Quien crea que las noticias falsas son un simple juego, pone en riesgo a la sociedad. Este axioma, uno de tantos que explora el periodista y analista Eduardo Ulibarri en su nuevo libro, es una reflexión certera y preocupante en torno a la aldea global que cada día se contagia más del virus de la desinformación.
Desde el 18 de febrero ha llegado a librerías el título Realidades embusteras: un análisis crítico sobre la desinformación, una compilación de ensayos y elucubraciones en torno a los peligros que significa vivir con este germen y no hacer nada para erradicarlo.
Sobre la alerta que realiza en su libro, conversamos con don Eduardo en esta amplia entrevista.
LEA MÁS: David Foster Wallace: 60 años de una literatura que muerde
—El libro arranca con el prólogo de la historia de Pedrito y el lobo, solo que en la realidad la gente le sigue creyendo a Pedrito...
—El lobo viene a ser una metáfora de la desinformación, entendida como una serie de versiones que se difunden pero que nunca se vuelven parte de la realidad. Pedrito hace que todos se confundan.
—Justamente, desde hace mucho, son tiempos más que confusos. ¿Qué lo hizo decidirse por escribir este libro?
—Porque a lo largo del tiempo me he mantenido alerta a sentencias políticas, a tendencias de comunicación. Si bien la desinformación no es un fenómeno nuevo y viene de tiempo atrás, sí que se ha acelerado en los últimos seis o cinco años, por un conjunto de factores que la han potenciado. El más reconocido son las redes sociales y la posibilidad de generar burbujas y tribus de usuarios que difundan este contenido. Esas burbujas son optimizadoras de la desinformación y están al servicio de identidades políticas, religiosas y económicas.
LEA MÁS: ¿Qué tal es Quentin Tarantino como novelista? Le contamos sobre ‘Érase una vez en Hollywood’
—¿Dónde se encuentra la razón de este auge?
—Se han perdido ciertas anclas que contribuyen a contrarrestar el fenómeno. Sabemos que en una gran cantidad de países se han producido problemas socioeconómicos y hay sectores marginados que sienten que sus valores ancestrales se ven amenazados por ciertas tendencias, entonces buscan generar nuevas modalidades. Al estar marginados, crece una desconfianza con respecto a las instituciones que son anclas para combatir la desinformación y se abona el terreno para que nuevos actores traten de distorsionar la realidad.
”Le dediqué mucha lectura también al tema de los sesgos personales. Los seres humanos tendemos a darle preferencia a puntos de vista para evitar confrontar lo que pensamos. Tendemos a reducir lo complejo a lo muy simplista. Es parte de lo que hablo en el libro.
—¿Bajo qué coyuntura fue que se interesó en elaborar este libro?
—Fueron dos hechos que se conjuntaron. La elección de Estados Unidas del 2016 y el hecho de que una persona como Donald Trump, que era un mentiroso compulsivo y alguien con antecedentes reprobables, fuera capaz de llegar a la presidencia. Eso, aunado a la campaña electoral del 2018 y la forma en que se polarizó alrededor de ciertos elementos como los derechos de las personas del mismo sexo al matrimonio. La decisión de convertir los pensamientos en un libro viene de hace unos dos años, aunque sentarme a escribirlo fue como en enero del año pasado.
—Hay un capítulo en que habla sobre que todos somos responsables, de alguna u otra forma, sobre la desinformación. ¿Podría desarrollar un poco sobre esa idea?
—Claro, eso se refiere a lo siguiente: si bien es cierto que el fenómeno de la desinformación tiene raíces sociales y políticas, también creo que es algo psicológico. Nosotros como seres humanos tenemos una serie de tendencias que, si no las controlamos, si no estamos alertas, pueden convertirnos en cómplices inocentes, al menos no deliberados, de la desinformación. Una cosa es la persona que difunde un mensaje falso con alevosía de distorsionar; otra cosa es alguien que reenvía un mensaje y que no se tomó el tiempo de pensar en cuáles son las fuentes originales de ese mensaje.
”Ese tipo de impulsos es otro tema. En el libro hablo de diez sesgos que hacen que nosotros seamos parte del problema. Cito un par de resultados de investigaciones al respecto. Yo considero que nosotros como seres humanos tenemos una gran responsabilidad individual que no debemos eludir. Podría hacer la comparación con el ambiente: hay un problema estructural que tiene sus dimensiones más severas en modelos de producción, más que en consumidores. Aún así, cada uno de nosotros tiene responsabilidad para evitar que se deteriore el ambiente. Lo mismo es con la desinformación.
