Sergio Ramírez no niega su lado político, pero confiesa que prefiere hablar de literatura. En las vísperas del festival literario Centroamérica Cuenta –que se realizará por primera vez fuera Nicaragua, ante la crisis en ese país–, ambos temas parecen cruzarse. En ese marco, el ganador del Premio Cervantes 2017 reflexiona acerca de las responsabilidades que siente con la región en medio de una época turbulenta.
–Sin duda, Centroamérica Cuenta es una fiesta, pero una fiesta que se celebra mientras su casa no pasa un buen momento. ¿Cómo es para usted vivir este festejo literario fuera de su país con ese contraste?
–Es complejo. Es una circunstancia que se nos produjo en el camino. Tuvimos que suspender por una fuerza mayor y no tuvimos más remedio. No nos sentimos seguros con el clima que tiene Nicaragua, así que escogimos el mejor de los escenarios a mano y nos trasladamos a Costa Rica, lo que me abre la perspectiva de que Centroamérica Cuenta es de la región y funciona bien en otros países. Es bueno para tener contacto con otro tipo de público.
–Usted ha visitado el país en múltiples ocasiones, pero este significa su gran regreso literario. ¿Cómo asume este retorno a un país donde emprendió proyectos culturales en el pasado?
–Pues este es mi segundo ensayo de realizar un gran evento cultural en Costa Rica. En 1971, con motivo del 150 aniversario de la independencia de Centroamérica, pudimos realizar el primer festival centroamericano, que tuvo muchísimo vuelo. Me sentí satisfecho de concretar un festival múltiple con bienal de pintura, con feria de libro, con encuentro de escritores, con un festival de teatro... Ese antecedente pesa mucho porque conozco el escenario costarricense en que viví. Sé que vamos a tener una buena sintonía con la gente.
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–¿Cómo compara este nuevo proyecto con el de 1971, sobre todo tomando en cuenta que es la primera vez que Centroamérica Cuenta sale de Nicaragua?
–Sí, es muy ambicioso como lo fue aquel. La norma siempre ha sido de que no podemos aceptar nada que no sea primera clase. Centroamérica es una región pequeña y relativamente desconocida en términos culturales. No podemos aceptar mediocridad como norma, así que tendremos un encuentro de primer nivel como el de 1971 porque la línea es la misma: un festival de altísima calidad.
“Veo la literatura como un arte creativo, pero podemos convertir la literatura en un espectáculo. La gente puede gozar escuchando hablar a escritores sobre el arte de escribir, así como pueden intrigarse ante los problemas que rodean el ambiente Centroamericano y de América Latina”.
–Usted es una figura de exposición mundial. Cuando le preguntan por Centroamérica desde fuera de nuestra región, ¿cómo la define?
–Definirse es muy difícil para algunos países latinoamericanos que no están en el gran mapa cultural. Argentina, México y Colombia tienen el privilegio de contar con un espacio cultural marcado, con grandes industrias y con respaldo a escritores. No es lo mismo en el caso de Bolivia, Ecuador o Paraguay, que no tienen una ventaja que sí tiene Centroamérica: identificarse como región. Nosotros realzamos a una región centroamericana que puede presentar su escritura como una identidad de más de un país. Al festival no solo traemos escritores sino editores, traductores, y mucha gente de la industria mundial porque uno de los propósitos es comunicar la literatura fuera de la región.
–A punto de comenzar la sexta edición de Centroamérica Cuenta, ¿cómo ha visto la evolución de la difusión de la literatura centroamericana fuera del istmo?
–Nosotros comenzamos hace seis años en Granada como un pequeño experimento de 15 escritores. Hoy son 130 invitados en un programa de más de 80 actividades. Por tanto, hemos multiplicado las posibilidades y nos movemos con más seguridad en el escenario, esperando que los nombres centroamericanos resuenen fuera de la región. Estamos seguros que este año tendremos un buen festival, que siga abriendo esas posibilidades.
–Algunos escritores dicen que Costa Rica no ha parido tantos autores célebres porque le ha hecho falta vivir épocas de guerra, a diferencia de otros países de la región. ¿Qué piensa usted sobre ese entendimiento de la violencia como inspiración creativa?
