Tras un siglo sin referentes, los últimos 15 años del cine costarricense han visto 19 largometrajes de ficción dirigidos por mujeres. Más que una mera cifra de representación, este dato habla acerca de una revolución en torno a las maneras de concebir el sétimo arte en el país.
La cinematografía se puede comprender como un lenguaje. Su significado y relación con la realidad cambia según quién se está expresando y desde dónde lo está haciendo. A lo largo de la historia de este arte, y muy a pesar del trabajo de pioneras invisibilizadas como Alice Guy, Germaine Dulac, Lois Weber y Maya Deren, las estructuras se han cimentado en una perspectiva masculina que ha determinado tanto las narrativas que predominan como las formas en que son plasmadas en pantalla.
Por muchos años, los lentes invasivos, enfoques lascivos y ángulos condescendientes solían ser la norma a la hora de encuadrar a las mujeres. Algo que afectaba (y sigue afectando) a cualquiera que se posicionara tras o frente de la cámara y era reducida por una visión única que no la representaba.
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En esta coyuntura surgen proyectos desarrollados por cineastas mujeres en el país, quienes desde distintas visiones de mundo e identidades se han dado a la tarea de crear gramáticas propias y arrojar luz sobre preocupaciones que no suelen ser parte de los falocéntricos libros de historia. En los primeros 70 años de la filmografía nacional no hubo un solo largometraje de ficción dirigido por una mujer, mientras que tan solo en este 2019 se sabe de cuatro películas que ya esperan su paso por las salas.
Las raíces de esta ebullición y los cimientos para sus formas cinematográficas yacen en una tradición fílmica que lleva décadas ligada a mujeres osadas. La celebrada presencia de El despertar de las hormigas, de Antonella Sudasassi, en el Festival Internacional de Cine de Berlín y la selección de Ceniza negra, de Sofía Quirós, y Lucía en el limbo, de Valentina Maurel, para competir en la Semana de la Crítica del Festival de Cannes son un capítulo más de esta creciente historia.
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Pioneras
Para la historiadora de cine costarricense y centroamericano de la Universidad de Costa Rica María Lourdes Cortés, el primer precedente se encuentra en la década de los años 70, con la consolidación del entonces incipiente Centro Costarricense de Producción Cinematográfica en 1977.
“Esa fue la primera vez que se hace cine de forma sistemática en el país, y la idea nace y se dirige por una mujer, María de los Ángeles Kitico Moreno”, comentó Cortés.
La convicción de Moreno se sintetizó en su célebre lema “dar voz a quien no la tiene”, el cual moldeó la mirada crítica que se convirtió en el sello de las producciones documentales del Centro de Cine.
A pesar de este claro énfasis en la visibilización de narrativas distintas, de este semillero audiovisual solo surge una mujer directora: Patricia Howell, primera en desarrollarse en este rol. Su cine apropió la subversión inherente a ser pionera y la amplificó con confrontativos filmes como Dos veces mujer (documental, 1982) e Íntima raíz (mediometraje de ficción, 1985), los cuales planteaban denuncias desde la perspectiva de género.
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“Desde muy niña sentí que el mundo estaba lleno de injusticia y siempre me identifiqué con la causa de los salvadores. Claro que el tiempo y la vida intentan obligarnos a callar como personas, pero en el cine que hago nadie me calla. El cine para mí es el espacio en el que grito mi furia y abrazo mi ternura, es un cine de denuncia y es, al mismo tiempo, un cine de profunda solidaridad”, comentó Howell sobre su trabajo.
Durante décadas, las propuestas de esta directora habitaron en solitario la hermética y dispersa escena audiovisual de entonces. La llegada del nuevo milenio demostró que sus preocupaciones coexistían con las de una camada emergente de cineastas, quienes buscarían formas novedosas para explorarlas.
Múltiples miradas
Para Cortés, el galardonado filme El camino (2009), de Ishtar Yasin, presenta las bases “no tradicionales y no aristotélicas” que suelen caracterizar las películas de realizadoras locales; en general, un énfasis en la corporalidad y el manejo de los silencios. Yasin asocia estas cualidades con una comprensión de mundo inherente a ser mujer.
“Tenemos otra visión, queremos hablar desde nosotras mismas y contar nuestras experiencias. No se trata de que solo más mujeres protagonicen películas, sino también de propuestas estéticas distintas, a las cuales todavía el público no se haya acostumbrado o no conozca”, recalcó la realizadora que estrenó Dos Fridas en Estonia el año pasado.
