claro, que la ciudad que recibe ahora su trabajo. Carballo se mudó a San José y estudió literatura y luego arte, y empezó a exponer en muestras colectivas e individuales desde mediados de los 80. Siempre ha participado en esfuerzos de grupo: cofundó la Red Textil Iberoamericana, el proyecto Semiramis y ha tenido destacados papeles en la Asociación de Artistas Visuales y Punto D Asociación de Diseñadores Costarricenses.
Variaciones sobre textos
En el trabajo de Dinorah Carballo hay idas y vueltas entre “arte” y “diseño”; aquí vemos diseño textil y ensambles de objetos, pintura, grabado, fotografía, impresiones, video, arte digital y a veces, varias de ellas juntas. Asimismo, recurre el texto como elemento evocador, punzante en ocasiones, tierno en otras.
“Me interesa la literatura. Reflexiono mucho sobre elementos que nos han construido, sobre formas y comportamientos cuando decimos una cosa y la decimos al revés. En este recorrido vamos a ver la influencia de la palabra, de la literatura”, explica la artista.
Carballo se define entre la curiosidad y el asombro. “Siempre he sido estudiosa”, dice modestamente, pero la realidad es que ha explorado todo. “Nunca encuentro respuestas tajantes, como es la vida… eso me lleva a la inquietud por probar haciendo las cosas de una forma o de otra”.
“No sé cómo he hecho para hacerlo todo, con chiquitos, estudiando tres carreras… pero sí, ha sido un sentimiento, una sensibilidad hacia el ser humano”, cuenta Carballo, quien incluso fuera del mundo del arte se mantiene activa en grupos y actividades de toda índole.
Dice que es música frustrada, estuvo en el taller literario de Carmen Naranjo por 15 años, colabora con todo. Probó temprano con la computadora y las posibilidades de lo digital. En la exposición, vemos videos donde hay performance e instalación, así como fotografías digitales en gran formato que incorporan los “errores” y cualidades de la técnica misma en sus etapas tempranas.
Ese interés por la materia misma resalta especialmente en sus tejidos, en sutiles impresiones sobre transparencias, en flores comprimidas entre láminas…
Uno percibe la mano de Carballo en todo: aquí hay una mano que piensa. Recién llegada de la academia Ganexa, en Panamá, probó con la pintura, que vemos en Rojo vivace, pero desde entonces ya es una pintura que se desborda del cuadro. “Siempre tuve esa inquietud de no sentirme cómoda encerrada, ante los marcos…”, explica.
“Nos afecta todo lo que sucede alrededor y de esa forma actúo yo como persona”, lee en una obra y la encadena con su pensamiento. De allí saltamos a las flores en sus sillas, creadas en esa intersección de diseño y una expresión muy personal.
Una vez más, es un acercamiento curioso a los objetos, como las flores: “Las exploro, las toco, las transformo en algo; aquí, en almohadones”.
En un ensayo académico publicado en el 2017, Carballo concluía, tras un repaso por la curaduría de mujeres de los años 90: “La huella que se ha dejado por la acción de las curadoras, gestoras, investigadoras debe redescubrirse, alimentarse…”, apuntando hacia el futuro. Ahora le toca a ella: la presencia de Dinorah Carballo debe reafirmarse en los mapas del arte de Costa Rica, no tan solo por su obra, concentrada y sugerente, sino por su persistencia en hacer visible la de muchas más artistas.