
Al comenzar el año académico de 1961, algunas de las personas integrantes del Consejo Universitario de la Universidad de Costa Rica (UCR) se mostraban muy preocupadas, porque el Teatro Universitario no había representado ninguna obra desde 1956. Durante ese periodo, la actividad teatral del país la habían liderado el Teatro Arlequín, el Teatro de la Prensa (llamado luego Las Máscaras) y el grupo de estudiantes de la Facultad de Ciencias y Letras, dirigidos por Guido Sáenz González.
Ese era el panorama cuando la UCR decidió contratar a André Moreau, quien había sido miembro destacado de la Compañía Teatral del afamado Louis Jouvet, en la década del treinta, y luego director del Théâtre des Arts de París.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Jouvet y Moreau volvieron sobre sus fueros e hicieron una gira teatral por varios países de América. En México, Moreau decidió quedarse, atraído probablemente por su ambiente cultural en pleno apogeo y lleno de oportunidades.
Allí dirigió en el Palacio de Bellas Artes, el Instituto Francés de América Latina y distintos teatros, entre otros títulos: Sueño de una noche de verano y El mercader de Venecia, de Shakespeare; El pájaro azul, de Maeterlinck; Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín, de García Lorca, Los justos, de Camus; Moctezuma II, de Sergio Magaña; y también óperas. Además, fue miembro fundador de la Escuela de Teatro del Instituto Nacional de Bellas Artes.
En 1957, la Universidad de El Salvador lo contrató para conformar el teatro universitario. Su desempeño fue muy reconocido, en particular el sonado montaje de Edipo Rey, de Sófocles, su último trabajo en ese país, que se exhibió durante la IV Conferencia del CSUCA, a la que asistieron Rodrigo Facio (quien laboraba para el BID en esa época) y Carlos Monge Alfaro, por la UCR.

En Costa Rica se inició con Antígona, de Sófocles, en el Teatro Nacional. La UCR se esmeró para que el montaje de esta primera obra de teatro griego que se hacía en el país fuera de altísima calidad. El estreno, previsto para el 23 de noviembre de 1961, tuvo que posponerse, pues ese día falleció su rector, Ing. Fabio Baudrit Moreno.
El elenco de Antígona estuvo conformado por: Anabelle de Garrido, Fernando del Castillo, Virginia Maroto de Fernández, Ana Poltronieri, Guido Sáenz, Oscar Castillo, Alfredo Rivas, Nelson Brenes, Fernando Quirós y Lenín Garrido, quien también tuvo a cargo la escenografía. El maestro Carlos Enrique Vargas Méndez compuso la música. El vestuario y otros materiales que se utilizaron en la puesta de Edipo Rey fueron prestados por la Universidad de El Salvador. La entrada fue gratuita.
En el artículo periodístico Cómo se monta una tragedia griega, Moreau explicó una serie de detalles que el público debía conocer; por ejemplo: “Los gestos en la tragedia griega tienen que ser amplios; las evoluciones se hacen como en una especie de danza, sin brusquedad (…). En la tradición, se exige que los actores casi nunca se toquen (…). El clima de la tragedia está hecho de respeto, de pudor, de silencio…”. Asimismo se refirió a la función del Corifeo y el Coro (doce ancianos tebanos), entre otros asuntos.
Alberto Cañas Escalante consideró la contratación de Moreau como uno de “los aciertos más notables (de la UCR) en el campo de la extensión cultural”, dados “sus conocimientos técnicos, su sabia erudición, su experiencia en el arte teatral”. De la puesta de Antígona afirmó que era “el acontecimiento teatral de más grueso calibre en los últimos años”, por doble motivo: uno, la primera vez que teníamos teatro griego hecho en casa; y dos, lo que podía alcanzarse dentro de nuestra propia cultura “cuando hay gusto, conocimiento y talento creador de por medio”.
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De la extensa crónica de Cañas, en que dejó constancia de los innegables méritos de todas las personas participantes, recupero el comentario sobre algunos –a riesgo de ser injusta–, para que se tenga una idea más precisa al respecto:
De Anabelle de Garrido: “no podía pensarse en una Antígona más exacta”. De Fernando del Castillo, al que se refirió como “un acontecimiento dentro de otro acontecimiento”; el primero, referente a su esperado regreso al teatro “en un Creonte monumental”; el segundo, a que “Del Castillo consigue componer la trayectoria total del personaje, desde el vano prepotente y autoritario Rey, de la primera escena, hasta el ser humano derrotado y destruido del final, sin una nota falsa, o mediana, a un nivel sostenidísimo (sic) de gran altura interpretativa, y haciendo uso pleno de su voz bien modulada y vigorosa; Del Castillo puede todavía llegar a ser nuestro gran actor trágico, con dimensiones insospechables”.
De Guido Sáenz (en su papel del Mensajero), “se apodera del escenario desde el momento en que aparece, y entrega una interpretación del más asombroso y estupendo histrionismo, seguramente la mejor que haya dado en toda su vida”; y del Coro, “muy bien organizado y concebido, con la hermosa voz y perfecta dicción de Nelson Brenes como el Corifeo, lleno de registros y sonoridades”.
De Vargas Méndez dijo que este debía sentirse plenamente orgulloso de la partitura, pues era una de las composiciones musicales “más intrínsecamente valiosas que un músico costarricense haya producido”. Ya en detalle, calificó como ominoso y lleno de belleza, el preludio; imponente, la marcha fúnebre que acompañaba la entrada del cadáver de Hemón; y sorprendente, el coro con el canto gregoriano del desenlace.
Guido Fernández, por su parte, anotó que Moreau había convencido, pues sacó “los jugos más vitales de la obra de Sófocles: ha dado la dimensión trágica a los personajes y ha cargado el ambiente de la pieza con los temblores ocultos y fuerzas filosóficas del conflicto entre dioses y mortales”. Cerró su comentario así: “He aquí, pues el talento de toda una Institución puesto al servicio de las mejores expresiones artísticas… [Todos] han dado un producto elegante y sin concesiones, solemne y sobrecogedor”.
Se contrató a Moreau con la idea de que estableciera un “Teatro clásico” en la UCR, pero ese es otro capítulo que excede los límites de este espacio. Ya hablaremos en su momento.
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