“Esta no es igual que las otras orquesas que tengo el privilegio de dirigir por el simple hecho de que esa orquesta es mi familia”, dice Giancarlo Guerrero. Nos vemos en el salón de fumadores del foyer, en el Teatro Nacional. Ha estado aquí muchas veces antes. Volverá viernes y domingo para el segundo concierto de temporada de la Orquesta Sinfónica Nacional.
Giancarlo Guerrero, ganador de seis Grammy, nació en Nicaragua pero se formó en Costa Rica. Años en la Orquesta de Nashville le granjearon numerosos premios, discos y enlaces con otros ensambles. Ahora toma la batuta en Sarasota, pero es seguro que su creciente fama le llevará a otros prestigiosos escenarios (ya ha estado en Los Ángeles, San Francisco, Seattle, la Filarmónica de Londres, Sydney y varias más).
En esta ocasión, dirigirá al renombrado Chon Liang Lin como solista en el Concierto para violín de Tchaikovsky, obra querida y desafiante. La velada iniciará con la Obertura Carnaval Romano de Berlioz, vivaz y colorida, y concluirá con la grave Sinfonía N.º 10 de Shostakóvich. Son fuertes contrastes, así como oportunidad para apreciar el talento de cada miembro de la orquesta. “Todos podemos estar bajo el mismo techo, pero no estamos en el mismo concierto”, afirma.
— ¿Y cómo encuentra a la orquesta?
— Siempre muy bien, como siempre la he encontrado. Es una orquesta que quiere trabajar duro y mucho de eso tiene que ver con la química, porque acordate que mucho de lo que hacemos como directores se relaciona con química natural que haya con la orquesta.
“Sí, requerimos un trabajo muy de lleno en cuanto de detalles muy particulares, ya sea de ritmo, de afinación, de ensamble. Y los ensayos, como artistas que somos, pueden ser a veces bastante... temperamentales. ¡Por Dios, somos artistas!
“Pero siempre con la idea común de buscar la mejor opción musical. Como nos conocemos tan bien, podemos reconocer que siempre estamos tratando de lograr los mismos resultados musicales, siempre al servicio de la música. Obviamente hay momentos de relajamiento igual porque, como nos conocemos, hay bastante historia. Me encanta que puedo hacer comentarios que solo con la Orquesta Sinfónica Nacional diría”.
— El repertorio de este concierto es de mucho contraste emocional. Por un lado tenés la alegría del ‘Carnaval romano’, boyante...
— Como la palabra lo dice: carnaval. Es una fiesta.
— Totalmente. Y luego la décima de Shostakóvich que es más pesada, grave...
— Cuando uno programa un concierto tiene que ser un viaje. Estas piezas no las estás escuchando en un vacío. No es que vas a estar en tu casa con esa grabación y la escuchas individualmente. Ese contraste es fundamental porque siempre quieres ofrecerle al público mensajes distintos. Es música fantástica escrita, en algunos como Berlioz y Shostakóvich, con casi 100 años de diferencia, pero el mensaje es siempre el mismo.
“En el caso de Berlioz es una obertura fantástica (...), es realmente una obra que está destinada a demostrar el virtuosismo no solo instrumental, pero individual de los músicos. Casi que todos los músicos del orquestas, en el Carnaval romano tienen solos”.
—Bueno, cuando llega el corno inglés, por ejemplo,
— Ese es el más famoso, pero individualmente es una pieza extremadamente difícil, extremadamente virtuosa. ¡Uf! Y eso me encanta porque igual es una forma de demostrar la individualidad y también el conjunto. Siempre he dicho que cuando dirijo obras como esas, yo tengo el mejor asiento en la sala, porque cuando estás en el podio dirigiendo una obra con tantas posibilidades, lo único que tienes que hacer es inspirar a los músicos ante ti a que den el máximo. Esta obertura es lo que lo que implica es abrir un concierto con la energía apropiada y poner al público inmediatamente en un estado mental para lo que viene después.