–Yo creo que esa es una aproximación un poquito mecánica sobre la creación literaria. No creo que solo en un país de violencia de grandes contrastes se puede hacer una gran creación literaria. Creo que un sistema cultural que apoye el Estado, con un sistema educativo avanzado, trae las opciones para que surjan escritores que se formen no solo del ambiente costarricense sino también fuera de sus fronteras. La literatura cada vez es un fenómeno más global. Te pongo el caso de Carlos Fonseca, que me parece una de las grandes promesas que hay en Centroamérica: es de Costa Rica, tiene vínculos con Puerto Rico, ha vivido afuera... No hay que estar ligado a la violencia para que el entorno estimule la creación de una buena obra literaria.
“Hay casos en que un escritor tiene de frente temas dramáticos de la historia de su país y puede aprovecharlos. Aún así, en países como Nicaragua y Guatemala puede haber buenos escritores que no se ocupen de estos temas. La literatura es un asunto de conseguir la calidad, independientemente del tema. No hay relación mecánica entre temática y creación literaria”.
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–Ya que hablamos sobre procesos de violencia, en una de las mesas, usted hablará sobre una Nicaragua violentamente dulce. ¿Qué puede adelantar sobre esa visión de su país?
–En el contexto de lo que está ocurriendo en Nicaragua sería muy extraño que los escritores callen sobre lo que está ocurriendo. Hay mucha curiosidad y mucha ansiedad en el público por saber qué pasa y cómo los artistas funcionan frente a situaciones de emergencia. De eso queremos hablar, desde el punto de referencia de lo que ha sido la historia de Nicaragua. En fin, no es tratarlo como tema político, sino sobre cómo la política afecta la vida cultural y creativa.
"Al final del día, este no es un festival político. Como decía Rubén Darío: ‘Yo me ocupo de la política porque es universal’. No podemos evadirla pero no hacemos el festival con propósito político sino cultural, y para hablar de problemas de Nicaragua y Centroamérica como la migración, los cárteles de droga, la corrupción y temas que se abordan desde la literatura.
-Aprovecho que toca el tema de la migración para conversar sobre este término que ha sido tan explorado en la literatura y al cual el festival le ha dedicado espacios de discusión. ¿Qué significado tiene esa palabra para usted?
–La migración es un fenómeno demográfico que, antes de esta crisis, ya tenía corrientes entre Nicaragua y Costa Rica. Eso tiene consecuencias culturales. Hay un residuo de xenofobia que posiblemente también hubiese sucedido si los migrantes fueran costarricenses en Nicaragua, pero eso no matricula a los países. Hay un concepto de cortina que me interesa mucho y es que quienes repudian las migraciones no lo hacen por toparse a alguien de otro país, sino porque estorba la pobreza y la miseria. La migración me interesa desde la mezcla cultural, de la influencia mutua de países que combinan sus propias culturas.
-Usted, con la exposición internacional que tiene, lleva a Nicaragua casi como un apellido más, y estos temas suelen ser un tema recurrente de conversación. ¿Cómo le resulta siempre tener que hablar de su país?
–Pues yo asumo a mi país como una herida abierta, no como una infectada, pero sí como una que palpita y duele porque estamos lejos de conseguir la vida social que hubiéramos deseado en un marco de convivencia política democrática normal. Aspiro a normalidad ciudadana y yo me desdoblo entre ciudadano y escritor. Como ciudadano quiero la normalidad democrática y social y si eso afecta mi escritura me veré obligado a escribir de eso, pero no voy a preferir la anormalidad ciudadana que condena al país a llevar la piedra como Sísifo.
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–¿Llega en algún momento a ser desgastante hablar siempre del tema?
–Yo me dejo la reflexión dependiendo de las preguntas que me hacen. En casos, la conversación se desvía hacia lo político y no me siento tan cómodo. Lo que a mí me interesa es hablar del impacto cultural que pretendemos con Centroamérica Cuenta y mi aspiración personal de que la región sea vista como entidad cultural desde fuera y desde adentro, que podamos reforzar un público de lectura, que los autores sean traducidos, que jóvenes tengan oportunidades editoriales... Eso no quita que no esté vigilante de mi alrededor. Vivo en una región muy conflictiva y, por tanto, apuntamos estos temas en la agenda de este encuentro porque la literatura se nutre también de su realidad.
–Al ser el primer Premio Cervantes centroamericano, ¿qué responsabilidades siente que ha adquirido con la región?
–La primera es la responsabilidad con mi obra literaria. Me siento responsable de lo que escribo porque tengo un futuro literario marcado por este premio. El premio no hace al escritor, pero sí significa responsabilidad y también sé que cuando opino más gente me escucha y debo buscar cómo ser responsable con mis propias opiniones. Trato de dar opiniones que sirvan para encontrar caminos a la solución de conflictos de Centroamérica.