En 1881, Henry James escribió un prólogo a su novela Retrato de una dama, y en él concluye que la ficción no tiene una, sino un millón de ventanas -un número de ventanas que no puede ser calculado-. Esto vendría a decir que cada uno de nosotros puede ver -leer- una misma historia de un millón de maneras. La experiencia nos dice que es así. Nosotros nos asomamos a un libro por una de las muchas ventanas que este libro nos abre, y cada uno de nosotros saldrá de ese encuentro con una claridad distinta, con una experiencia diferente que contar.
El carácter prismático de la literatura es precisamente su potencia más fértil. Mientras la mirada científica exige una visión unívoca y cierta de lo que catalogamos como realidad, la literatura -la novela, en este caso- nos abre mil ventanas a través de las cuales mirar, mirarnos; y aunque el tiempo esté de nuestro lado, nunca, ni en mil vidas, agotaremos la visión de una buena historia, de una novela bien escrita.
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La respiración del tiempo
El porvenir de una pasión, el último libro de Felipe Castro, es, en cierta lectura, una novela sobre el tiempo.
El tiempo es uno de los temas más etéreos y, al mismo tiempo, más presentes en la literatura. Grandes clásicos lo son por su extraordinaria y enigmática forma de tiempo.
El concepto de tiempo en la literatura equivale al concepto del Bien en Platón, es la Luz que todo lo baña, luz que resulta imperceptible para nosotros, pero sin la cual no podríamos diferenciar lo que existe.
“Asistimos a un transcurrir entrecruzado en que el tiempo se dilata en una parte y se contrae en otro; un tiempo que desgasta y un tiempo que renueva; un tiempo que oprime y un tiempo que incinera. Y creo que en eso reside, en parte, el arte de una buena novela”.
En El porvenir de una pasión, el tiempo respira. Asistimos a un transcurrir entrecruzado en que el tiempo se dilata en una parte y se contrae en otro; un tiempo que desgasta y un tiempo que renueva; un tiempo que oprime y un tiempo que incinera. Y creo que en eso reside, en parte, el arte de una buena novela. Cuando el tiempo solamente se contrae nos agobia, cuando el tiempo solo se dilata nos aburre.
La maestría de la novela de Felipe Castro tiene que ver con su capacidad de hacer respirar al tiempo.
La casa del linaje
En La ruta de su evasión, Yolanda Oreamuno construye un espacio psicológico irrespirable: es la casa, el ámbito doméstico en que todo se degrada, en la que se ahoga el alma de sus personajes, y de la que solo queda el camino de evadirse, de huir, incluso de la forma más radical, hacia la muerte.
En la novela El porvenir de una pasión no es la casa, sino el linaje, lo que representa esa dimensión coercitiva, precisando más, el linaje masculino, ese andamiaje de identidades impuestas para compensar la inseguridad masculina sobre la “autoría” de su descendencia y perpetuar el control sobre el cuerpo de la mujer.
Así, el linaje es una marca en un registro, pero es, además, una señal psicológica. Como dice al final de la película Hombre mirando al sudeste, quizá todos seamos los hijos idiotas o locos de un padre al que, aunque queramos, no podemos olvidar. Ese padre es el linaje patriarcal, y nuestra idiotez y nuestra locura tributan una deuda casi nunca consciente con tal tradición.
“Esta novela se inserta con enorme crudeza y, al mismo tiempo, compasión, en el corazón de esos seres sojuzgados por su propio impulso violento”.
Esta novela pone en evidencia y problematiza esta tradición, y lo hace desde una mirada que no es condescendiente, pero sí exhaustiva; es decir, no se diluye en falsas consignas o en ideas complacientes, sino que se inserta con enorme crudeza y, al mismo tiempo, compasión, en el corazón de esos seres sojuzgados por su propio impulso violento.
Es así el linaje de los Luján, un linaje de algo que pretendía ser honra, pero que fue, en verdad, vergüenza. Una estirpe que se seguirá perpetuando mientras no encontremos la capacidad de desmantelar todos los argumentos del machismo y sus prácticas destructivas.
Las joyas de la abuela
Toda buena novela es juego, ya lo sabía Cervantes, y en esta novela la poesía introduce un elemento lúdico, una belleza fuera de lugar. En medio de un mundo agresivo y carnal, el autor introduce la poesía como quien introdujera un cuadro de Cézanne en medio de una tribuna de futbol.
“Así es la poesía en esta novela: agrega una belleza rara, anacrónica y, al mismo tiempo, vital, en el monólogo romántico e incluso en la arenga entre hombres y mujeres”.
El cuadro está ahí, bello, pero lo que nos atrae no es su belleza sino el contraste que provoca, el silencio que evoca en medio del bullicio, la quietud en medio del barullo. Así es la poesía en esta novela: agrega una belleza rara, anacrónica y, al mismo tiempo, vital, en el monólogo romántico e incluso en la arenga entre hombres y mujeres. Es la poesía, pero retirada de su pedestal de silencio ceremonioso e introducida en la vida misma, en un pasado que presumió de elegancia y que admiró la poesía como el Quijote los cantares de gesta: como un bien perdido, las joyas de la abuela en una familia venida a menos.
En fin, es mucho lo que se puede decir de esta novela, pero será mejor que cada uno se adentre por una de sus millones de ventanas.
¿Dónde se vende?
Puede conseguir el libro El porvenir de una pasión, de Felipe Castro, en las librerías EUNED, así como llamando al teléfono 2280-7686.
El autor es escritor, profesor y director del Centro Cultural San José de Nueva Acrópolis.