El papá del artista visual Álvaro Bracci quería que su hijo fuera ferrocarrilero, como él, para que tuviera un trabajo fijo y seguro. Eran los tiempos difíciles de la posguerra en Italia y tener un “laboro” en el Estado garantizaba una mejor vida.
El joven no aceptó ese destino y partió hacia Australia. Llegó a Melbourne y ahí entró a un campo de migrantes. Tenía 19 años y hacía fila para comer con gente de diversas nacionalidades. “Nunca había trabajo para mí, hacía frío y lloraba todos los días; entonces, me subí a un tren y me fugué”, recordó.
Ese fue uno de los tantos viajes iniciáticos de este hombre de espíritu renacentista, que se lanzaba, cual Cristoforo Colombo, a los caminos y mares embravecidos para recorrer un mundo redondo y construir su propio domicilio.
Bracci cuenta su historia con acento de romano –que se resiste a desaparecer aún después de medio siglo de vivir en Costa Rica–, al concluir el recorrido por la exposición Dulcis in fundo (expresión italiana que significa: lo último no es menos importante), abierta hasta finales de setiembre en el Museo de Arte Costarricense (MAC).
Tratamundos
Los viajes han sido determinantes en la vida de Bracci: en el último que hizo a nuestro país en los setentas, conoció y se casó con su esposa Sandra –tuvieron dos hijos–, cambió su profesión de ingeniero por la de pintor y se quedó para siempre.
Otras travesías lo marcaron como las líneas geométricas con que realiza muchas de sus obras, porque es de mentes con horizonte salir de Australia en un barco llamado Galileo Galilei, para darle la vuelta al mundo, pasando por Gibraltar, Sudáfrica, México, Panamá y, de nuevo, Italia –Génova y Nápoles–.
Tras esta primera odisea de cinco semanas siendo un veinteañero arribó a Roma con su novia egipcia, mas no quiso comprometerse y prefirió hacer el servicio militar. Al concluir, un profesor de Tecnología le ofreció un trabajo en San José (Costa Rica), ciudad que se convirtió en su verdadero destino final.
Escarbar para encontrar
La exposición Dulcis in fundo no es una retrospectiva sino una propuesta que abarca 70 cuadros del pintor agrupados en temáticas particulares que ha desarrollado en distintos momentos de su vida.
La curaduría estuvo a cargo de María José Chavarría Zamora, del MAC. Según cuenta, Bracci estuvo obligado a escarbar entre sus obras y documentos olvidados en el mezzanine de su casa y guardados en un desorden “espantoso” en la computadora.
“Me enfrentó a un trabajo muy intenso de darle una congruencia, una unión cronológica y temática”, agradeció el artista. El artista valora la labor curatorial, pues “a esta altura de la vida, con 70 años, si no hubiese sucedido esto, hubiera quedado todo botado”.
Para Bracci, es un legado que le debe a la familia, a los hijos y, “sin ser pretencioso”, al arte costarricense.
Uno de los mayores problemas para conformar la exposición fue reunir todos sus cuadros, empezando por la colección Parroquia de San Ramón Nonato de 1987, que recibe al visitante en la primera sala de la exposición en el museo de La Sabana.
Los rasgos indigenistas de los personajes con ropas coloridas y alegres “narran” la historia del Nuevo Testamento, con María y el ángel de la Anunciación, Jesús recién nacido en el pesebre, la cena con sus 12 discípulos, la crucifixión y resurrección y, como punto final, el Apocalipsis –un cuadro absolutamente negro–.
En esta serie, el trazo y la estética de Bracci son elocuentes por el uso de la repetición geométrica, patrones industriales con los que aprendió a jugar en su trabajo de ingeniero.
No es casualidad que Bracci elija el tema religioso ni es la única vez. Esta inclinación nace de su época en el Pontificio Seminario Vaticano Minore en Roma, donde estudió tres años. “Nos encontrábamos a Juan XXIII vestido todo de blanco en los jardines o por los pasillos contando chistes”, relató.
Una sola obra
De aquella intensa experiencia, le quedó la disciplina férrea y el contacto con manifestaciones artísticas y religiosas. Sin embargo, cuando salió del Seminario reconoció, con indignación, el desbordamiento de lujos de autoridades de la iglesia, los cuales andaban en Mercedes Benz y con anillos y collares.
Otro viaje, reflejado en las etnias de las figuras de la obra sobre el Nuevo Testamento, marcó hondamente al artista: apenas llegado a Costa Rica en los setentas recorrió solo, en un automóvil, una Centroamérica en guerra con rumbo a México.