En los últimos años, perspectivas como la de Yasin han sido sustentadas por una tendencia en círculos académicos a usar el concepto de “la mirada de mujer” (que da vuelta a la “mirada de hombre” descrita por la teórica feminista Laura Mulvey). Lo que se propone es que el rol de una mujer tras la cámara reconfigura los estándares visuales tradicionales y se centra en explorar las voluntades y emociones desde los mismos encuadres que se eligen. Su intención es reivindicativa; no obstante, el término sigue siendo problematizado.
Hilda Hidalgo, quien lanzó Del amor y otros demonios tan solo un año después (2010) de El camino, considera que existen suficientes idiosincrasias dentro de las propuestas nacionales que hacen imposible referirse a una única mirada que las abarque a todas.
“Si tomás a la mitad de la humanidad, que no había tenido acceso a narrar en este medio, y de repente empiezan a poder hacerlo, se va a marcar una diferencia; pero, por otro lado, hoy incluso, lo femenino y lo masculino están en cuestionamiento. Inclusive, dentro del mismo movimiento feminista existe un rango muy amplio de posiciones”, comentó la directora de Violeta al fin (2017).
Por su parte, Valentina Maurel, cuyos cortometrajes Paul est la (2017) y Lucía en el limbo (2019) han sido seleccionados en distintas secciones del Festival de Cannes, considera que los paralelismos que pueden existir entre las obras de directoras tienen que ver con un mismo entorno.
“Regresando a Costa Rica me di cuenta que hay algo que nos une a esta generación de cineastas mujeres. Hay una realidad que responde a una urgencia por reconsiderar y reapropiar espacios familiares normalizados como la casa, la cocina y el cuerpo, donde hay dinámicas de poder que existen”, explicó la cineasta formada en Bélgica.
Nuevos esquemas
Si bien es cierto que directoras como Dinga Haines con Keylor Navas. Hombre de fe (2017) y Soley Bernal con El lugar más feliz del mundo (2015) han triunfado en el ámbito comercial con producciones para el consumo masivo, la mayoría de las realizadoras locales suelen gravitar hacia un cine más íntimo y con otro tipo de búsquedas.
“Yo le he apostado más a hacer un cine que sea más pequeñito porque siento que es una apuesta igual de válida cuando se considera de dónde venimos y el lugar donde estamos. Como que es más congruente con lo que soy”, comentó Paz Fábrega, directora de Agua fría de mar (2010) y Viaje (2015).
Alexandra Latishev, a quien Fábrega le produjo su aclamado debut en Medea (2017), coincide y destaca como el involucramiento personal en el proyecto da nueva luz a los procesos de producción como buscar fondos, hacer casting y desarrollar el guion.
“Ya la misma posición de estar al margen siendo una mujer del poder no significa estar carente de herramientas. Al trabajar con mujeres encontré otra manera de entender la producción que me abrió un horizonte. Fue importante tener esa relación espejo con estas directoras. Cuando ellas establecen su forma de producir un poco más personalizada si se permitían ciertas libertades, pero tampoco era algo gratuito. Implicaba cierta rebelión hacia un sistema", expresó.
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El sistema al que alude la cineasta es la visión de industria tradicional, una que, según María Lourdes Cortés, implica cierta jerarquía y también limitantes.
“El hecho de que todavía estamos en una etapa artesanal del desarrollo fílmico le da una ventaja a las mujeres en el sentido de que no hay favoritismos ni estructuras rígidas como suele suceder en Hollywood. Ese modo de producción que todavía no se consolida como industrial permite que las mujeres usen más su creatividad”, agregó.
Las posibilidades que estos modelos brindan a las nuevas voces motivan a tomar riesgos y traer a la mesa narrativas innovadoras. Tal es el caso de Nathalie Álvarez, quien actualmente se encuentra en la preproducción de Clara sola, su largometraje debut.
“Trato de contar historias que me interesan a mí. Tal vez por ser mujer gravito hacia algunas más que otras. Lo que sí hago conscientemente es mirar qué es lo que no quiero representar en pantalla. A veces es difícil porque una crece inmersa en una sociedad patriarcal; entonces, hay que cuestionarse mucho y darle muchas vueltas para encontrar lo que se quiere contar y las formas de hacerlo", dijo la joven artista sobre su proceso creativo.
