Ciertas partes de la historia las podemos omitir o atenuar en nuestros libros y conversaciones, pero el terreno —y el cuerpo— las recuerdan bien. Una exposición en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Costa Rica nos lo muestra con minucioso detalle.
Formas contaminadas: Toxicidad oculta en las fincas bananeras de Costa Rica. 1890-1950, que emana de un proyecto de investigación más amplio, nos muestra cómo la explotación del banano en el Caribe y el Pacífico Sur marcaron paisajes, vidas, ecologías y economías de una manera tal que, aunque queramos minimizarla, impone su violenta historia.
Por medio de un archivo de correspondencias, informes, mapas y fotografías, Formas contaminadas nos presenta un retrato complejo de una parte crucial de nuestra historia.
Como explica la presentación del proyecto, los documentos no necesariamente son explícitos en consignar la contaminación, pero en ellos se pueden leer las marcas sobre el espacio, “un proceso de reorganización espacial donde la lógica del capital se superpone, violentamente, al paisaje exuberante e indómito, dejando huellas de una historia de devastación en la que la toxicidad está siempre presente”.
En una entrevista, Natalia Solano Meza, una de las investigadoras a cargo, profundiza en esta muestra, abierta hasta el 12 de diciembre.
– ¿En qué contexto surge esta investigación? ¿De dónde proviene su interés en el tema?
–La exposición se enmarca en el proyecto de investigación The United Fruit Company Spaces in the Caribbean Region of Costa Rica Between 1890 and 1930: Railroad Infrastructure, Agricultural Enclaves, and Architectural Forms. Este proyecto, financiado por la Universidad de Costa Rica, buscó consolidar un grupo de investigación enfocado en explorar las relaciones entre el espacio construido y el monocultivo bananero.
“Formas contaminadas ofrece una retrospectiva sobre el significado de la configuración del espacio y el paisaje, explorando cómo estos funcionan como herramientas para proyectar violencias sociales, económicas y ambientales. El interés en el tema viene por la intención de traducir al ámbito del estudio del espacio y la infraestructura los aportes desde la historia, la sociología y los estudios ambientales.
“Además, la exposición y la investigación que da pie a ella se informan del debate contemporáneo acerca de las complejas interrelaciones en extractivismo, contaminación y espacio, o entre infraestructura y producción agrícola, que han sido estudiadas por grupos y personas que trabajan desde la historia de la arquitectura. Estas intersecciones han sido expresadas por el trabajo de historiadoras de la arquitectura como Samia Henni, Hannah Le Roux, Ateya Khorakiwala y Nikki Moore”.
En el desarrollo del material utilizado en la exhibición participaron Jesús Rivera Pérez, Gustavo Alemán Calero, Valeria Ramírez Muñoz, Susana Navarrete López y los docentes Luis Durán Segura, José Picado García, José Vargas Hidalgo y Natalia Solano-Meza
–En la exposición se afirma que “la toxicidad está arraigada en la composición espacial de estas regiones”. ¿De qué manera? ¿Cómo lo podemos percibir en el espacio?
–La toxicidad –entendida como la capacidad de una sustancia para causar daño a organismos y personas– moldeó estas regiones al alterar su suelo y aire. Esto se logró mediante el uso extensivo de la fuerza laboral y de sustancias contaminantes como herbicidas, fungicidas y otros compuestos químicos necesarios para controlar la vulnerabilidad a enfermedades inherentes al monocultivo bananero. La exposición utiliza mapas, planos, fotografías y archivos históricos intervenidos con herramientas arquitectónicas para hacer visibles estos rastros de devastación ambiental y contaminación.
“En Formas contaminadas una colección archivística transregional y entrevistas para examinar cómo los químicos se integraron en la lógica organizativa de las regiones productoras de banano y para explorar cómo la toxicidad –tanto como reacción como agente de devastación– y la incertidumbre que genera están profundamente arraigadas en las historias espaciales de las regiones bananeras de Costa Rica a través de escalas corporales, de campo, locales y globales.
“Las licencias otorgadas a la UFCo (United Fruit Company) en el Caribe respondieron al interés de las élites en modernizar un territorio percibido como salvaje, inútil y un obstáculo para el desarrollo económico del país. Desde sus inicios, las intervenciones territoriales e infraestructurales en el Caribe siguieron un modelo de explotación y contaminación.
“Así, la forma de la finca bananera se convierte en un espacio temporal de extracción organizado sobre un diseño que eventualmente potenció la aplicación uniforme de químicos, ignorando los impactos a largo plazo de la degradación del suelo, la contaminación del agua y el colapso ecológico, materializando así los costos futuros de la toxicidad.
“Esto se observa en los mapas utilizados para parcelar la tierra, donde cuadrículas racionales se superponen a las formas orgánicas de cuerpos de agua y la topografía de las llanuras caribeñas. También se refleja en planos de tanques para químicos y redes de tuberías, así como en infraestructuras como duchas para trabajadores expuestos a químicos y pistas de aterrizaje para fumigaciones aéreas”.
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–Este tipo de contaminación se ha estudiado desde la salud también, pero ustedes vinculan esos efectos con las “huellas” sobre el espacio de las fincas bananeras. ¿Qué tipo de evidencias encontraron de ello en los archivos consultados?
–Los mapas, fotografías y documentos históricos revelan cómo el diseño homogéneo y transregional de las fincas, junto con prácticas intensivas de monocultivo, facilitó la propagación de enfermedades como el Mal de Panamá, llevando al uso masivo de químicos que alteraron el paisaje. Estos residuos persistentes en suelo y aire quedaron documentados en fotografías de campos devastados y fragmentados, así como en registros técnicos que detallan la transformación de los entornos naturales y sociales en espacios insalubres y tóxicos.
― La exposición abarca de 1890 a 1950, pero, ¿cuáles consecuencias de estas prácticas persisten en el espacio? ¿Cuáles prácticas aún son visibles?
–Aunque la UFCo dejó de operar como se conoció en el periodo estudiado, el uso intensivo de agroquímicos persiste en las fincas bananeras y en cultivos como piña y palma. Esto afecta la calidad del suelo y las fuentes de agua en Costa Rica. Las regiones transformadas por la compañía presentan una fragilidad ecológica marcada, con biodiversidad reducida y sistemas territoriales alterados.
“Además, la estructura espacial de los monocultivos, caracterizada por el paisaje homogéneo del monocultivo sigue definiendo estas regiones, convirtiéndolas en evidencia espacial del modelo extractivista de la UFCo”.
De este modo, Formas contaminadas no solo repasan la historia, sino que tienden un puente (y activan alarmas) hacia el presente. La adaptación del espacio mismo a las presiones de posibles enfermedades sigue marcando el territorio, así como a sus trabajadores.
“La creciente dependencia a los químicos afectó considerablemente la salud física y emocional de quienes aplicaban estas sustancias. Sus vidas quedaron emplazadas en un entorno insalubre, hostil y tóxico”, explica la exhibición. ¿Ha cambiado la dinámica? ¿Cómo se verán las huellas de hoy en algún futuro posible?
‘Formas contaminadas: Toxicidad oculta en las fincas bananeras de Costa Rica. 1890-1950′ se exhibe en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Costa Rica, en la Ciudad Universitaria Rodrigo Facio (San Pedro de Montes de Oca) hasta el 12 de diciembre. El jueves 5 y el jueves 12, a las 11 a. m. cada día, se realizarán visitas guiadas.
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