
“General Morazán, hoy ha entrado usted aquí como el señor del triunfo, pero guárdese mucho de que lo crucifiquen mañana. Usted no conoce el terreno escabroso que pisa”.
Tan admonitorias palabras le fueron dirigidas al militar hondureño Francisco Morazán Q. por nuestro Jefe de Estado Lic. Braulio Carrillo C., tras su ingreso a la ciudad de San José el 13 de abril de 1842.
Advertencia precisamente emitida el domingo de Pascua de ese año, tras la invasión que Morazán había perpetrado contra Costa Rica y que, junto a una traición premeditada, provocaron la ruin defenestración y exilio de Carrillo.
Así, por coincidencias del destino, tan ignominiosas acciones serían los antecedentes de la ejecución de Morazán en la peculiar fecha del 15 de septiembre de 1842, cuyos sucesos, participes y detalles se exponen a continuación.
Ruin traición
Casi desde el inicio de su segundo mandato (1838), el mandatario Carrillo afrontó varias sediciones, tanto por su gane en la Guerra de la Liga (para reafirmar a San José como capital), como por la férrea disciplina y orden que implementó en el entonces recién naciente Estado de Costa Rica.
Así, varios exiliados costarricenses en Perú se coludieron con el Gral. Morazán (defenestrado como Presidente de El Salvador en 1840 y domiciliado en la ciudad neogranadina de David) para asestar un golpe de Estado contra Carrillo. Asunto que Morazán consideró idóneo para revivir a la malograda República Federal de Centroamérica que había presidido (1830-1839) y de la que Costa Rica se desligó en 1838 a raíz de la visionaria decisión de Carrillo.
Tras reclutar a un numeroso contingente, Morazán invadió a Costa Rica el 7 de abril de 1842, por lo que Carrillo envío una fuerza armada para repelerlo al mando del brigadier salvadoreño Vicente Villaseñor L., sin saber que dicho militar había urdido una alianza con Morazán. Para el 11 de abril las tropas de ambos bandos se encontraron en un sitio llamado El Jocote (Alajuela), donde se consumó precisamente la traición conocida como Pacto del Jocote.

Empero, dicha prodición tuvo una honrosa excepción. Cuando Morazán y Villaseñor rubricaban su abyecta alianza, uno de los oficiales costarricenses, don Rafael Barroeta B., sacó su espada y la quebró, exclamando: “Hemos venido a pelear y no a pactar” (Obregón L., Rafael, Conflictos militares y políticos de Costa Rica, 1951).
Sin embargo, la sedición se consumó y tras el ya citado encuentro entre Morazán y Carrillo, éste último fue expatriado, no pudiendo regresar nunca, pues se le asesinó en 1845 en El Salvador.
El principio del fin
Desde el inicio de su estadía en Costa Rica, las tropas de Morazán dieron comienzo a una serie de vejámenes, desmanes y tropelías de la más diversa índole, a lo cual se unió una serie de draconianas decisiones de su líder.
En efecto, con su nefasto objetivo de reavivar a la República Federal de Centroamérica, Morazán impuso recurrentes exacciones y tributos para financiar su megalomaníaco proyecto, ordenando además la confiscación de dineros municipales, la imposición de contribuciones forzosos e, incluso, la suspensión de obras públicas para redireccionar esos dineros a su causa.
No obstante, hubo todavía algo más ignominioso, pues: “su ejército, compuesto casi todo de aventureros y malandrines que a nadie respetaban y menos a las mujeres, que no podían salir a la calle sin exponerse a ser insultadas […] pues los soldados imitaron el mal ejemplo que les daban sus superiores, provocando con su depravación y procacidad frecuentes escándalos y riñas […] con todo, el que más se distinguió por sus fechorías fue el cuadro de oficiales sin empleo, pero con sueldo, bien motejado Cuadro de los Vicios (Fernández G., Ricardo, Morazán en Costa Rica, 1943).

Para colmos, Morazán dispuso el reclutamiento militar forzoso para materializar su plan unionista centroamericano, además de que se dieron varias ejecuciones y actos de agresión física contra la población. Todo lo cual hizo que, tras apenas cinco meses de estadía, aconteciese el escenario idóneo para que dicho régimen golpista feneciese.
Día específico
En la madrugada del 11 de septiembre y bajo la guía del general Florentino Alfaro Z., la ciudad de Alajuela se soliviantó contra Morazán, lo que fue seguido por San José cuatro horas después, cuyo líder fue el Gral. Antonio Pinto S., iniciándose una fuerte refriega en las calles de la capital.
El día 12 las tropas de Pinto y Alfaro intensificaron la lucha contra los invasores, sobre todo en el Cuartel Principal (actual teatro Melico Salazar) donde Morazán se refugiaba y fue herido en la mejilla, quedando sitiado al día siguiente. Ello hizo que el día 14 huyese junto a varios de sus oficiales hacia Cartago, pues la comandancia de esa ciudad le había dado su apoyo. Pero cuando arribó allí se enteró de que se le había quitado el respaldo, siendo capturado. Mismo día en que Vicente Villaseñor intentó suicidarse con un puñal, pero no lo logró.
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Fue entonces cuando Morazán y Villaseñor fueron trasladados a San José, cuya población exigía su muerte. Suceso que se verificó a las 6 p. m. del 15 de setiembre, cuando un pelotón lo fusiló al costado de la esquina suroeste de la antigua plaza mayor (actual Parque Central), propiamente junto a una tapia del vecino Francisco Arrieta. Mismo destino que sufrió Villaseñor, quien fue ejecutado por la espalda por su condición de traidor.
Así las cosas Morazán murió como lo predijo Carrillo. Pero, más irónico aún, ello sucedió en la fecha genérica que la República Federal de Centroamérica había establecido en 1824 como efeméride autonomista para toda la región. Data que, por supuesto, nunca fue la de nuestra eximia independencia, la cual aconteció, desde todo punto de vista jurídico-político, el 29 de octubre de 1821.
Tomás Federico Arias Castro es profesor de la Cátedra de Historia del Derecho de la Universidad de Costa Rica (UCR).