1918 es el año en que se termina la Primera Guerra Mundial y en que el mundo comienza a ser azotado por una de las grandes pandemias del siglo XX: la llamada “gripe española”, una influenza que en dos años mató entre 25 y 50 millones de personas y contagió a más de 500 millones de seres humanos. En la pequeña Costa Rica, una nación con menos de 500.000 habitantes, la enfermedad hizo estragos en 1920. Y marzo, precisamente hace un siglo, fue un mes temible.
En el extranjero, la pandemia, que unos creen que se originó en Estados Unidos, otros en China y algunos en Francia, golpeó a las tropas en combate, se movilizó entre los soldados y la población afectada (civiles y trabajadores) por la guerra y avanzó imparable por todo el planeta.
¿Por qué se llamó gripe española? No porque surgiera en España ni porque fuera el país más golpeado por la pandemia, sino porque los medios de comunicación españoles fueron los primeros en reportar a enfermos por esta influenza. En la Primera Guerra Mundial, esa nación europea era neutral, en cambio otros países involucrados manejaron la información sobre los enfermos con gran secretismo durante la guerra para no afectar la moral de sus combatientes.
La “gripe extranjera”, como se le decía en la prensa tica de entonces, entró a Costa Rica por Limón, nuestro principal puerto, donde llegaban los vapores cargados de mercancías del extranjero y pasajeros provenientes de lugares infestados con el virus, y siguió la ruta de los trenes del Atlántico hasta esparcirse por todo el territorio nacional.
El 22 de febrero es noticia en los periódicos nacionales que una influenza hacía estragos en Limón; sin embargo, los enfermos del virus habían comenzado a ser detectados desde antes. “El Dr. Antonio Facio a cargo del Hospital de Limón, propiedad de la United Fruit Company, atendió los primeros casos desde 10 días anteriores a la noticia, su opinión era que poseían un carácter benigno. El Hospital registró el ingreso de unos 45 casos, 4 con desenlace fatal, que habían llegado con bronconeumonía, y otras complicaciones, anemia avanzada, y paludismo. El Dr. Rubén Umaña, Jefe de Sanidad, y el otro médico de la ciudad, que contaba con 6.628 habitantes, atendió a 80 enfermos”, cuenta la historiadora costarricense Ana María Botey en un artículo acerca de esta epidemia en la Revista de Estudios Latinoamericanos Americanía.
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Población en malas condiciones
“Acordémonos que la población no estaba en las mejores condiciones. Venía de la dictadura de los Tinoco (1917-1919), en que aumentó mortalidad y se disminuyó la esperanza de vida. La población tenía problemas de víveres, los médicos de pueblo se habían eliminado; había muchos lugares sin cañería, no había Ministerio de Salud. Fuimos afectados por tifoidea, malaria, disentería y otras enfermedades. Había serios problemas higiénicos en los barrios pobres”, explica Botey, al conversar acerca de esta epidemia que ha estudiado mucho.
Según la prensa y documentos de entonces, el Gobierno puso presupuesto para limpiar diferentes espacios y dar medicinas a los médicos de pueblo y a organizaciones de la sociedad civil. Además se le pidió a la población mejorar la higiene, sacar los animales de las habitaciones, limpiar y encalar solares y asear acequias.
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Se creó el Consejo Superior de Salubridad para enfrentar la enfermedad. “La primera propuesta de la comunidad médica fue la de establecer un Consejo Superior de Salubridad, ya que no existía un organismo centralizador, sino que los asuntos de salud eran de la incumbencia de las municipalidades ubicadas en la cabecera de cada cantón y diversas dependencias de la Sub Secretaría de Policía: el Departamento de Ankylostomiasis, el Departamento Sanitario Escolar y las medicaturas de pueblo”, detalla la historiadora.
Luego fueron cayendo enfermos vecinos de Turrialba, Cartago, San José, Heredia y el resto del país, lo cual se sabe por los reportes de los médicos de pueblo pedidos por el Ministerio de Gobernación. En los barrios pobres ya no alcanzaban ni los cataplasmas de mostaza ni vinagre que se usaban para desinfectar. “Estaban muy mal preparados”, comenta Botey.
Emergencia nacional
Y llegó marzo y fue un mes durísimo. Los muertos y contagiados aumentaban. Ante la gravedad de la situación, el Consejo afirma que es una emergencia nacional, por tanto las medidas se endurecieron, aunque la gente se molestara con muchas de las disposiciones.
“Entre las primeras iniciativas tomadas, después de emitir las instrucciones necesarias para el público con el fin de que aprendiera a reconocer la influenza, los síntomas y los tratamientos, al iniciar marzo, se estableció el cierre de teatros, templos, las reuniones mayores de 10 personas, los bailes y los paseos, así como la postergación del curso lectivo que iniciaba el primer lunes de marzo. Las noticias sobre el avance de la enfermedad continuaron, en todo el país. Esta medida fue criticada por diferentes sectores, entre ellos, los que esperaban las compañías de operetas y zarzuelas que se presentarían en el Teatro Nacional”, escribió Botey en su investigación. La historia se repite; cualquier parecido con la actualidad quizá no sea coincidencia.
A pesar de la suspensión, las actividades religiosas, los turnos y fiestas patronales siguieron adelante, lo cual fue muy criticado en los diarios.
La emergencia nacional se hizo oficial el 9 de marzo. El llamado fue a contribuir con el bienestar en general y que “maestros, médicos, farmacéuticos, enfermeras y voluntarios” se unieran a las Juntas de Sanidad y de Socorro con el fin de apoyar los temas de higiene y salubridad en los municipios. Dicha juntas recogían fondos para ayudar a atender la emergencia y repartían medicamentos, desinfectantes (creolina y formol, por ejemplo) y comida ayudados por sus voluntarios. “Los maestros fueron un verdadero batallón”, asegura Botey.
También se abrió en San José un hospital de emergencia, dirigido por Anita Tristán y atendido por las enfermeras Anita Cantillano, Leonor de Espinosa, Adelina Mora y Marta Pacheco. Se ubicó en una escuela de niñas de la capital.
Con todas las medidas tomadas, hubo en el país 2.298 personas fallecidas a causa de la gripe española y solo en marzo de 1920 se dieron 1.200 decesos por esta epidemia, según datos de la Memoria de Gobernación, publicados en 1921. ¿Por qué tantos muertos? No había instituciones de salud ni una adecuada infraestructura sanitaria ni medidas tan precisas para evitar el contagio, como sí existen ahora, explica la historiadora.
Luego de esta emergencia nacional, que duró hasta abril de 1920, surgen iniciativas importantes: en 1922 se crea la Sub Secretaría de Higiene y Salud Pública, a cargo de Solón Núñez, y en 1923 se promulga una legislación con características de código sanitario.