Nueva exposición de Adrián Arguedas (Barva, Heredia, 1968) en los Museos del Banco Central. Ingresar a ese rico submundo bajo la plaza de la Cultura, bajar la escalera hasta el segundo nivel… Claro, esperamos encontrar las nuevas pinturas y grabados del artista costarricense y, de entrada, nos recibe una instalación sin título en que una mujer, con múltiples serpientes en lugar de brazos, viaja dentro de una barca de madera. Sorpresa, curiosidad, esa necesidad de saber más. El desafío comienza. El aprendiz (esta nueva exhibición) reta: no solo hizo al creador desaprenderse para volver a aprender, sino que también provoca al espectador con preguntas, con la imposibilidad de usar etiquetas –siempre insuficientes e inexactas–, con imágenes que convocan multiplicidad de lecturas y de reflexiones. Empezamos el viaje.
Con la curaduría de María José Monge, los Museos del Banco Central invitan a navegar por la muestra El aprendiz, que reúne instalaciones, grabados, pinturas, ensambles y esculturas creadas entre el 2013 y este 2019 por Adrián Arguedas, de 50 años.
Es una nueva faceta del creador, anuncia el comunicado de prensa. Y sí, no cabe duda que encontramos otras caras de Arguedas, en cuyas exhibiciones había primado la pintura y el grabado; sin embargo, no hay que olvidar que, antes de graduarse en grabado en la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Costa Rica, él se interesó en la cerámica y que en otras exposiciones ya había mostrado su gusto por los juguetes y las máscaras. ¿Es como si fuera otro artista? Para nada. Es él mismo: un creador cambiante (por necesidad y por convicción) cuyas búsquedas y procesos lo llevaron a profundizar en preguntas como: quiénes somos, cómo nos relacionamos, cuál es el sentido de este camino, en este conjunto de más de 40 obras. Hay transformación, hay evolución con una gran coherencia.
“He creído mucho en romper y romperme en mis propios procesos. Intentar repensarme porque es mi necesidad creativa. Si no siento que hago algo diferente y nuevo, mejor dejo de hacerlo”, cuenta Arguedas, quien es profesor de la Escuela de Arte y Comunicación Visual de la Universidad Nacional.
Bajo esa premisa, en ese recorrido surcamos sus visiones acerca del viaje del héroe, la iniciación, la muerte, la transculturización, el encuentro de culturas y tradiciones, los ritos, lo aséptico, los vínculos, el juego e, incluso, el papel y presencia del propio artista.
En el catálogo, la curadora explica: “En estas obras, la interrogación se ha asumido conscientemente, desde el único lugar posible, es decir, desde la duda, desde lo irresuelto, desde la contradicción. Consecuentemente, no ofrecen respuestas a aquello sobre lo que se interrogan. Identifican necesidades, intuiciones, desencuentros, formulan preguntas y procuran no temer a la ausencia de respuestas. Son obras que, como si se tratara de una bitácora de viaje, han surgido en el curso de un camino que ha cobrado forma al andarlo”.
Precisamente, en esa bitácora y propia exploración de Arguedas, ganador del Premio Nacional Aquileo J. Echeverría en tres ocasiones (1994, 2004 y 2007), surge el título y la exposición. “El aprendiz es, además, una especie de máxima que prescribe la observación, la escucha, la exploración y el autoconocimiento, como principios esenciales para crear y para crecer. En este conjunto de obras el artista se sitúa deliberadamente en una posición de desaprender para aprender, que se expresa a nivel técnico, sintáctico y semántico”, detalla Monge en su texto.
La travesía y la muerte
Adrede, la exhibición comienza con la mencionada barca: sugiere el viaje, que luego se descubrirá que es de transformación. Después de esa parte, le seguirán secciones dedicadas al aprendizaje, el ritual y los vínculos; con estas cuatro, la curadora le propone un posible recorrido –sinuoso, lleno de diálogos y contrastes– al visitante.
Elementos como la travesía del héroe, la semilla, la serpiente, la cueva, la casa cósmica y el agua van bosquejando el viaje, uno introspectivo, en que se debe morir para renacer, para dejar que emerjan otras cosas. “Hay un continuo inicio y final”, anota Monge.
Los simbolismos hablan de la transmutación cíclica, del tránsito a otra esfera de la existencia, de cosmovisiones ancestrales, y van conduciendo la conversación con el espectador.