LEA MÁS: Google seleccionó a ‘La Nación’ para expandir el proyecto #NoComaCuento contra noticias falsas
—Muchas veces se olvida que este también es un tema que hay que confrontar con educación. ¿Cómo combatir el problema desde este frente?
—Coincido plenamente con eso. La buena educación en términos generales es un antídoto para la desinformación. Sin embargo no quiere decir que las personas educadas están inoculadas a este virus. Muchas veces se da la paradoja que entre más educado uno es, más recursos tiene para justificarse. En términos generales una buena educación con pensamiento crítico, con recursos elementales para buscar información es fundamental. Es necesario que se le instruya a los estudiantes no solo a interpretar textos sino imágenes. Que se instruyan en detectar recursos trampas, instrumentos que usan quienes tratan de promover deliberadamente la desinformación.
—Hay un fenómeno particular, que son medios de comunicación que repentinamente se han volteado a publicar noticias falsas o sin evidencia. ¿Cómo ve usted este terreno complejo?
—En el libro uso una frase que se refiere a que la mejor forma de combatir la desinformación es la buena información, aunque suene como algo lógico. Los medios que van en contra de evidencia científica, como corrientes antivacunas o personas que dicen que la Tierra es plana, están convirtiendo a más actores en intensos flujos de desinformación.
”Hay que distinguir entre medios que caen en algunas de estas distorsiones coyunturales por ignorancia, así como otros medios que están matriculados con tendencias desinformativas permanentemente. Vuelvo al tema de la educación: hay que tratar de dar las pistas que puedan permitir al público en general identificar tipos de medios. Los medios con vocación de responsabilidad tienen un deber muy grande en propiciar la buena información.
—Para colmos, también hay personas que ya no creen en la prensa. ¿Cómo recordarle a la gente la importancia del periodismo responsable?
—Primero haciendo periodismo responsable. Puede sonar simplista o una tautología, pero la importancia de la prensa responsable se revela haciéndola. Ahora, indudablemente, también hay un deber del sistema educativo. Yo le dedico bastante espacio en el libro a esto, en el marco de la democracia. No digo que los gobiernos traten de controlar la comunicación para que sea buena. Sí creo que en el marco de la democracia se puedan adoptar políticas inspiradas en políticas de salud pública que permitan prevenir a través de instituciones y dirigentes políticos.
”También se requieren instancias que se dediquen a investigar el panorama. Hay una tarea necesaria para afrontar riesgos específicos que favorecen la desinformación, como una campaña electoral, una crisis económica, un gran desastre natural o una pandemia. Ante estos riesgos, las instancias responsables deben planear qué estrategias deben seguir para contener estos flujos.
—Los actuales parecen ser momentos críticos...
—De pronto puede haber grupos vulnerables a la desinformación y, ahí, hay un deber de actores sociales que deben tratar de proteger a esos grupos y ofrecerles instrumentos para que puedan valorar qué es desinformación y evadir ese impacto.
—¿Qué pasa si no frenamos la desinformación?
—Desgraciadamente ya está pasando. Cuando la desinformación se convierte en un fenómeno tan intenso se fortalece el populismo y el rechazo de la evidencia científica, la evidencia de los datos como fuente para adopción de política pública. Se genera una división o una fragmentación de las sociedades que dificulta la posibilidad de diálogo de interacción democrático. La polarización social y todo lo que arrastra deteriora la convivencia social y la democracia, incluso afecta las buenas decisiones públicas, porque si no se toman las decisiones a partir de datos sino de prejuicios, o del afán de destruir al adversario, pues todo el cuerpo social sufre a mediano y largo plazos.
”El fenómeno ya se está dando. En Estados Unidos ocurrió el asalto al capitolio en enero del 2020, además de la mitología que sostiene una gran cantidad de electores que creen que hubo fraude. Esos son efectos claros de la desinformación que se dan en un contexto social, político y económico, los cuales debemos entender sistémicamente.
El libro Realidades embusteras: un análisis crítico sobre la desinformación se puede conseguir en La Librería Andante y Librería Internacional. Tiene un costo de ₡10.000.