Áncora

El arte de la resurrección: ‘La hija de Lázaro’ examina las heridas que no se van

El cineasta Gustavo Fallas estrena en salas de Costa Rica una película sobre la impunidad, el olvido y las heridas de la historia, inspirada en el atentado de La Penca en 1984

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En la película 'La hija de Lázaro', Ana es una periodista que prepara un programa televisivo sobre la rebelión de abril de 2018 en Nicaragua e investiga el atentado en el que murió su padre cuatro décadas atrás
En la película, Ana es una periodista que prepara un programa televisivo sobre la rebelión de abril de 2018 en Nicaragua e investiga el atentado en el que murió su padre cuatro décadas atrás (Cortesía Jurgen Ureña/Cortesía Jurgen Ureña)

Tras los créditos iniciales de La hija de Lázaro (2023), un letrero nos recuerda que, en mayo de 1984, una bomba estalló en una conferencia de prensa que se celebraba en la frontera entre Costa Rica y Nicaragua. El atentado de la Penca, considerado como el primer ataque terrorista en una conferencia de prensa en el mundo, sigue impune hasta el día de hoy. Esa impunidad se convertirá en un motor dramático de importancia: un vacío de justicia y de verdad que impulsa, de forma cada vez más incisiva, las acciones del filme.

Las primeras imágenes que aparecen en la pantalla no corresponden, sin embargo, al atentado de 1984, sino a la rebelión de abril de 2018 en Nicaragua. Así, el largometraje dirigido por Gustavo Fallas produce un desplazamiento y un vínculo entre dos hitos de la historia reciente de Centroamérica. Además, propone la duda como dispositivo dramático. O, más bien, las dudas. ¿De qué manera se relacionan esos dos eventos? ¿Quién los relaciona? ¿Por qué?

Las preguntas nos conducen a la protagonista del filme: una periodista que prepara un programa televisivo sobre la rebelión de abril e investiga el atentado en el que murió su padre cuatro décadas atrás. La figura del padre es acá un motivo central que se anuncia, en contradirección, en el propio título de la película. El padre que vive en el recuerdo de la hija y regresa en el contexto de su investigación periodística. El padre que regresa de la muerte. Como Lázaro.

En el Evangelio según San Juan, la resurrección de Lázaro está precedida por una frase de profunda carga poética que pronuncia Jesús: “Nuestro amigo Lázaro duerme, pero voy a despertarlo”. Esta expresión de sentido amplio, que integra los territorios del sueño y el reposo con los de la muerte y la nueva vida, ha dado lugar a diversas lecturas y representaciones a lo largo de los siglos.

En su novela Cuando Lázaro anduvo (2012), el escritor Fernando Royuela cuenta la historia de un empleado bancario que muere en el hospital y resucita a las pocas horas. A partir de esta premisa, Royuela señala con ironía las grandes desigualdades de nuestro tiempo y el desconcierto constante que supone la vida contemporánea. Así, la resurrección de un personaje anodino abre las puertas a la observación del componente extraordinario que habita en la cotidianidad.

“Cuando Lázaro anduvo, el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, lanzó una amenaza a los banqueros de Wall Street. «Si estos tipos quieren pelea, la tendrán». Para Obama parecía claro que la banca especulativa era la culpable de la crisis económica que continuaba desestabilizando su país hasta el límite de ponerlo al borde de una segunda Gran Depresión”, comenta Royuela. Esa conexión entre el personaje bíblico y un mundo en estado de crisis es también fundamental en el argumento de La hija de Lázaro.

Por otra parte, existen en la literatura costarricense al menos dos novelas de referencia ineludible en relación con el personaje más célebre que resucitó Jesús: Lázaro de Betania (1932) y El despertar de Lázaro (2003), escritas por Roberto Brenes Mesén y Julieta Pinto, respectivamente.

Lázaro de Betania sugiere la resurrección como una forma de reencarnación y como la condena a una vida errante. Todo en esta novela es brumoso y distante, comenzando por los recuerdos de Lázaro, que regresan gradualmente y adquieren consistencia conforme el protagonista sigue las señales de su intuición.

Liliana Biamonte y Bonifacio Rodríguez Dinarte como personajes protagonistas en el tercer largometraje dirigido por Gustavo Fallas, 'La hija de Lázaro', que reconfigura las fronteras del cine de fantasmas
Liliana Biamonte y Bonifacio Rodríguez Dinarte protagonizan el tercer largometraje dirigido por Gustavo Fallas, que reconfigura las fronteras del cine de fantasmas. (Cortesía Jurgen Ureña/Cortesía Jurgen Ureña)

En El despertar de Lázaro, la resurrección se manifiesta como exilio y como sensación de rechazo permanente. “Quería tener un hogar y envejecer junto a una larga mesa rodeada de hijos. Ahora las mujeres bajan los ojos cuando las encuentro en mi camino y se niegan a escucharme si llamo a sus casas. A nadie le gusta un hombre que aún conserva en su mirada las costras del sepulcro y en su piel la pestilencia de la tumba”, lamenta el Lázaro imaginado por Julieta Pinto.

