Hace 9 días, el viernes 27 de setiembre, el diario en línea de CNN anunció que “tanto el Ejército de los Estados Unidos como el Departamento de Policía de Los Ángeles permanecerán en estado de alerta durante la proyección de Joker”. La noticia afirma que el argumento de la película “ha invocado recuerdos de un tiroteo masivo en el que 12 personas murieron y 70 resultaron heridas en una proyección de The Dark Knight Rises en Aurora, Colorado, en 2012″. Joker se estrenó en nuestro país, como casi en todo el mundo, este jueves 3 de octubre.
El filme ha sido objeto de múltiples alabanzas por parte de la crítica especializada desde su estreno en el Festival de Cine de Venecia, el 31 de agosto, donde obtuvo el máximo galardón del certamen. También ha producido algunos titulares de naturaleza alarmista. “Joker es una película peligrosa y está sacando lo peor de Internet”, publicó el sitio Refinery 29. “Joaquín Phoenix se eleva en una historia de origen profundamente preocupante”, afirma Vanity Fair.
Si usted vio ya la película podrá formarse su propio criterio al respecto. Si no lo ha hecho puede seguir leyendo este texto sin preocuparse por esa suerte de demonio contemporáneo que llaman spoiler. Incluso es posible que la mejor reflexión en torno de Joker se produzca antes de su visionado; es decir, en la identificación de los predecesores de la película y en la trayectoria que ha descrito la representación de la violencia en el cine, desde su propio origen.
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Antecedentes y puntos de vista
La violencia que se representa en la gran pantalla ha sido desde siempre, y de manera previsible, polémica. Los ejemplos al respecto son abundantes: desde el cine de gangsters de los años 30, que propició precisamente la aparición del Código Hays de conducta en los Estados Unidos, hasta las películas de Quentin Tarantino. La naranja mecánica (1971), Taxi Driver (1976) y Natural Born Killers (1994) se cuentan entre los casos memorables de ese cine violento, tan admirado como controversial.
Es muy probable que el debate alrededor de este tema permanezca abierto, en primer lugar porque no existe entre los cineastas un acuerdo al respecto. Tal vez la riqueza del cine reside justamente en ese y en todos los desacuerdos posibles. El premiado Alejandro González Iñárritu ha comentado recientemente, durante una clase magistral que ofreció en la Universidad Nacional Autónoma de México: “Conociendo la violencia que vivimos, es difícil para mí ver y aceptar las películas que “glamurizan” la violencia y hacen de la violencia un arte cool”.
En la acera del frente se ubica, por supuesto, Quentin Tarantino. En el 2010, en la sede de la Academia Británica de Cine y Televisión, Tarantino dijo que “la violencia es lo más atractivo" del cine y la mejor forma de conectar con el público. “Cuando le pegan un tiro en el estómago a un tipo, sangra como un cerdo y eso es lo que quiero ver, no una pequeña mancha roja en mitad de la tripa”, agregó el cineasta, en unas declaraciones que fueron reproducidas por el diario Evening Standard.
La oposición que existe entre las declaraciones de ambos directores evidencia la importancia de pensar la representación de la violencia en términos de límites y matices. ¿Es la ópera prima de Tarantino, Reservoir Dogs (1992), una ingeniosa película de gangsters o una apología de la tortura? ¿Dónde está el límite entre lo primero y lo segundo? ¿Es posible interpretar el sentido de las películas que han dirigido González Iñárritu y Tarantino de manera contraria a sus propósitos?
Tal vez el cineasta contemporáneo que se ha acercado con mayor agudeza al tema de la violencia es el austriaco Michael Haneke, quien ha sido reconocido por películas como Funny Games (1997), La pianista (2001), El tiempo del lobo (2003) y Caché (2005). Haneke detesta la representación de la violencia como forma de consumo. En otras palabras, no es un seguidor de Tarantino. Por otra parte, tampoco es capaz de controlar las reacciones de su público, a pesar del férreo control que ejerce sobre la puesta en escena de sus películas.