¿Por qué la muerte es fundamental? Por la visión sobre ella y por las posibilidades que abre. “La muerte me hace sentir vivo. Ha sido un tema y motivo en muchas exposiciones”, agrega el artista.
Los caminantes y la mezcla
Una de las características más importantes de El aprendiz, y una de sus armas más poderosas, es la hibridación o mezcla de culturas, épocas, tradiciones y materiales que pone a dialogar. El mejor ejemplo de esto es Caminantes, trabajo que seduce con su carácter lúdico para sumergirnos en una reflexión acerca de cómo nos hemos construido. Una danza circular remite a la dimensión ritual, en que se mueven personajes como un chamán de inspiración precolombina, una versión de Ronald McDonald, un delgado Spiderman, con arcángel con la cabeza trucada… Ofrece referencias a lo precolombino, a lo colonial, a la industria del entretenimiento actual y muestra materiales como la piedra, la madera y la cerámica, en una mascarada imparable en que se combinan e reinterpretan tradiciones.
Las manifestaciones de la cultura popular han sido ampliamente desarrolladas por este artista de Barva de Heredia. Sin embargo, ahora es diferente: se ha depurado la anécdota y se agrega el elemento de las culturas originarias de nuestras tierras. “Los fragmentos de Spiderman, Batman, Ronald McDonald, santos, guerreros y diosas, constituyen la materia prima a partir de la cual han cobrado forma estos seres que, al igual que nosotros, son el producto genuino del entrecruzamiento y la superposición de referentes culturales propios de las sociedades amerindias, la imaginería religiosa que se diseminó durante el período colonial y la cultura de masas contemporánea”, cuenta la curadora en sus anotaciones.
Árbol, instalación que abarca los tres niveles de los Museos del Banco Central, muestra el encuentro de los colibríes y la serpiente. La génesis de esta obra se dio cuando Adrián Arguedas contempló un pequeño petroglifo precolombino, en Guayabo (Turrialba), en que una serpiente tocaba un colibrí. Esta pieza también convoca diferentes interpretaciones porque el árbol era, en la mitología de algunos grupos indígenas, el eje que une el cielo, la tierra y el inframundo. “Es una mitología que ha sido negada sistemáticamente; a nosotros la historia nos la enseñaron desde otro lugar. En estas obras yo quisiera abrazar nuestras diferentes partes, incluso las negadas”, asegura él.
Decapitados y soñantes
Según un conjunto de estas obras, los procesos de educación y de socialización imponen, controlan, someten y hasta mutilan. De allí que se desarrollen una serie de decapitaciones y mutilaciones, y se vea, por ejemplo, a un especie de guerrero precolombino en piedra con una cabeza trofeo. Además, hay varios autorretratos con las cabezas trofeos que hablan de este tema, así como de la muerte (metafórica) del propio artista.
A Arguedas le interesa la posibilidad de renacer, así como de alejarse de la individualidad y de la importancia del ego en el arte; él opta por privilegiar el trabajo en equipo –indispensable en una exposición–, por recuperar “la humanidad de los procesos” y diluir la autoría. No es casual que su nombre se lea lo menos posible en El aprendiz, incluso no está en cada una de las cédulas de las obras.
Las pinturas y los grabados son importantes en la exposición, en especial la serie que llamó Los soñantes, retratos de personas que lo acompañan en su proceso artístico y de transformación. En esas pinturas, Arguedas vuelve a mostrar la gran calidad de su técnica puesta al servicio de esta temática.
“Uno constantemente está construyendo ideas y repensando cosas. Y uno hace un giro, cambia, aunque después vuelva a caer en los mismos lugares. Por más que uno quiera cambiar, las inquietudes son las mismas”, reflexiona Adrián al hablar sobre sus procesos y transformación.
Un camerín que rescata y renueva tradiciones, una mano que es oprimida o resiste, desdoblamientos y sueños nos mantienen alerta. El espectador avanza entre duras imágenes y otras que permiten un respiro para continuar y procesar lo anterior. El viaje es duro y enriquecedor, y es cíclico. Al final, salimos, vemos de cerca la barca y ascendemos, como los colibríes, hasta el siguiente nivel. Somos el otro aprendiz.
Recuerde
Exposición de artes visuales El aprendiz, en los Museos del Banco Central de Costa Rica (bajos de la plaza de la Cultura). Abierta todos los días de 9:15 a. m. a 5 p. m. Está disponible desde el jueves 7 de marzo hasta setiembre.