Leímos el cuento La Cucarachita Mandinga, de Carmen Lyra, y repetimos los versos: “Porque Ratón Pérez se cayó entre la olla, y la Cucarachita Mandinga lo gime y lo llora”. O bien, aprendimos a leer con el libro Paco y Lola, de Emma Gamboa, y recordamos la respuesta que Hormiguita dio a su pretendiente, llamado Ratón Pérez: “Con mucho gusto me casaré contigo”.
También se conoce, con el mismo nombre, a otro simpático roedor que habita la fantasía de la infancia, el que se lleva el primer diente de leche recién desprendido, y nos deja a cambio, un regalo, casi siempre una anhelada moneda. Aunque, resulta posible, que los niños de la actualidad consideren más apropiado un billete.
El ratoncillo habita en el imaginario de los cuentos folclóricos y sería infructuoso determinar la exactitud de su origen. Por ejemplo, la escritora española Cecilia Böhl de Faber y Ruíz de Larrea, conocida por el seudónimo masculino de Fernán Caballero, recopiló, en el siglo XIX, un cuento popular llamado La hormiguita, la cual era novia y esposa de Ratón Pérez.
El sacerdote católico Luis Coloma escribió el conocido cuento del ratoncillo recogedor de dientes. Lo elaboró como un regalo, en 1891, para Alfonso XIII, el rey que era apenas un niño. Lo curioso es que el autor señaló calles y edificios que aún se conservan en Madrid, e incluso, existe una casa–museo para recordar a Pérez.
¿De qué se trata el cuento?
Dice el Padre Coloma que hubo un rey niño llamado Buby I, que fue coronado con tan solo seis años y que gobernaba España bajo el consejo y la tutela de la reina, su madre. En una ocasión, mientras tomaba una sopa, se le aflojó su primer diente de leche, situación que causó gran revuelo en la corte. Tras los inesperados hechos telegrafiaron al Dr. Charcot, el reconocido médico francés que tuvo, entre sus discípulos, al psicoanalista Sigmund Freud.
Recomendó este galeno que le extrajeran el diente con un hilo, tarea que cumplieron los doctores reales. La madre aconsejó que el infante escribiera una carta a Ratón Pérez y que la guardara, junto al diente, debajo de la almohada. El animalito llegaría por la noche y le dejaría un regalo, pues “así ocurre desde que el mundo es mundo”. El pequeño, no sin embadurnarse de tinta, elaboró la misiva y esperó al ratón.
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Por la noche, el niño hizo esfuerzos para no dormirse y, cuando ya lo vencía el sueño, sintió que un ser diminuto y suave le rozaba la frente. Lo encontró delante de sí, era un ratoncillo “muy pequeño, con sombrero de paja, lentes de oro, zapatos de lienzo crudo y una cartera roja, terciada a la espalda”. Con modales refinados, el visitante se mostró como un depositario de amplia experiencia en el mundo de las relaciones sociales.
Tan atraído se sintió el niño rey por su nuevo amigo que decidió acompañarlo esa noche. Al introducirse la punta de la cola de Pérez en una de sus fosas nasales y estornudar estrepitosamente, se convirtió en otro elegante ratón. Y ambos emprendieron la misión de ir a la casa de Pérez y luego visitar a Gilito, un niño que también se desasía de su primer diente y, por lo tanto, esperaba su regalo.
Ratón Pérez tomó de la mano al rey y lo llevó a su casa, ubicada en una caja de galletas, depositada en el sótano de la Confitería Prast, en la calle Arenal, número 8, con el fin de recoger el obsequio destinado a Gilito. Allí, Buby I conoció a la familia ratonil: la esposa de Pérez, las dos hijas, una de ellas cantante de ópera y la otra, dicharachera. También a la institutriz, una maestra inglesa llamada Miss Old-Chesse y al hijo, Adolfo, que tenía escasos temas de conversación debido a que solo jugaba póker con jóvenes de la diplomacia europea. Como se observa, la casa de Ratón Pérez representa un cuadro de una típica familia burguesa madrileña de ese entonces.
Tomó Pérez la moneda de oro que llevaría a Gilito y, acompañado del rey, se escabulló por las cañerías de Madrid. Se hicieron acompañar de dos tropas de ratones para proteger al gobernante, pues temían encontrarse con un gato llamado don Gaiferos. Llegaron a la calle Jacometrezo y allí descubrieron la humilde buhardilla en la que dormía el pequeño al lado de su madre. Era un dormitorio desvencijado, en el que fácilmente se colaba el frío del amanecer.
Como ya salía el sol regresaron al Palacio Real. Pérez introdujo nuevamente la punta de su cola en la fosa nasal de su compañero, le provocó otro estornudo, y lo convirtió nuevamente en el niño rey que cayó vencido por el sueño después de una noche de correteos por Madrid.
Lo despertó su madre y comprobaron que Ratón Pérez se había llevado la carta y, en su lugar, había dejado un precioso estuche de oro. El niño preguntó a su progenitora la razón por la que Gilito vivía en tal situación de pobreza y ella respondió que el rey es el hermano mayor de todos y, por ese motivo, tiene la obligación de velar por que el bienestar de su pueblo.
