El martes 2 de agosto de 1932, una nota aparecida en el Diario de Costa Rica anunciaba que “el joven escultor don Rafael Sáenz [González], uno de los más positivos valores artísticos del país, acaba de terminar una escultura representando un águila de gran tamaño, hecha en yeso, que servirá de modelo para la fundición en bronce en los talleres municipales”.
Refiriéndose a su factura, la nota detallaba que el trabajo era una mezcla de líneas clásicas y modernas; al tiempo que refería su tamaño: 3,30 metros de un ala a otra. Al día siguiente, la primera plana del diario La Tribuna mostraba una fotografía del autor junto a su obra.
Días después, el Diario de Costa Rica aclaraba que, una vez terminada, aquella águila culminaría el obelisco de 12 metros de altura –diseño del arquitecto José Francisco Salazar– que se construiría en el Paseo Colón ese mismo año.
Capital sin agua
San José, puede decirse, nació sin agua, pues su asiento careció siempre de fuentes naturales cercanas y utilizables por gravedad. Por eso, el vital recurso fue siempre una de las preocupaciones de quienes tuvieron a su cargo la aldea colonial que, poco a poco, se convirtió en capital de la República.
Con la llegada del siglo XX, tan acuciante problema no podía pasar inadvertido para nuestros gobernantes liberales, en especial a aquellos que se distinguían por sus preocupación higienista, como era el caso de Cleto González Víquez. Así, electo regidor por San José, en 1903, y nombrado presidente municipal al año siguiente, se dedicó con ahínco al saneamiento de la ciudad.
De entonces data el primer esfuerzo por la construcción de un sistema de cloacas y del mejoramiento de la cañería existente en la ciudad. Tal tarea requería de una gran inversión que solo podía realizarse con el impulso y el financiamiento del Estado; algo que se hizo posible cuando González Víquez fue electo presidente de la República, en 1906.
Según la historiadora Florencia Quesada, en 1907 el Congreso consideró tres proyectos para el saneamiento mencionado, que culminó conla aprobación del presentado “por los ingenieros norteamericanos Leonard Metcalf y Howard Barnes, para captación y conducción de las aguas de las fuentes del Padre Carazo y del río Chigüite en Tres Ríos, junto con la reforma de la distribución urbana para la construcción de cloacas y plantas de purificación” (La modernización entre cafetales).
De la ejecución de la obra se hicieron cargo la Junta Municipal de Saneamiento, el ingeniero inspector y una compañía constructora, con la cual se firmó el contrato en 1909. El acuerdo incluía, entre otras obras, dos tanques de captación en las fuentes dichas, así como la tubería de conducción.
Las tierras donde estaban las fuentes habían sido parte del Patrimonio de los Pobres de Cartago, legado del padre Juan Manuel Carazo, y luego fueron vendidas a la Municipalidad josefina por la Junta de Caridad cartaginesa en ¢30.000.
Transformación productiva
Las obras estuvieron terminadas en 1910, pero tanto estas como la finca en que estaban no recibieron el mantenimiento adecuado, como dan cuenta numerosas publicaciones a lo largo de dos décadas.
En setiembre de 1931, el ingeniero hidráulico y agrónomo italiano Albérico Angelini de Libera suscribió un contrato con la Municipalidad de San José para arrendar 20 hectáreas del terreno en que se encontraban las fuentes. Angelini de Libera –que había llegado al país el año anterior– empezó una transformación productiva del sitio en abandono, que lo llevó a ganar diversos certámenes nacionales e internacionales por sus árboles frutales y hortalizas.
En paralelo, el arrendatario se comprometía a cultivar el bosque que daba cobijo a las fuentes y a cuidar de ellas junto al guarda quela corporación tenía en el sitio. Fue así como empezó el ingeniero a preocuparse por el estado en que se encontraban los tanques de captación y los problemas de filtración, fuga y contaminación de agua que presentaban.
Por esa razón, en febrero de 1937, propuso a la Municipalidad hacerse cargo, de manera gratuita, del diseño de las obras requeridas y de su dirección técnica; la entidad solo debía sufragar la mano de obra y materiales necesarios. En esas condiciones se construyeron las fuentes de la 1 a la 5, realizadas entre 1938 y 1940; una vez terminadas procedió el ingeniero –según sus propias palabras– “a embellecer (…) con una obra de aspecto romano por su estilo y por su grandeza” (Mi defensa).
Culminando lo que él consideraba un homenaje a la grandeza del antiguo Imperio Romano y su capacidad de construir monumentales acueductos, colocó el ingeniero el águila imperial destinada al obelisco. Esta se ubica en la fuente número 2, que es la más impresionante, pues se trata de un muro de concreto y piedra de 135 metros de largo por 8 de alto que hace contención a un enorme talud.
Al frente, diseñó el italiano una explanada simétrica abrazada por unos jardines descendentes y una escalinata que conducía a un pedestal central, de volumen piramidal trunco, culminado por la escultura dicha, espacio que luego encendería la imaginación de muchos.
Se inaugura un mito
Las obras fueron inauguradas en abril de 1940 y, poco después, en el pie del dicho pedestal, colocó el recién electo Consejo Municipal josefino una placa en homenaje a González Víquez, impulsor original de aquellas obras y amigo de su autor, como lo fueran también los expresidentes Jiménez Oreamuno y Cortés Castro.
No obstante, poco después de terminados los trabajos en las fuentes, en 1941, en virtud del traspaso de la propiedad donde se hallaban, de manos municipales a estatales, se dio por concluido el contrato con el ingeniero. Por su parte, Angelini de Libera se trasladó a vivir con su familia a San Pedro de Montes de Oca, en una finca donde el incansable inmigrante continuó su labor en pro de la agricultura del país.
Mientras que la finca del padre Carazo quedaba en manos del Ministerio de Agricultura y Ganadería, el mantenimiento las obras de infraestructura realizadas en las fuentes quedaba bajo responsabilidad de la Municipalidad de San José. En 1961, la propiedad pasó al Servicio Nacional de Acueductos y Alcantarillados (hoy, AyA), que no fue capaz de darle mantenimiento a lo construido con tanto esfuerzo.
Fue así, estando en abandono, como empezó a gestarse el mito urbano de que aquella noble obra de bien ciudadano era un monumento que el nazismo criollo había levantado entre las sombras, al amparo del gobierno de Cortés Castro. El infundio, claro está, no puede ser mayor, pero está visto que la imaginación y la mala fe de los que nada han construido, no tiene límites, sobre todo, en una ciudad como la nuestra que decidió desde hace tiempo ignorar su historia.
En su ausencia, los enemigos del legado republicano y liberal se apresuran a crear falsedades como la dicha, para desprestigiar su propio pasado: ¡cosas veredes!