Buenas noches, damas, caballeros y periodistas (esto es lenguaje inclusivo para que nadie quede fuera). Cierta vez, un amigo mío preguntó a Jorge Luis Borges por qué seguía atacando a Juan Domingo Perón si este ya había muerto, y el genio argentino le replicó: “¿Cómo: usted cree que la muerte mejora a la gente?”. Aun así, no hay muerto malo. Este milagro se realiza también cuando se presentan libros: todos los autores son magníficos. La presentación de libros es un género de la ficción gracias al cual los autores mejoran sin haberse muerto.
Cuando, a veces, los presentadores han leído el libro, se vengan del autor hablando demasiado, y el público se dice: “La presentación ha sido tan buena, que ya no hace falta leer el libro”. La presentación de libros es el arte de exasperar a la gente sin haber ganado las elecciones. Ciertas veces, el presentador avisa: “No he venido preparado”, y lo demuestra. Otras veces, el orador se exalta, se descontrola, se idolatra; por lo que el público no le desea la muerte, pero sí exige que diga sus últimas palabras.
La antipresentación
Las presentaciones interminables desesperan, y con razón pues la gente desea ver crecer a sus hijos. Empero, la duración no es el único mal de las presentaciones pues aun peor es el catálogo de sus encomios. Seamos francos: la única forma de revitalizar el género literario de las presentaciones es presentar en contra: en vez de elogiar, maldecir; en vez de felicitar, insultar. Únicamente así convocaremos a las masas, sedientas de cultura y vino.
El subgénero de la antipresentación recomienda que el orador se dirija ante el culto público (o el de siempre) para negar al autor, durante una hora, sus quince minutos de fama. He aquí un ejemplo:
–Hoy nos toca presentar un libro impresentable. Si este hubiera sido el primer libro editado por Gutenberg, la gente habría asaltado las imprentas. He aquí un libro que uno llevaría a una isla desierta para dejarlo en ella. Estamos ante un autor cuyo talento murió en una explosión de creatividad y cuya presencia deja un gran vacío. Este es un libro jurídico, pero, francamente, no hay derecho. Libro escrito con los pies de página, nos revela que el autor es un artista en pintar sin marco teórico. Ya antes, su agresiva productividad nos había inferido novelas policiales en las que el asesino era el mayordomo, pero el criminal era el autor. Gabriel García Márquez dijo que escribía para que sus amigos lo quisieran más, pero, a nuestro autor, cuanto más escribe, sus amigos lo quieren menos. Tocho que pasará a la fama por infame, hasta su compaginación es un cataclismo; y el hecho de comenzar por el capítulo treinta no justifica que la Editorial Descuido ofrezca este engendro como la segunda parte de Rayuela. Por lo demás, emitamos unas inútiles palabras de aliento a nuestro amigo: ¡ánimo: no se puede fracasar siempre! Bien por el autor: los mediocres estamos orgullosos de él”.
Como dicen los sociólogos, “en este sentido”, paso a denigrar el libro de María Montero: debió ser un centímetro más alto, y sus márgenes, más amplios.
Seres humanos
Conocí a María Montero años ha, cuando compartíamos el aire acondicionado del diario La Nación, que nos perseguía como las malas costumbres. María redactaba entonces memorables crónicas de restaurantes que abrían los suplementos y el apetito. Le sugerí editarlas como libro, mas ella no respeta a sus mayores y nunca recuperó esas crónicas de restaurantes, que son artículos de cocina. Está bien que María no use aretes, pero tales crónicas le quedan pendientes. Ya entonces, el relumbre de la prosa de María Montero era evidente y me suscitaba una atroz envidia –el único pecado ajeno que nos sienta bien–.
En Fieras domésticas, el desocupado lector –es decir, el lector hijo del ajuste estructural– se verá con una colección de semblanzas: de “perfiles”, cual dicen hoy los popmodernos. Hay de todo: filósofos, artistas, locos, transformistas y literatos excedentes del Parnaso; también hay poetas, pero no nos pongamos tristes. Además, deambulan gentes desposeídas de lo que nunca tuvieron; mas así es la vida: cuando llueve, todos se mojan, sobre todo los pobres, quienes siempre están más cerca de la puerta. Ángeles, fieras domésticas –mas no domesticadas–, a todas las salva María Montero pues les escribe sus evangelios con amor y compasión.
Todo ello va en cuanto al contenido; ahora viajemos al continente: la escritura misma. Formulemos tesis sobre María Montero antes que su libro sea materia de las tesis.
La estilista
Primera tesis: María Montero es estilista. Hay más estilistas en las peluquerías que en la literatura; por esto es agradecible que alguien escriba con pasión por la originalidad, con “voluntad de estilo”. El estilismo es el uso de una amplia variedad de figuras retóricas pensadas originalmente. La autora o el autor impresionan al lector llamando su atención sobre las palabras mismas y sobre su orden, y no sobre el tema o el argumento. He aquí una muestra de María: “Avanzamos por un estrecho zaguán mojado por la lluvia: unos cuarenta metros de gatos y penumbra”. Nos sorprenden los “cuarenta metros de gatos”. Obviamente, todos preferimos cuarenta metros de gatos, a gatos de cuarenta metros.
Segunda tesis: María Montero es conceptista. El conceptismo fue una tendencia de la literatura española del Siglo de Oro, tendencia que privilegiaba el ingenio, las relaciones sorprendentes y las frases sentenciosas, a las que no podía restárseles ni una palabra. Así, la autora se refiere al barrio de Cristo Rey: “Una zona que, gracias a los políticos de turno, fue borrada hasta del futuro”. El conceptismo es la inteligencia hecha literatura, y de inteligencia y de literatura dispone María Montero hasta para regalar: así pues, vayan formando fila. María no es súbdita del reino de Cervantes, sino alcaldesa del condominio de Quevedo.
Tercera tesis: María Montero es modernista. Hoy casi olvidada, la prosa modernista fue el viaje, hacia la prosa, de los recursos expresivos de la poesía: encanto y lirismo, por ejemplos. En estos símiles de María encontramos un ave y una flor caras a Rubén Darío: Un anciano zapatero “sigue siendo elegante como un cisne solitario; espigado y sereno como un lirio”. Así pues, el modernismo es el encanto; y el ya supradicho Borges declaró citando a Robert Louis Stevenson: “Hay una virtud sin la cual todas las demás son inútiles; esa virtud es el encanto”. María, llena eres de gracia.
Fieras domésticas es un álbum de figuritas, pero retóricas, y, para nos, los ultraformalistas, un lujoso ejemplo de lo que realmente es la literatura: la presencia feliz y numerosa de figuras literarias. Para encontrar un talento como el de María Montero hay que buscar mucho y, además, seguir buscando. Como a los mimos, a esta escritura iridiscente solo le falta hablar.