— Es lindo lo que dice, la oportunidad de brillar del conjunto y los individuos, porque a veces, para el público, si no es tan asiduo o no tiene oportunidad de asistir a tantos conciertos, puede parecer una masa. Pero darle esa individualidad puede resaltar ese entramado de una orquesta.
— Acuérdate, y eso siempre lo recuerdo yo cuando trabajo con orquestas alrededor del mundo, de que lo constante son los músicos y el público. Directores vamos y venimos. Sí, tienes un director titular, pero igual vengo una semana y no vuelvo en un par de años. Pero el público es el que ve a estos músicos semana tras semana: los melómanos que vienen regularmente reconocen a esas personas.
“Al mismo tiempo es una manera, creo yo, fantástica de celebrar el movimiento musical en Costa Rica. Me siento extremadamente orgulloso de ser parte de él. La Sinfónica Juvenil apenas fue fundada hace 50 años y mira todo lo que se ha logrado. Hoy en día Costa Rica ahora es reconocido como un centro fundamental de la música clásica”.
—¿Por qué? ¿Qué características cree permiten eso?
— La formación. Las clases de la Sinfónica Juvenil, de solfeo, de instrumento... Tocar en la Sinfónica Juvenil en los tiempos del maestro Gerald Brown fue fundamental para prepararnos mentalmente y musicalmente para lo que venía y ahora estar en los grandes escenarios. Tener músicos tigos en las grandes orquestas en el mundo y en las grandes compañías de ópera no es un accidente.
“Se ha venido invirtiendo en esto y se continúa. Para mí es una gran alegría venir a Costa Rica y no solo encontrarme a muchos de mis colegas de antaño, sino ver a esta nueva generación que está tomando esos puestos. No solo en la OSN, sino en la Orquesta de Heredia, de la Universidad de Costa Rica y otras. Ahora hay muchas oportunidades”.
— ¿Cómo se siente de tocar con Cho Liang Lin?
— Lo conozco de hace muchos años. Es uno de los grandes violinistas, con una carrera que bueno, como dicen, ya no tiene nada más que demostrar. Hoy en día lo admiro todavía más porque ha dedicado su carrera a enseñanza. Es ahora profesor en Rice University y como muchos de sus colegas, después de haber triunfado en los escenarios y haber grabado todos los conciertos con todos los orquestas y directores, ahora está usando sus energías para transmitir ese conocimiento y esa sabiduría a la siguiente generación.
“Es un colega al que le tengo mucho cariño: hemos trabajado mucho, hemos grabado discos juntos y cuando la OSN me invitó, me pareció una gran oportunidad de traer a un violinista muy reconocido a Costa Rica, especialmente para los melómanos, por sus grabaciones y por toda la carrera que ha tenido”.
—¿Qué desafío musical le presenta a una orquesta esa interpretación de la Décima sinfonía de Shostakóvich?
— Bueno, primero que nada, la sinfonía más ejecutada de Shostakóvich es la quinta y aquí en Costa Rica, creo que es la que más se conoce, probablemente. Y de hecho, originalmente iba hacer la quinta. Y fue la comisión artística de la orquesta la que me dijo, ‘¿Por qué no hacemos otra?’. Y dije, ‘Por supuesto, yo no las hago todas, pero las hago casi todas’. Y al final decidí en la décima porque realmente me pareció que era la sinfonía, digamos, que después de la quinta es la que el público puede comprender inmediatamente. En la primera audición puede tener un impacto grande.
“Hay otras sinfonías como la cuarta, la séptima, la duodécima, que son espectaculares pero requieren más de una audición. Son obras un poco más profundas, un poco más experimentales. La décima no, la décima es Shostakóvich de arriba a abajo. Si conoces este compositor, te va a sonar inmediatamente a él y si conoces un poco de la historia de la Unión Soviética, esa sinfonía va a tener un impacto, creo, muy subliminal, simplemente porque Shostakovich nos está diciendo él mismo no solo lo que sucedió en el pasado, pero también una esperanza por una vida mejor en el futuro. Aunque vivamos en tiempos oscuros, eso nunca se acaba. Y tenemos artistas siempre que casi que están dictando la pauta de siempre seguir adelante y no rendirse”.
