¿Quién es Doreen Vanston? Una joven irlandesa expatriada, apenas mencionada como una anécdota y casi fantasmal figura en los años 20, dejó en nuestro país un legado misterioso y extraordinario: el alba de las vanguardias.
“Doreen” fue la adaptación fonética adoptada por Dairine Vanston, nacida en Dublín en 1903. Hija de la escultora irlandesa Lilla Vanston, Doreen realizó estudios académicos de bellas artes en el Goldsmiths College en Londres, para luego instalarse en París, atraída por la legendaria vida cultural de la capital francesa.
Allí estudió en la Académie Ranson, bajo la tutela de Roger Bissière, pintor cubista cercano a Juan Gris, Georges Braque y André Lhote; todo esto, antes de instalarse en Costa Rica entre 1927 y 1934.
En años recientes, las investigadoras Sussy Vargas y María Enriqueta Guardia se han interesado de manera especial en esta artista, que solo es mencionada en breve por la historiografía oficial. ¿Por qué? Posiblemente debido la ausencia de obras y fuentes primarias de estudio en el país.
A pesar de su juventud y de la fugacidad de su estancia en Costa Rica, de apenas siete años, su aporte filosófico y formal en el arte costarricense es singular. En el marco de una reciente donación al Museo de Arte Costarricense (MAC) de su única pintura conocida en el país, una revisión de esa huella es necesaria.
De París a San José
Desde los primeros años del siglo XX, un gran número de artistas europeos se instaló en París buscando mejores condiciones para el ejercicio de su arte, seducidos por la intensa vida intelectual de esa capital. Entre ellos Picasso, Chagall, Zadkine, Archipenko, Van Dongen, Modigliani, Freundlich y Soutine.
Más tarde, algunos europeos y latinoamericanos, en su mayoría jóvenes, completarían las filas de un movimiento de artistas franceses e inmigrantes conocido como Primera Escuela de París. Así, llegaron en la década de 1920, el mexicano Federico Cantú, la brasileña Tarsila do Amaral, el costarricense Max Jiménez y, más tarde, el cubano Wifredo Lam, entre muchos.
Instalados en su mayoría en pequeñas buhardillas con talleres improvisados, estos creadores dedicaban una importante parte de su tiempo a las tertulias mundanas en los cafés de Montparnasse y Saint-Germain-des-Près, en el margen izquierdo del Sena, alrededor de otros artistas destacados.
Entre innumerables garrafas de vino y paquetes de tabaco, los artistas, en compañía de críticos, filósofos, poetas y escritores, debatían interminablemente en los cafés sobre el devenir de su ejercicio, sobre el significado de la modernidad, sobre las secuelas aún frescas de la Gran Guerra, sobre las fronteras éticas y estéticas del arte, sobre forma y contenido.
Las primeras tres décadas del siglo en esa ciudad fueron un momento fulgurante para la vida cultural en Europa y, en particular, para el pensamiento que alimentó a distintas escuelas y movimientos de vanguardia en el arte. Esta circunstancia fomentó, además, una extraordinaria efervescencia editorial que acompañó a estos movimientos, la cual, dotada de mecanismos tecnificados, permitió la publicación y la vasta circulación internacional de revistas, cartillas, catálogos y libros de arte.
Esto fue particularmente importante dentro de Europa y hacia Estados Unidos, Latinoamérica y el Caribe, donde las vanguardias fueron revisadas y adaptadas a los distintos contextos, generando la primera gran mundialización de las artes plásticas, encarnada en la modernidad atlántica.
En este contexto y por medio de su amigo, el joven Max Jiménez, Doreen Vanston conoció a Guillermo Padilla Castro en París, hacia 1924. Padilla, nacido en San José en 1899, había recibido en 1921 una beca especial del Gobierno de Costa Rica para estudiar leyes en Francia. Desde su juventud se había destacado por su liderazgo y fervor cívico, siendo el fundador de la Sociedad de Estudiantes del Liceo de Costa Rica. En junio del 1917 dirigió el movimiento estudiantil contra la dictadura de Tinoco en protesta por el linchamiento y encarcelamiento de varios estudiantes. En 1920 fue nombrado coronel en la Escuela de Cadetes, y en 1921 fue destacado en una campaña militar durante el conflicto limítrofe con Panamá en el río Coto, donde resultó herido de cuatro balazos.