La historia concluye con la escena de la muerte de Buby I, cuando ha llegado a la ancianidad, y se abren las puertas del cielo pues fue un hombre compasivo.
El sacerdote escritor
Luis Coloma nació en Jerez de la Frontera, en 1851. Fue miembro de una familia numerosa de clase media, muy bien relacionada con círculos aristocráticos. Después de licenciarse en Derecho, en Sevilla, el joven decidió tomar la vida religiosa.
Su amiga, la escritora Fernán Caballero, intentó disuadirlo pues creía que, como sacerdote, no podría desarrollar plenamente su carrera literaria. A pesar de esas advertencias, llegó a considerar que era necesario evangelizar por medio de cuentos y novelas, de la misma manera que algunos frailes hablaban al pueblo en un lenguaje comprensible y decir verdades “que no podrían jamás pronunciarse bajo las bóvedas de un templo”.
Experimentó también una salud quebrantada, motivo por el cual fue eximido de la rígida preparación teológica de los jesuitas. Estudió filosofía por su cuenta y se le concedió la posibilidad de establecerse en Madrid con el fin de mantenerse bajo cuidados médicos especializados. El hecho de residir en la capital le permitió fortalecer las relaciones con la aristocracia, incluso con la Reina Regente María Cristina, que le abrió las puertas del Palacio Real. Tales vínculos generaron la molestia de sus superiores, pues consideraban que solo se trataba de una distracción mundana.
A pesar de las objeciones de los jesuitas, el padre Coloma elaboró una obra literaria integrada, principalmente por relatos y novelas breves. Uno de sus cuentos, Ratón Pérez, fue entregado como un manuscrito, obsequio a Alfonso XIII en 1891. Aunque era un niño de seis años, al igual que Buby I, ya había sido coronado y solo se esperaba a que alcanzara la mayoría de edad para iniciar formalmente su cargo. Fue también Coloma el encargado de preparar los ejercicios espirituales del nuevo monarca, antes de que empezara a desempeñarse como tal, de manera temprana, a la edad de dieciséis años.
Entre las libros de Luis Coloma se encuentran novelas cortas como Pequeñeces y El Marqués de Mora; también elaboró biografías, una de ellas dedicada a su amiga andaluza, Fernán Caballero. Tomo posesión como miembro de la Real Academia Española en 1908 y ejerció en la silla F hasta su fallecimiento, ocurrido en 1915.
Algunas ejemplares de sus obras se encuentran custodiadas en la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano, de nuestro país, como Cuentos para niños (1890), Del natural (1899) y Juan Miseria (sin fecha).
Trascendencia de un cuento didáctico
No se sabe con exactitud si el padre Coloma llevó personalmente el manuscrito de Ratón Pérez al Palacio Real, o si lo envió con alguien de confianza, pues sus superiores no veían con buenos ojos sus visitas a la Corte Española. Lo cierto es que ese documento, fechado en 1891, se encuentra guardado en la Cámara Acorazada de la Biblioteca Real. Resulta ostensible que el autor buscó, por medio de este relato, aconsejar con enseñanzas morales y cristianas al pequeño destinado a sentarse en el trono español.
Lo publicó, sin ilustraciones, en 1902, en una obra titulada Nuevas lecturas. Y lo editó, en 1911, como un librito de pequeño formato, más parecido a un folleto, con dibujos de M. Pedrero, en esta ocasión lo dedicó al Príncipe de Asturias, hijo del rey Alfonso XIII. En otras palabras, en 1891, lo obsequió al padre, y en 1911, a su hijo.
Debe anotarse, como un dato curioso, que la edición de 1911 se consideraba perdida. Por fin encontraron un ejemplar en una compra y venta de libros usados, en la calle Jacometrezo, muy cerca del sitio donde, según Coloma, habitó el pequeño Gilito.
En pocos años, el cuento ganó popularidad fuera de España. Lady Moreton lo tradujo al inglés como Perez the Mouse y fue publicado, con ilustraciones en color, en Inglaterra y Estados Unidos. También se realizó una edición japonesa titulada Nezumi to ousama, y esas son razones que explican que el cuento se haya difundido ampliamente en el extranjero, aunque no se mencione el nombre de su autor.
Existe una película hispano-argentina, llamada Ratón Pérez, estrenada en 2006, que obtuvo el Premio Goya y el Premio Cóndor de Plata en la categoría de mejor animación. La secuela continuó con los filmes El Ratón Pérez 2 (2009), que fue nominada al Goya en la misma categoría y El Ratón Pérez y los guardianes del libro mágico, estrenada en 2019.
Entre la aventura y la enseñanza
Debe anotarse que el padre Coloma recurrió a un principio fundamental de la literatura infantil moderna, el de no subestimar a la niñez. Por eso, al inicio del cuento menciona de manera contundente: “Sembrad en los niños la idea, aunque no la entiendan: los años se encargarán de descifrarla en su entendimiento y hacerla florecer en su corazón”, y a través de su texto se vislumbra, no solo parte de su ideario personal, si no el de los conflictos sociales de su época.