A pesar de que el cine costarricense sigue dando sus primeros pasos en comparación con filmografías más consolidadas, las maneras singulares que han utilizado estas generaciones de cineastas para expresar sus percepciones ya generan un interés hacia el país desde las vitrinas más prestigiosas del panorama internacional.
Para continuar este desarrollo, tanto las directoras como la historiadora ven necesario que el Estado ampare esta proliferación de apuestas arriesgadas desde una legislación que impulse a historias que “no pudieran existir de alguna otra manera”.
Según Hidalgo, es en estas noveles apuestas donde yace la esencia de esta efervescencia.
“Todo lo que pase con las narradoras mujeres dentro de la cinematografía hay que ubicarlo en ese movimiento social tan enorme que estamos viviendo como humanidad (para mayor representación e igualdad). Creo que el cine tiene una posibilidad maravillosa no solo de reflejar lo que está pasando, sino de crear nuevas realidades. Eso es lo que más me interesa de las narraciones hechas por cineastas. Te permiten ver una realidad distinta y proponer un futuro al que aspirar”, detalló.
Un parteaguas, así se vislumbra este auge actual de mujeres haciendo cine, una manifestación que sigue creciendo y creciendo. En la competencia nacional de cortometraje del más reciente Costa Rica Festival Internacional de Cine, 8 de los 10 audiovisuales fueron realizados por mujeres; además, las óperas primas de otras siete directoras se encuentran en desarrollo en este momento. Perspectivas frescas que no paran de sacudir la gran pantalla.
Largometrajes de directoras nacionales
Patricia Howell
- Dos veces mujer (1984)
- Más que palabras (1996)
- Sí estuvimos, mujeres en la historia (2017)
- Los caminos del amor (2019)
- Se encuentra en la investigación de un nuevo documental y tiene dos largos de ficción en distintos procesos de desarrollo
Maureen Jiménez
-Mujeres apasionadas (2003)
Ishtar Yasin
-El Camino (2009)
-Dos Fridas (2019)
Erika Bagnarello
-Luces de Esperanza: Hibakusha Viajando por el Mundo (2009)
-Maras, Ninis y Malandros: Una guerra no oficial (2011)
-Primero de enero (2015)
- Gigi (2017)
Hilda Hidalgo
- Del amor y otros demonios (2010)
- Violeta al fin (2017)
Isabel Martínez
- El último comandante (2010), codirección con Vicente Ferraz
Paz Fábrega
-Agua fría de mar (2010)
-Viaje (2015)
- Actualmente, su tercer largometraje, Desasosiego se encuentra en posproducción
Laura Astorga
- Princesas rojas (2013)
Patricia Velásquez
- Dos Aguas (2015)
- Apego (2019)
-Su largometraje La piel del agua se encuentra en desarrollo
Soley Bernal
- El lugar más feliz del mundo (2015)
- Despertar (2017)
- Su película Te presento a mi novio se encuentra en posproducción, mientras que sus proyectos Parmenio: La última denuncia, El gordo y La masacre de Monteverde están actualmente en desarrollo.
Nadia Mendoza
- El cumpleaños esóterico (2015), codirección con Guillermo Tovar
Dinga Haines
- Keylor Navas. Hombre de fe (2017)
Alexandra Latishev
-Los volátiles (2014)
-Medea (2017)
-Delirio, su segundo largometraje de ficción, se encuentra en desarrollo.
Maricarmen Merino
- ¿Donde estás? (2018)
Antonella Sudasassi
- El despertar de las hormigas (2019)
- La culminación de su proyecto transmedia, el largo documental El despertar de las hormigas: Adultez , se está produciendo actualmente.
Sofía Quirós
- Ceniza negra (2019)
Nathalie Álvarez
- Preproducción de su primer largometraje, Clara sola.
Valentina Maurel
-Desarrollo de su primer largometraje de ficción
Natalia Solórzano
- Posproducción de largo documental Avanzaré tan despacio
Carolina Arias
-Posproducción del largo documental Objetos rebeldes
Michelle Ferris
-Producción del largo documental Mangle
Kim Torres
-Desarrolo del largometraje Si no ardemos cómo iluminar la noche.
Ana Lucía Jiménez
-Posproducción del largometraje documental Sesiones para Pibe.
Roya Eshraghi
-Desarrollo de largometraje documental Un constante partir
Clea Eppelin
-Desarrollo de largometraje documental Así nacemos
Fuentes: Investigación que María Lourdes Cortés realiza para la Universidad de Costa Rica y archivo de las plataformas de Industria y Formación del Costa Rica Festival Internacional de Cine.