Por sus méritos acumulados, el Gobierno le otorgó la beca que le permitió viajar a París y realizar sus estudios al tiempo que se sometía a varios tratamientos médicos.
En la primavera de 1925, Guillermo Padilla y Dairine Vanston contrajeron nupcias en la iglesia de Nôtre-Dame-des-Champs. Asistieron a la boda destacadas personalidades, entre ellas Miguel Ángel Asturias y, según un testigo, también “todos los que pintaban, escribían, esculpían y hablaban español en aquellos días y en París”.
Un año después nació su primer hijo, Juan Connor. En 1927, Padilla obtuvo su título de doctor en Derecho en la Universidad de París. Este mismo año regresó, con Doreen Vanston y su hijo, a San José, luego de una temporada pasada en Italia.
Rápidamente, luego de su llegada e instalación en la capital, Padilla y Vanston fueron integrados a los círculos locales de artistas e intelectuales. Los artistas plásticos visitaban de manera regular su casa para consultar la vasta biblioteca de libros, revistas y catálogos de arte moderno que ella había traído de París e intercambiar opiniones sobre las últimas escuelas y tendencias.
Max Jiménez, que había regresado a Costa Rica en 1925 y otras personalidades importantes como Teodorico Quirós, Emilia Prieto, Francisco Zúñiga, Francisco Amighetti y Fausto Pacheco, entre otros, se convirtieron en visitas regulares.
La casa de Padilla y Vanston era, entonces, una modesta pero importantísima transposición de las tertulias parisinas en San José. Estos intercambios fueron quizá el aporte más significativo y duradero que hizo Vanston durante sus años en Costa Rica. La revolución del arte y del pensamiento moderno tuvo como requisito fundamental, para su nacimiento (en el siglo XIX) y expansión (en el siglo XX) el intercambio de formas e ideas.
Al igual que Max Jiménez y Teodorico Quirós, quienes estudiaron y trabajaron en el extranjero, la experiencia, ideas y recursos traídos por Vanston, así como su visión personal de lo auténtico, contribuyeron de manera indiscutible al desarrollo de la modernidad en Costa Rica. Emilia Prieto escribió: “es tan fecunda su enseñanza, que no ha de malograrse”.
No fue menor, por otra parte, la influencia profunda que tuvo Costa Rica en la propia Doreen, dotándola, en particular, de la alegría del color.
Vanston, en pintura
Si bien la obra Sin título [Retrato de un obispo], reproducida en 1929 en Repertorio Americano, hace eco directo de los rostros-máscara de Picasso en su síntesis formal, la pintura de Vanston no es cubista en el sentido ortodoxo del término.
Su influencia medular es anterior: reside más que nada en el postimpresionismo de Cézanne, por lo que, en realidad, comparte un ancestro común con los cubistas de primera línea y los cita formalmente de manera apenas puntual.
Hacia 1926, Vanston realizó un retrato al óleo de su esposo. La obra constituye un extraordinario resumen de las reales influencias y preocupaciones estilísticas de la artista en esta época.
Padilla nos aparece representado con cierta violencia geométrica, como una composición esquemática de zonas de colores pastosos. Es un retrato moderno, en el que la expresión del color, su ritmo y estructuras propias buscan transmitir una visión y no meramente representar la realidad.
En Costa Rica, Vanston fue tenaz observadora del entorno. Desechó a priori, como lo describió Emilia Prieto, la representación de temas románticos “como la consabida muchacha con el canasto o la carreta y las alforjas que dentro de su apariencia pintoresca llevan tantas verdades tristes”.
A la manera de Cézanne, hizo del paisaje y la naturaleza muerta sus temas de predilección, motivos favorables para la experimentación de las posibilidades del color.
Sus pinturas de paisaje, apenas conocidas por medio de escuetas reproducciones en blanco y negro del Repertorio Americano, están desprovistas de personajes. Los árboles, montañas, casas y caminos mágicamente despoblados son pretextos para los juegos de estructuras y ritmos de color.