En ese trayecto vio a mujeres semidesnudas en los ríos lavando ropa con los niños en sus espaldas y jugando. Bracci halló lo que buscaba cuando se internó en el Seminario: “Me encontré conmigo mismo”, afirmó.
Además de Jesús y la Biblia, otras temáticas abordadas en las obras de Bracci están relacionadas con dos célebres personajes literarios arraigados en el imaginario cultural de Occidente: Pinocho, en referencia al dictador chileno Augusto Pinochet; y el Quijote, en alusión a la ‘locura’ humana tras una utopía.
Estos referentes son una “excusa casual”, según aclara Bracci, ya que, en realidad, lo que desea comunicar a los espectadores es un mensaje vinculado el contexto político y social contemporáneo basándose en figuras reconocibles.
Del tornillo al hombre
Bracci recuerda que, en primaria, diseñaba cruces rellenas de elementos geométricos bidimensionales y tridimensionales en papel cuadriculado; después, se las regalaba a sus compañeros.
Quizá este fue el augurio de una profesión ingenieril, sino también de su ingenio artístico, cualidades que en su juventud reconoció cuando fabricó un triciclo. El objeto, que sería el último en diseñar en Italia, antes de migrar a Costa Rica, implicó mucho estudio y precisión.
“Representaba un análisis muy racional: el tornillo, el tipo de rosca, el tratamiento térmico; siempre buscando una composición en estos diseños. Buscaba la zona áurea para poner una parte (del triciclo) y me desesperaba equivocarme, que hubiera una mancha de tinta”, precisó.
Tenía que entregar una hoja de producción limpia y estéticamente agradable. “Eran cientos de miles de horas de experiencia en esto. Cuando transformé un tornillo en un ser humano, fue tan reconocible en mi yo interno, en mi necesidad de expresión y en un lenguaje que manejaba perfectamente bien”, dijo visiblemente emocionado.
De acuerdo con el pintor, el aprendizaje autodidacta como artista plástico en conjunción con su preparación y práctica como ingeniero “logró un discurso particular en mi obra, esta fusión del gran deseo de expresión artística y el manejo de recursos constructivos”.
Heredado de su trabajo como ingeniero, él tiene en la casa plantillas de plástico con círculos, semicírculos y óvalos para los diseños que hacía, y que, hoy en día, se realizan en computadora. Una buena parte de la obra del pintor es creada con estos objetos.
Bracci no crea sus cuadros en la computadora, aunque se vale de la herramienta como un “pincel” para ‘pixelear’ algunos dibujos para hablar acerca de los defectos y vicios del ser humano como el abuso del poder.
–¿Cómo “lee” de nuevo su obra a partir de la exposición?
–Como decía Matisse, el artista pinta una sola obra en su vida, porque esta obra tiene siempre la presencia del concepto de lo que es arte para uno. Todas mis obras han aportado a la última que hice o que estoy haciendo. Es una suma de valores, de experiencia, de conocimientos. Yo siento que el arte no puede estar ausente del momento histórico y social que vivimos, del compromiso que tenemos con la sociedad. La obra plástica no tiene que ser un panfleto en absoluto, mas no puede estar ausente de la sugerencia que el momento histórico te da, de la influencia que te da en tu vida. El artista sabe que no impone una lectura de la obra, cada espectador la ve y la interpreta. La obra plástica si solo busca ser decorativa pierde la razón de ser, porque sin ser panfleto, la razón de ser es transmitir un mensaje.
Un método lúdico y milimétrico
Parte de la obra de Álvaro Bracci se reunió en la exhibición Dulcis in fundo al descubrir un vacío: nunca se había realizado una muestra individual del artista en el Museo de Arte Costarricense. “Era un pendiente”, afirmó María José Chavarría, curadora del MAC.
La exposición es un proyecto de investigación en el marco del 40 aniversario de la institución, que revisa los 50 años de trayectoria de Bracci. Busca acentuar sus líneas temáticas y de producción más relevantes, así como destacar los ejercicios formales de geometrización y pixelización que es una constante en su carrera.
Hace énfasis en los ejes de trabajo relacionados con la mujer, lo religioso con representaciones alegóricas y otras muy críticas, con el tema del poder político, militar y eclesial, y de las narrativas con las figuras literarias del Quijote y Pinocho.
“Juega con temáticas que recupera, que deja descansar y retoma con enfrentamientos formales distintos. Me parece muy rica la manera en que traslada la formación matemática a la parte plástica, en cómo se enfrenta a la obra de una manera consciente, metódica, casi milimétrica, y piensa a partir de métodos de reproducción masiva como el grabado y la xilografía. Va y viene en relaciones temáticas como en juegos formales y técnicos con una espiritualidad muy crítica”, agregó Chavarría.