La errancia y el exilio son también elementos de gran importancia en la lectura que hace del personaje bíblico el guionista y director Gustavo Fallas. Su Lázaro aparece bajo la forma de un vendedor ambulante que pudo haber sobrevivido al atentado de la Penca. Se trata de un nicaragüense que parece no envejecer. Una duda dentro de otra. Un fantasma.

“La noche en que papá murió tuve un sueño. Soñé que me transformaba en mariposa y que viajaba por los cielos. Le quería advertir a mi padre que se fuera; que en ese lugar lo iban a matar. Gritaba, pero no me salía la voz”, comenta delante del micrófono Ana, la protagonista de La hija de Lázaro. Minutos después, escuchamos su voz en una pantalla televisiva mientras afirma: “la historia ocurre dos veces, primero como tragedia y luego como farsa”.

La célebre frase sobre los ciclos de la historia fue formulada a mediados de siglo XIX por el filósofo Karl Marx. “40 años después, como por un conjuro cíclico, vuelve la represión a las calles de Nicaragua. Vuelven a producirse injusticias y se vuelve a condenar a la prensa. Algunas imágenes se repiten, a tal punto, que se confunden unas con otras”, concluye la periodista. De esta manera, confirma el talante onírico y fantasmagórico, evasivo y oscilante, que se instala, poco a poco, en el metraje de La hija de Lázaro.

En un libro titulado Espectros de Marx (1993), el filósofo francés Jacques Derrida se preguntaba sobre la vigencia de la obra del filósofo alemán, a partir de un par de preguntas sugerentes: ¿qué es el estar ahí de un espectro y cuál es el modo de estar de un espectro? Dos décadas después, el sociólogo Sergio Villena recuperó esas preguntas como punto de partida de un ensayo titulado Espectros de Sandino en la política nicaragüense (2016).

En ese ensayo, Villena reflexiona sobre las maneras en que hacen su aparición en la historia los “muertos ilustres” de linaje revolucionario y cuáles han sido los modos de estar del espectro de Augusto César Sandino en diversos momentos de la revolución nicaragüense. Esa revolución se inició en 1927, con las luchas antiimperialistas de Sandino, y se ha extendido, transformado y deformado en diversas ocasiones a lo largo de un siglo, hasta nuestros días. Algunos muertos se niegan a morir.

Imagen de El Lázaro, en la película La hija de Lázaro, propuesto por Gustavo Fallas. Aparece bajo la forma de un vendedor ambulante que pudo haber sobrevivido al atentado de la Penca. Se trata de un nicaragüense que parece no envejecer.
El Lázaro propuesto por Gustavo Fallas aparece bajo la forma de un vendedor ambulante que pudo haber sobrevivido al atentado de la Penca. Se trata de un nicaragüense que parece no envejecer. Un fantasma. (Cortesía Jurgen Ureña/Cortesía Jurgen Ureña)

La hija de Lázaro pone en tensión las relaciones entre culpa y redención. “Esa herida es mi responsabilidad”, le dice Ana al hombre que aparece de pronto delante suyo, transformando su vida. Esa presencia arrastra a Ana hacia un espacio intangible y cargado de dolor. Sanar las heridas del pasado. Cuidarlas. Reconocerse en ellas. Ese es el propósito de Ana y de la mayoría de los protagonistas del cine fantasmagórico.

Así, el filme de Gustavo Fallas se adentra en los territorios del cine fantástico al tiempo que convierte las imágenes reflejadas y los túneles en el espacio vial en metáforas de la identidad fracturada y del paso de un estado a otro. El uso de material de archivo, que incluye las fotografías de la revolución sandinista tomadas por Susan Meiselas y algunos extractos de la película Nicaragua, patria libre o morir (1978), añade textura y perspectiva histórica al entramado.

La hija de Lázaro forma parte de un cine de fantasmas que reconfigura las fronteras del género, como ocurre con películas como Volver (2006), de Pedro Almodóvar, o Presence (2024), de Steven Soderbergh. De esta forma, Fallas cierra un tríptico sobre la figura del padre oculto, compuesto además por Puerto padre (2014) y Río sucio (2020). El análisis de esa trilogía, y de su importancia en el contexto cinematográfico de la región, es una tarea pendiente que excede las posibilidades y los propósitos de este artículo. Queda acá la sugerencia.

Título original: La hija de Lázaro.

Año: 2023.

Duración: 92 minutos.

Países: Costa Rica y España.

Dirección y guion: Gustavo Fallas.

Producción: Ruth Sibaja.

Elenco: Liliana Biamonte, Bonifacio Rodríguez Dinarte, Adriana Álvarez.

Música original: Bernardo Quesada y Carlos “Tapado” Vargas.

Fotografía: Jordi Pares.

Dirección de arte y vestuario: Mariano Marín.

Montaje: Octavio Rodríguez y Alejandro Mederas.

Sonido directo: Nayuribe Montero.

Compañías productoras: CentroSur Producciones, Maga Cine y Tres Monstruos.

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