El aura de estos espacios particularmente silenciosos, como el Templo de la Música, en el parque Morazán, sin un solo transeúnte, evoca el misterio de los pintores simbolistas de finales del siglo XIX, cuyo eco resonaría años después en la obra de Luisa González Feo.
En Costa Rica, el comportamiento y calidad de la luz en el trópico, así como una nueva experiencia del color en el ambiente –tan distinto a los tonos mustios de Dublín y París– radicalizó la paleta de Vanston y la transformó por completo para el resto de su carrera. Los tonos cortados con gris y ocres de sus años en París dieron paso a colores fuertes, francos y vibrantes.
Hacia 1933, Vanston y Padilla se divorciaron; ella regresó a París en 1934 con su hijo y con casi todas las obras de arte que había pintado desde su llegada, dejándole a su exmarido el retrato que había pintado hacia 1926. Este trabajo es la única pintura de Vanston localizada hasta la fecha en Costa Rica.
Guillermo Padilla se casó nuevamente y, años después, se convirtió en una figura destacada en el país como gestor del proyecto de ley para la creación de la Caja Costarricense de Seguro Social y del Patronato Nacional de la Infancia, así como autor del Código Penal, entre otros importantes proyectos.
Por su parte, Vanston continuó en París su producción artística bajo guía de André Lhote, aunque ninguna suya obra de este período es conocida.
Después, con el advenimiento de la guerra, viajó de vuelta a Irlanda hacia 1939. En su país natal, fue rápidamente acogida por varios artistas modernos y formó parte de The White Stag Group, fundado por los pintores ingleses Basil Rakoczi y Kenneth Hall, con quienes participó en varias exposiciones.
Este colectivo encarnó la transición del arte académico al arte moderno en Irlanda, un país extremadamente conservador que en los años 1930 apenas se estaba ajustado a la realidad de la independencia política, y llegando a acuerdos con la influencia de la modernidad extranjera, percibida como una amenaza a su identidad nacional.
En esta circunstancia, las vanguardias llegaron a Irlanda con más de tres décadas de retraso, más tardíamente incluso de lo que habían llegado a América Latina.
The White Stag Group no se adhirió a ninguna escuela o estilo, aunque los trabajos de sus integrantes demuestran particular interés formal por el postimpresionismo, el cubismo y el surrealismo.
Por vía de Rakoczi, el grupo se interesó en la psicología aplicada a la labor creativa, para recorrer un camino paralelo al que llevaría al francés Jean Dubuffet al estudio del art brut en los años de 1940 (entendido como el arte de los locos, reclusos, marginales, anarquistas y, en general, personas exentas de cultura artística), a partir del abordaje del ejercicio artístico por medio de la psiquiatría.
Vanston se instaló brevemente en Costa Rica entre 1947 y 1948, pero el conflicto civil acaecido en ese año la motivó a regresar a Dublín.
En 1960 participó en la primera Exposición de Artistas Independientes en aquella ciudad y después estuvo en otras importantes exposiciones colectivas de su país.
En 1981 fue una de las primeras artistas nominadas para formar parte de Aósdana, sociedad de artistas, compositores y escritores irlandeses, financiada por el Consejo Irlandés para las Artes, que le permitió recibir un estipendio permanente para el ejercicio de su pintura. Falleció en Dublín en el verano de 1988.
Donación al Museo de Arte Costarricense
En el 2017 y gracias a la gestión de María Enriqueta Guardia, Álvaro Montero Padilla donó al Museo de Arte Costarricense el retrato de Guillermo Padilla Castro, pintado por Doreen Vanston. Este óleo sobre cartón constituye la única pintura de Vanston existente en Costa Rica o, al menos, localizable a la fecha.
Por su rareza y cualidades técnicas netamente modernas, esta donación constituye una de las adquisiciones más importantes para las colecciones de los costarricenses y nos acerca a la historia de esta pintora que participó tempranamente en el desarrollo de las vanguardias artísticas en nuestro país.