“Je est un autre” (“Yo es otro”)
Arthur Rimbaud en carta a Paul Demeny
A Rimbaud lo atraviesa el cuchillo de las opiniones ajenas, leerlo a través de ellas es un ejercicio temerario. Sin embargo, el poeta oscuro es todo lo contrario, es todo luz. Luz que arroja sobre sí mismo con proverbial sabiduría y que esparce sobre nosotros. Se ha usado esa frase hasta el cansancio, solo por eso: la síntesis de una conciencia poco vista en su sentido más revelador. No con poca razón en lugar de incluirla en su poesía lo hizo en una carta, fue un testimonio explícito: un autorretrato.

El poeta llegó demasiado temprano a sí mismo, ese viaje vertiginoso se lo proveyó la introspección de su poesía. El arte es el mejor recurso del entendimiento propio, que es –en todo caso– el entendimiento del otro y de todo lo que nos rodea. Por ello, el autorretrato no es siempre la apabullante literalidad, sino también los callejones sin salida que somos, los pedazos de la suma de vidas que cada individuo encierra. En algunos de los casos, ese recorrido se hace en medidas (peso, altura, incluso distancia pupilar); en otros, la metáfora posee el peso de una roca que aplasta todo lo anterior. Retratarse es el ejercicio más impertinente, arrogante y peligroso que existe. Es una mentira, una verdad a medias y una certeza absoluta, todo a la vez.
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El autorretrato sobrelleva la idea de una contradicción permanente. La mirada sobre uno mismo está permeada por el ojo del otro, somos ese reflejo. La psicoanalista Julia Kristeva ha insistido en sus Historias de amor: “Solo somos personas cuando nos situamos frente a otro, nunca de forma aislada. Lo que nos convierte en personas es el vínculo con el otro, la relación de amor.” Cabría preguntarse entonces, si ese sujeto que se autorretrata no está en principio enamorado de sí mismo, de su propio reflejo. Como segunda pregunta se impone si ese primer amor –a uno mismo– no es el más sanguinario de los placeres.
El “yo es otro” es un inteligente procedimiento narrativo, donde la autoconsciencia vence a la mitomanía. En el monólogo de El esposo infernal, Rimbaud es retratado por un Verlaine travestido, que, a su vez, es retratado por el propio Rimbaud. “Yo le prestaba armas, otro rostro”. El autorretrato es, en principio, perder el miedo a desdoblarse, a estropear el constructo emocional y social que hemos hecho ladrillo a ladrillo, conformando un monolito de carne. Autorretratarse es como entrar desnudo a la ducha bajo una luz de proscenio en un teatro lleno. No hay vuelta atrás, tu simple humanidad va a estar a partir de ahora y para siempre tan llena de juicios y tan falta de escrúpulos.
Como género artístico no dista de esta retorcida mascarada. Incluso en la más sencilla de las composiciones se necesitó un reflejo, un espejo, que condicionara la mirada. El autorretrato es la práctica más íntima, desgarradora, reveladora e introspectiva del artista. En el siglo XX figuras como Basquiat, Lucian Freud, Francis Bacon, Max Beckmann y Andy Warhol lo incorporaron y redimensionaron desde escenarios completamente disímiles: lo psicológico, lo social, lo político, lo mercantil.
Desde la tortuosa revelación de un Bacon al culto de la personalidad de un Warhol, el autorretrato trae latente siempre esa pulsión del artista que va desde la ceguera hacía sí mismo a la necesidad de incluirse en la propia historia del arte como el Velázquez que se refleja en el espejo de Las Meninas.
En el río de Heráclito no eres nunca el mismo cuando te sumerges, de eso hablan las obras de larga data que muestran los artistas José Miguel Rojas, Fabio Herrera o Héctor Burke, quienes han fundado una línea de tiempo que envejece como el retrato de Dorian Gray, mientras ellos caminan invictos sobre sus pies, reinventándose. Obras que exploran en la psiquis, en la locura, la vanidad o la dimensión política. Todas poderosas en su forma y aterradoramente fantásticas en su declaración. De otra manera se instalan con frescura las obras de Roberto Carter o Gabriela Zumbado, apenas comenzando a vivir y ya preguntándose quiénes son.

Cada obra de arte constituye per se un fragmento de quién la hace, ese fragmento no necesariamente es literal, pero es siempre literario en su forma más narrativa: contiene información del sujeto del arte. La exploración de esta muestra, propuesta por Artflow, intenta ahondar en la variedad del recurso artístico técnico (pintura, grabado, fotografía, performance, archivo, registro, apropiaciones conceptuales) a través de un tema específico y con ello develar la multiplicidad y diversidad de cosmovisiones en torno al mismo. El autorretrato como ejercicio identitario, el autorretrato como ejercicio político, el autorretrato como ejercicio de desdoblamiento.
Es curiosa la forma en que el autorretrato convoca a la deconstrucción y es el único caso en el que no dudamos en entender que las cosas hablan por nosotros. Los objetos de nuestra afección y los de nuestro odio constituyen parte de la idea que tenemos sobre nosotros mismos. Somos otro ante el espejo. Otro irreconocible, el prójimo más temido, más odiado, más querido. Esta es una muestra sobre esa tensión oscura en que sobrevivimos y sin embargo, como Rimbaud, todo lo que arroja es luz.

Acerca de la exposición
La Galería Artflow abrió la exposición colectiva Autorretrato el martes 27 y la tendrá abierta hasta 27 de octubre. La muestra está compuesta por 100 obras de 70 artistas como José Miguel Rojas (artista dedicado), Fabio Herrera, Karla Solano, José Pablo Solís y Miguel Espinar Rivas, entre otros.
La muestra se puede visitar de martes a sábado, de 11 a. m. a 7 p. m. en Artflow, ubicada en Avenida Escazú, en el segundo piso de Texas Tech University. Habrá visitas guiadas, talleres y ponencias durante estos dos meses; la información estará disponible en las redes sociales y en la página de la galería (www.artflowgaleria.com).