Fue Luis Coloma defensor de la monarquía española, en una coyuntura de tensiones por erradicarla y transformar el país en república. Debe señalarse que Alfonso XIII (considerado como el pequeño Rey Buby I) se vio obligado a abandonar su cargo en 1931 y murió en Roma diez años después. El autor de Ratón Pérez, a contrapelo de las tendencias republicanas, subrayó el respeto reverencial al rey y valores como el del amor al prójimo. La madre reina le hace ver que los niños pobres son sus hermanos y que él debe procurar que no les falte nada. Por supuesto, semejantes ideas, no podían ser bien recibidas por los grupos republicanos, y mucho menos, por intelectuales anarquistas o socialistas.
Por medio del cuento es posible vislumbrar la marcada diferencia de clases. Encontramos que la habitación de Buby I es suntuosa, ornamentada con lienzos, lámparas y arañas, y el real consejo de médicos llega a considerar la pérdida del diente como un asunto de Estado, pues temen que el alma del infante rey se escape por la mella de la encía. Por el contrario, la alcoba de Gilito se encuentra absolutamente desvencijada, apenas protegida por un tejado por el que se cuelan los ventarrones, y tan solo tiene la protección de una madre que debe dejarlo solo para marcharse a lavar ajeno. Se evidencia así, que se trataba de incentivar conciencia en el rey sobre las necesidades y las penurias de su pueblo, aparte de enfatizar conceptos como los de la caridad y la misericordia. De esa manera, este cuento no solo es fuente de entretenimiento, pues el autor lo utiliza como un recurso didáctico para difundir su visión ética.
Es Ratón Pérez un verdadero dechado de los modales y las normas de urbanidad con las que se educaba a la niñez, principalmente en las clases sociales altas de finales del siglo XIX e inicios del XX. Se dice, entonces, que es un ratón “muy de mundo”, acostumbrado a pisar alfombras y al trato social con personas distinguidas. Agrega el autor que “su conversación era variada e instructiva y su erudición pasmosa” y que había anidado en archivos de bibliotecas, y de manera jocosa concluye que “solo en la Real Academia Española se comió en menos de una semana tres manuscritos inéditos que había depositado allí cierto autor ilustre”.
También, Coloma acude a mostrar su ideario religioso. Tanto Buby como Gilito practican rezos y reciben mensajes aleccionadores, aspectos que no calzan con conceptos difundidos en la literatura infantil contemporánea, pues se ha tratado de evitar la moraleja obvia y el uso didáctico, razón por la cual se puede explicar que en la actualidad no circule el cuento original del sacerdote. La niñez contemporánea se queda con la aventura, lo divertido de la anécdota, la ensoñación, el sentido lúdico y olvida la visión moral y cristiana del cuento. A pesar de ello, Ratón Pérez aún mantiene su casa en la capital española.
Un museo para el ratón
Coloma acostumbró a señalar, con precisión, los sitios en los que se desarrollaba su cuento. Sostuvo, por ejemplo, que la casa del Ratón Pérez se hallaba en el sótano de la Confitería Prast, ubicada en el número 8 de la calle Arenal de Madrid, a pocos pasos de la Puerta del Sol, también conocida como “Kilómetro Cero”.
El negocio de la familia Prast existió y fue uno de los más populares de su tiempo, no solo por la venta de ultramarinos (conservas elaboradas con productos extraídos del mar) y dulces que se vendían copiosamente en fechas festivas como la Navidad, ya que, según grabados y testimonios de la época, fue un sitio finamente ornamentado con esculturas y pinturas, y constituyó un modelo de elegancia y encuentro de la sociedad madrileña. Fue seleccionado como una tienda proveedora del Palacio Real.
Estas confiterías abundaron, a partir del siglo XIX, en Madrid. La gente acudía no solo para disfrutar de los dulces, si no para hacerse de las finas cajas o envoltorios que los contenían. Debe indicarse que incluso hoy, en esa ciudad, existen negocios que ofrecen los estuches de latón finamente ornamentadas.
En la estación de metro de Madrid, cerca del Palacio de Cibeles, hay una puerta diminuta para que entre y salga Ratón Pérez… es un mito.
Ya no existe la Confitería Prast, sin embargo, en ese mismo lugar se fundó la Casa–Museo de Ratón Pérez. Es usual que acudan los niños a escuchar el cuento y descubran salas cuidadosamente decoradas con recuerdos del roedor como muebles antiguos y hasta pasajes secretos donde puede escabullirse. ¿Ahí vive Ratón Pérez? Claro que sí, y habitará siempre como un diminuto caballero que se lleva nuestro primer diente de leche y nos deja, a cambio, un grato recuerdo de la infancia.
El autor es profesor de literatura infantil en la UCR y miembro de la Academia Costarricense de la Lengua.