— Hemos hablado antes en otros momentos del trabajo con comunidades, de acercar la música a comunidades distintas. Creo que no es un secreto que estamos pasando un momento donde esas comunidades están siendo fragmentadas, fracturadas por movimientos políticos y eso ni siquiera se restringe solo a Estados Unidos, eso es mundial. ¿Puede hacer la música algo frente a eso? ¿Realmente puede hacer algo?
— Mira, la música es el idioma universal. Y eso es cierto y no digo solo la música clásica, la música en general es el idioma universal. No se puede decir que solo un tipo de público viene a conciertos. Viene de todo lado, de todas creencias, de todas religiones. Esa es la realidad, porque la música de alguna manera nos une.
“Cuando estás en un concierto, en un escenario, en un teatro, hay que reconocer que es como una cápsula del tiempo; a pesar de todo lo que sucede afuera la música tiene el poder de unir a la humanidad. Siempre y cuando nos enfoquemos en eso la música tiene la capacidad también de traer confort, de traer alegría.
“Y como te digo, para mí sería muy ingenuo pensar de que de alguna manera el público que viene es solo de un tipo. La misma orquesta, los mismos músicos son muy distintos entre sí. O sea, todos tenemos creencias muy distintas y (que funcione) tiene que ver con el respeto mutuo. El respeto universal, el privilegio de vivir en una democracia... ¿Será que soy una persona muy optimista? No existe mejor opción. Sí, la democracia como cualquier movimiento, no es perfecta; nada es perfecto en esta vida.
“Me gusta ejecutar conciertos en distintos lugares del mundo, presentar la música de una manera honesta y que cada persona que está en el público y dentro de la misma orquesta se lleve un mensaje distinto. Todos podemos estar bajo el mismo techo, pero no estamos en el mismo concierto. Yo lo escucho de una manera y tú lo escuchas de otra manera, dependiendo de dónde vienes. Y eso no tiene nada que ver con conocer o no conocer.
“La música tiene siempre va a tener esa capacidad de poder unirnos. Y yo tengo esa fe, tal vez la misma forma como Shostakóvich o Beethoven, de que al final las personas son buenas, ¿no? Y qué maravilla que tengamos todos creencias diferentes. Es una maravilla”.
Todos podemos estar bajo el mismo techo, pero no estamos en el mismo concierto. Yo lo escucho de una manera y tú lo escuchas de otra manera, dependiendo de dónde vienes.
— Le quiero hacer una pregunta un poco ingenua. Y es que, claro, usted se formó con la Juvenil y tuvo que interpretar obras incluso en este mismo teatro. Al regresar al Teatro Nacional, ¿hay algún gesto, algún elemento en particular del teatro que le emocione siempre?
— Siempre tengo algunos sentimientos que sentí cuando llegué la primera vez, vestido con el uniforme de la juvenil con la camisa blanca y la corbatilla, en el 82, 81...
—¿Qué tocaron esa vez?
— Percusión. Hicimos El aprendiz de mago (Dukas). Es una obra con mucha percusión. Eso nunca cambia, ¿sabes? Entrar a un escenario, por dicha, todavía me exalta, me siento un lugar especial.
“Igual este teatro es distinto a los del resto del mundo. Fue el primer lugar donde escuché una orquesta sinfónica, el primer lugar donde toqué un concierto. Fue inolvidable poder estar tras bambalinas. Me sentí como la persona más importante del mundo. Pero eso no cambia. Dentro de mí sigue estando ese niño, ese ingenuo; s como que me dieran un juguete nuevo.
“Yo tengo la dicha más grande de que desde muy temprana edad encontré cuál fue mi llamado, que era la música. Poder dedicar mi vida a ello y haber encontrado ese amor tan temprano en Costa Rica fue realmente una gran suerte”.