Todo comenzó con Funny Games, que no es el primer largometraje dirigido por Haneke pero sí el que lo presentó al gran público. Es también un texto que confirma la complejidad de la representación de la violencia. “Funny Games se hizo para impactar y arrebatar al espectador el placer de consumir la violencia, pero en algunos generó el efecto contrario. Es el mismo problema que tuvo Kubrick con La naranja mecánica. Quedó muy impactado al ver que el público amaba esa película”, comentaba Haneke en una entrevista ofrecida al diario El País, en febrero del 2013.
“Para profundizar en algo es necesaria la educación”, concluye Haneke. “Alguien tiene que enseñarte a ver las cosas y hoy nadie enseña a leer las imágenes de la televisión, por ejemplo. Es una vergüenza en todos los países. No se dan cuenta de la importancia que tiene para distinguir entre la realidad y la ficción. Lo único que me creo de los noticiarios es la información meteorológica, porque lo puedo verificar al día siguiente”, afirma, de manera contundente, el director.
Las palabras de Haneke orientan el debate hacia un concepto clave, la educación, y ofrecen, además, nuevas preguntas. ¿En necesario imponer algunos límites a la representación de la violencia? ¿Son distintos los límites que debemos imponer a la violencia que se representa en el cine, la literatura, la novela gráfica o la historieta? ¿Qué ocurre en el caso de Joker, en el que esa violencia está acompañada de la risa?
¿Podemos reírnos de todo?
En realidad, Joker no reabre un debate antiguo sino dos, relacionados con la representación de la violencia y los límites de la risa: otro concepto complejo, que ha estado siempre en el punto de mira de la censura. ¿Por qué es común que nos riamos de la adolescencia, de las clases populares o de los taxistas neoyorquinos pero no del fanatismo religioso, por ejemplo? ¿Podemos reírnos de cualquier cosa?
En el 2012, la revista satírica francesa Charlie Hebdo publicó una serie de viñetas, dibujadas por el ilustrador Cabu, bajo el título ¿Podemos aún reírnos de todo?
La publicación exploraba las amplias posibilidades de la risa y exponía, en cada una de sus páginas, un dibujo que ilustraba preguntas como ¿podemos aún reírnos del alcoholismo, la incineración, la iglesia católica, los burka, los suicidios, los pobres, el cristianismo, Dios, la pedofilia, las religiones, los terroristas, los fabricantes de armas, los pacifistas, los discapacitados, los depredadores sexuales y la eutanasia, por ejemplo? Esos cuestionamientos señalan directamente los límites del pensamiento y los tabúes de nuestras sociedades contemporáneas. Nada menos.
Con publicaciones de este tipo, la revista Charlie Hebdo consiguió durante las últimas décadas la indignación de musulmanes, judíos y cristianos. Su labor fue motivo de juicios, debates por la libertad de expresión y acusaciones de provocación por parte de diversos grupos religiosos. Tres años después de la publicación de ¿Podemos aún reírnos de todo?, el 7 de enero del 2015, dos encapuchados entraron en sus oficinas en París y asesinaron a 12 personas, además de herir de gravedad a otras cuatro. Entre las víctimas mortales del atentado estaba el ilustrador Cabu.
A pesar de que los debates sobre los límites de la risa y la representación de la violencia no son nuevos, tal vez nunca antes han estado tan vigentes y ha sido tan necesarios.
Esta idea se confirma al contrastarlos con nuestra evidente incapacidad para asumir esos debates con la madurez que merecen. ¿Qué significa asumirlos con madurez? Significa aspirar a una mayor y mejor educación en torno de las imágenes audiovisuales que consumimos diariamente. Significa, además, acercarse a esas imágenes con una mente abierta a la complejidad. Joker lo merece.
Ficha técnica del filme
Título original: Joker
Año: 2019
Duración: 118 minutos
País: Estados Unidos
Dirección: Todd Phillips
Producción: Todd Pillips, Bradley Cooper y Emma Tillinger Koskoff
Guion: Todd Phillips y Scott Silver
Música: Hildur Guðnadóttir
Fotografía: Lawrence Sher
Montaje: Jeff Groth
Vestuario: Mark Bridges
Reparto: Joaquín Phoenix, Robert De Niro, Zazie Beetz, Bill Camp, Frances Conroy y Brett Cullen