“El rayo, con chispazo rotundo, ilumina el vientre de la noche. Instantes después, un trueno hace vibrar caserones y almas errantes. Al fin se inicia el aguacero.
—¿Algo nuevo?
—Hay orden de fusilar.
—¿También a este?
—También a este.
—¿Y quién va a formar el pelotón? El hombre es muy querido. A ver cuántos bravos se atreven… Yo desde luego no”. (Párrafo inicial de Más allá del río, de Emilia Macaya).
Historia, aventura, romance y las intrigas del poder
En su exquisita nueva novela, Más allá del río (Uruk Editores, San José, 2020), Emilia Macaya nos brinda una clave íntima para entender la historia, no la historia oficial, sino la de la vida cotidiana, en parte oculta entre los vanos, esos pasadizos oscuros por donde cabalgaban los ardores de la pasión secreta, una vez que se apagaban los faroles. Cuerpo a cuerpo, de la boca al oído, sin recurrir a “notas escondidas ni susurros imprudentes. Tampoco, a mensajitos llevados y traídos por cómplices que nunca se sabía dónde irían a parar”.
Macaya es una escritora sabia, equilibrada, preciosista. Una relojera de la palabra, que en esta obra se adentra en el tiempo y lo mira desde una dimensión profundamente humana, para hacernos olvidar que habla de un ayer que ocurrió hace más de siglo y medio. Más bien, trae ese tiempo hasta nosotros y nos mezclamos con los personajes de manera imperceptible, en noches intensas, alumbradas por la misma luna que hoy miramos y a veces iluminadas por dos pares de ojos enamorados, que brillan igual ayer que hoy.
Emilia Macaya es también una escritora-escultora, que modela sus gentes desde la arcilla y el mármol, y los va contorneando hasta que les sopla la vida, en un juego intrincado y sencillo a la vez. Hay magia en ese proceso, que no es accidental ni basado en ocurrencias, o modas narrativas para quedar bien con el público. Es movimiento preciso de cincel, peso suave o firme de las manos, que se fundamenta en años de investigación.
A través de ese cuidadoso y armónico proceso creativo, nos da personajes entrañables, que han llegado a la literatura a reclamar su lugar. Entre ellos, brillan especialmente dos mujeres, doña Mariquita y Azucena. Cuando ustedes las conozcan, entenderán por qué están ya en mi lista de preferencias. También caí bajo el extraño enigma de un personaje masculino, Julio Espada, a quien les aconsejo que le presten especial atención.
Quienes leen, se adentran en un túnel
Entre las cosas profundas que quedan claras de una lectura de Más allá del río es que los seres humanos seguimos respirando hoy –con más ciencia y tecnología– por las mismas emociones que lo hacían quienes habitaban este mágico planeta en años idos. Así, mujeres (estas que con demasiada frecuencia quedan fuera del cuento) y hombres (no solo de arriba, sino los de abajo, también, tan a menudo excluidos), cobran vida en el corazón del siglo XIX, pero podemos reconocerlos y vernos reflejados en ellos, como si nos hubiéramos trasladado por un túnel maravilloso, que no distingue entre pasado y presente y nos proporciona claves para entender el futuro.
Para que los percibamos vivos y suframos y nos deleitemos con ellos, Macaya compone una melodía en la que introduce –sin disonancias–, oportunas e importantes notas del habla del ayer. Lo hace de tal manera, que se sienten totalmente naturales, sin que haya en el texto el forzamiento de arcaísmos postizos.
Tocar el santoral con manos limpias
La autora trata temas históricos vitales para nuestro país, relacionados con la guerra contra los filibusteros y sus líderes, sobre los cuales hay, incluso hoy, encendidas pasiones; y se atreve a rozar lealtades acendradas. Esas adhesiones a veces bordean el fanatismo porque, por muchas décadas, como suele suceder, primó la visión de los vencedores y la de los héroes sacrificados se ha ido abriendo campo solo con gran dificultad. No es extraño, por ello, que a pesar de haber transcurrido tantos años, las heridas sigan a flor de piel. A sabiendas de que algunos pasajes podrían causar escozor, la doctora Macaya se atreve a bajar a los héroes a la tierra. A colocarlos en su novela –que no es un ensayo histórico, sino ficción– con sentimientos, virtudes y flaquezas.
“La vida, como la noche, tiene luces y sombras”.
La novela muestra los vicios del poder de la época, enraizados fuertemente en el patriarcado -que contrastan con la necesidad de la búsqueda de un poder basado en la inclusión, no en la exclusión-, y en la superación de las ambiciosas y feroces rivalidades al interior de la pequeña élite gobernante. Pero lo hace sin ojeriza, aunque dejando claro que “los de arriba… se tomaban sus turnos para ejercer el mando… De la tribu al clan y del clan, nuevamente a la tribu. Eran los mismos”.
Los pequeños bocados de nuestra historia culinaria le dan sabor a la obra. Leí casi toda Más allá del río acompañándola de un tazón de chocolate con un poquito de maní, como el que le preparaba Damiana a doña Mariquita; la del secreto de la bonanza sin fin. Y otra parte, con pan dulce recién horneado y un buen café (colombiano, ya verán por qué cuando la lean). Hasta me pareció percibir un repique lastimero de campanas.
Al cerrar la novela, que recomendamos con fervoroso entusiasmo, escuchamos claramente al vigilante nocturno, “una oxidada carabina al hombro, la espada al cinto, el sombrero de paja ensartado hasta las cejas y la manta desencajada al modo de capa, en función de uniforme contra el frío”: —”¡Alerta está! Serenoooo! ¡Viva Costa Rica! ¡Las nueve han dado! ¡La noche es clara!”
Sobre Emilia Macaya
Escritora costarricense, doctora en Literatura por la Universidad de Montreal, Canadá. Ha publicado numerosos artículos y estudios en revistas académicas especializadas, especialmente relacionados con la literatura femenina e hispanoamericana. Destacan estas obras: Cuando estalla el silencio (Editorial de la Universidad de Costa Rica, 1992), Espíritu en carne altiva (Editorial de la Universidad de Costa Rica, 1997 y Uruk Editores, 2013), La sombra en el espejo (Editorial Costa Rica, 1986), Diez días de un fin de siglo (EUNED, 2007) y Más allá del río (Uruk Editores, 2020). Ingresó a la Academia Costarricense de la Lengua, como miembro de número en el 2002, con su discurso De Pandora a Penélope: el cuerpo femenino del lenguaje.