
Anunciamos –al concluir la primera parte de este disgregado artículo–, el advenimiento de un mundo mejor como consecuencia directa de la audición de obras del precoz genio de Salzburgo.
Razones dimos varias: el carácter lúdico de su música; la espontaneidad de la misma; las frecuencias sonoras en las que se desarrolla; la capacidad para generar una idea de libertad y ––al propio tiempo––, de rectitud en el actuar; su conexión directa con la armonía de las esferas; y, por último, el carácter perenne que ostenta su ejecución.
La medicina tradicional –habitualmente refractaria a cualquier sistema curativo ajeno a sus estructuras de pensamiento–, aludió peyorativamente a un efecto placebo. El término en cuestión expresa la voluntad de complacer: "Placebo –explica Campbell– es la primera palabra de la antífona inicial del salmo 114". En el mundo medieval, placebo equivalía a escuchar música sagrada con poder de sanar el alma, la mente, el espíritu… y el cuerpo físico.
El gran Walter Scott, acaso el más famoso de los novelistas escoceses, aseguraba: "No se pretende administrar nada serio: un simple placebo, a manera de un divertimento para alegrar los ánimos y favorecer el efecto". Pues bien, la música de Mozart tuvo su origen, en muchas oportunidades, en divertimenti concertados para la nobleza.
El caso de La flauta mágica
En forma independiente de los crípticos significados de contenido masónico que pululan en la inmortal ópera, Bergman los recepta y procesa, para luego transmitírnoslos rebosantes de luminosidad. De hecho, la fascinación de la mágica flauta sobre el mundo infantil y animal es equivalente a la ejercida por el flautista de los hermanos Grimm, en el mundo fratricida de Hameln (Hamelín), en la Baja Sajonia.
Acaso la explicación a tan particular efecto resida en la propia palabra: Die Zauberflöte posee, como ninguna obra, el poder absoluto del verbo, ––equivalente occidental al principio judeo-cristiano–– que en las culturas orientales reside en el om.
Es la perpetuación del viento entre los árboles, del inextinguible movimiento de la cascada, de la cósmica y expansiva música de las galaxias. En fin, es el sonido de la verdad… mucho más cercana de lo que muchos estiman.

Così fan tutte, o ver el sonido
El doctor Jenny –de tradición antroposófica– fue el creador de la "cimática", técnica originada en el vocablo griego kyma, o sea, onda.
A tono con los estudios vibratorios de Hans Jenny, la estructura melódica del Così fan tutte, controvertida ópera mozartiana, es un ejemplo claro de la consolidación de la proporción áurea –divina proporción, o número áureo– que Platón y los antiguos legaron a la posteridad.
Desde tal óptica, Così fan tutte se erige en una ópera arquitectónica que utiliza rangos de proporcionalidad pitagórica basados en el número áureo –utilizado por Leonardo de Pisa (Fibonacci)–, que se expresa como ȹ, o fi en honor a Fidias, y que simboliza una proporción constante en la naturaleza.
La estructura de Così es la de un gran edificio que alberga a los puros, a los desinteresados y a los fraternos con sus semejantes, conforme a los ideales masónicos de su genial autor.
Escuchar música para ver a Dios
Diremos entonces que la música de Mozart no solamente genera las formas armónicas por esencia, sino que da contenido a aquellas que se identifican con Dios y con sus ángeles.
Veremos al Creador a través de su música: Un dios tonante y castigador en la muerte de Don Giovanni –o el Dies Irae del Requiem–; una divinidad clemente en el Idomeneo; un ser supremo justo en La Clemenza di Tito; un demiurgo enredador y travieso en Cosi fan tutte, y una majestad sabia y paternal en Die Zauberflöte.

Algunas sugerencias aisladas
Si el lector pretende extraer del presente ensayo un repertorio mozartiano básico para estimular positivamente a sus hijos desde su concepción hasta el desarrollo, le sugeriríamos esta lista provisional, que admite claras adiciones.
Utilice usted, durante el desarrollo intrauterino, los conciertos para corno francés y orquesta, que fueron compuestos por Mozart como dedicatoria a su amigo cornista Josef Leitgeb. Ellos estimularán el sentido de la nobleza del sonido y la pureza de la concepción.
Si quiere enseñarles las funestas consecuencias del belicismo, hágalos escuchar el aria Non piú andrai, de las Bodas de Fígaro. Si pretende calmarlos y dulcificarlos, recurra al segundo movimiento del Concierto N.º 21 para piano y orquesta, que la tradición ha dado en identificar, en consonancia con el filme de Bo Widerberg, como Tema de Elvira Madigan.
Si busca despertar su poder de ensoñación, a la vez que alejar de ellos el temor a las tinieblas, hágalos partícipes de Eine kleine Nacht Musik (Una pequeña música nocturna). Si quiere intimidarlos ante el castigo divino, emplee usted la obertura del Don Giovanni, aunque sin abusar de ella pues puede generar traumas infantiles de difícil curación.
Si desea llenarlos de alegría y de vigor al acometer alguna empresa particular, o en una difícil etapa de su vida amorosa, hágalos escuchar el aria de Papageno de La flauta mágica, Ein Mädchen oder Weibchen.
Si pretende realzar la capacidad femenina para curar heridas de naturaleza social, o bien invitar a la reconciliación o al reconocimiento de la existencia de un padre amoroso, utilice la célebre aria de Vitellia Non più di fiori, de La Clemenza di Tito, plena de nobles acentos y de un especial sentido de la elevación.
A sus hijos en edad púber vacúnelos contra las intrigas mediante la audición de Der Hölle Rache kocht in meinem Herzen –pirotécnica y neurótica aria de la Reina de la Noche, en Die Zauberflöte. Por último, si quiere poner en guardia a sus hijas contra las acechanzas libidinosas de ciertos galanes, repítales –una y otra vez, hasta la inmunización–, los inmortales compases de La ci darem la mano, seductora melodía del inconfesable e irresistible Don Giovanni.