La multitud no deja de chocar sus palmas. Es todo un frenesí lo que ha provocado la Orquesta Contemporánea de Londres en su vibrante interpretación, acompañada de una pantalla gigante en que se exponen fotogramas de varios de los filmes en los que Jonny Greenwood ha escrito la banda sonora.
El director de la orquesta, al sentir la oleada de aplausos, hace una seña: estira su mano y le pide al compositor que aparezca en escena. La gente quiere verlo.
Con su joroba pronunciada, la barba a medio hacer, el pelo desordenado y una sonrisa torcida, aparece Jonny Greenwood y junta sus manos en agradecimiento. Lleva una camiseta que perfectamente podría ser una piyama y unos pantalones desgastados que lo alejan de cualquier vestimenta típica de lo que se conoce como un “compositor de orquesta”.
La razón es que Jonny, conocido primariamente como el guitarrista de la trascendental banda Radiohead, es un roquero, un académico, un productor de electrónica, un multiinstrumentista, un arreglista y un cinéfilo. Tantos sombreros se pone el británico que es imposible etiquetarlo fácilmente. Tiene un estilo propio: es un hombre que no le importa su vestimenta, solo quiere tener un espacio en su vida para leer novelas rusas sin ninguna pose. Por eso apenas y aparece tímido para recibir a un público eufórico. Greenwood no es esa estrella que abre sus brazos a la fama, como sus colegas Hans Zimmer y John Williams.
Al músico no le interesan tanto los aplausos como la creación. Una frase suya resume su filosofía: “Yo no me engancho de la cocaína, yo lo que quiero son músicos para grabar”, ha dicho. Y en buena hora ha tenido ese chance el último año.
Sus recientes trabajos para los filmes Spencer, El poder del perro y Licorice Pizza han sido ampliamente elogiados y también nominados a diversos premios de la temporada. Poco le importan los reconocimientos (por ejemplo, cuando Radiohead fue inscrito al Salón de la Fama del Rock no saltó de alegría); lo revelante es que su trabajo habla por lo que su boca no hace: es un compositor único en la actualidad.
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Talento silencioso
Quizá, un escucha casual de Radiohead no ha conocido de primera mano todo el oficio que Greenwood ha puesto para que la banda se distanciara de cualquier otra agrupación de rock.
Si bien, los cinco músicos que componen la banda británica han aportado desde sus trincheras, Jonny ha ido más allá. Ha sido el arreglista de cuerdas, promotor de sintetizadores y de la experimentación con ritmos de otras latitudes, catapultando el eclecticismo con el que Radiohead cuenta hasta el día de hoy, y por lo cual nació su culto.
Más allá del clásico Creep, la balada roquera por excelencia de la banda, el trabajo profundo de Greenwood comenzó cuando nacía The Bends, el segundo álbum de la agrupación. Los integrantes de la banda han reconocido que Jonny se encargó de ver en los violonchelos y violines el chance de mezclar el rock con la música de cámara.
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Tras casi treinta años en la carretera, queda en claro que el grupo siguió el consejo de Jonny. En A Moon Shaped Pool, el último álbum de la banda, es evidente que es el fino oído del músico lo que eleva la producción: en temas como Burn the Witch un staccato de violines marca el tempo de la canción; en Daydreaming se conjuga un arreglo sinfónico en que la voz del vocalista Thom Yorke se cuela como una melodía de violín; en Glass Eyes encontramos una bellísima obra para piano y cuerdas... En fin. El trabajo que hizo para ese disco está lejos de lo que cualquier banda de garaje haría tanteando unos acordes. Greenwood sabe lo que hace.
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Ese oído agudo se potenció cuando comenzó a trabajar con las bandas sonoras. En el 2003 realizó su primer encargo con Bodysong, un documental que recopilaba las formas en que la cultura ha filmado lo que significa ser humano. Como su título implica, el tema musical debía ser relevante, por lo que realizó una mezcla de instrumentos de cuerdas con aparatos percutivos de Oriente.
El salvaje rasgueo de guitarras de esa composición llamó la atención del virtuoso cineasta Paul Thomas Anderson, quien para aquel entonces preparaba una de sus mejores películas: There Will Be Blood. La historia del filme, que retrata a un visceral petrolero dispuesto a cumplir sus metas a como dé lugar, calzaba perfectamente con las texturas que Greenwood había propuesto en el filme anterior.
El resultado de la colaboración entre el músico y Anderson destacó en dos sentidos. Por un lado, se esculpió una partitura incómoda, llena de cuerdas que parecen saltarle al espectador a los hombros para sacudirlo, al igual que el protagonista del filme. Por otra parte, esta asociación terminó por labrar una de las grandes amistades entre el cine y la música.
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Después de observar las virtudes del músico en aquel trabajo, fue otro cineasta quien se interesó en los servicios del británico. El vietnamita Tran Anh Hung, quien había cautivado al mundo con El olor de la papaya verde, tenía en su mente adaptar Tokio Blues, el mega éxito de ventas del japonés Haruki Murakami.
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La historia, que es una triste crónica sobre un muchacho que entra a la etapa adulta, requería de una sensibilidad excepcional. La inspiración, en ese caso, le llegó a Jonny desde el texto.
“Hay algunas escenas en el libro donde Reiko, uno de los personajes principales, enseña a tocar guitarra. Me pregunté qué tipo de música tocaría y eso fue lo que trajo las primeras ideas. Las imágenes pasan a segundo término; prefiero basar mi trabajo en las discusiones con el director de cine”, dijo en aquella oportunidad. El resultado es una balada tan bella como lacrimógena.
Así llegó Greenwood al 2010: con un ojo puesto en su banda Radiohead y el otro en pilas de partituras por escribir. Ante la consulta de decenas de periodistas, el compositor siempre asevera que puede distinguir ambos mundos.
“Componer clásico es algo más solitario, ya que estás en un cuarto solo con papeles y un piano durante meses, sin ver a otro ser humano”, dice. “Aunque también (el trabajo) es exigente con Radiohead. Siempre estoy muy dispuesto y sobreestimulado para hacer algo social y comunitario”, dijo al portal Exit Music.
De hecho Thom Yorke, el líder de Radiohead, habló sobre la obra de su colega en un programa de radio de la BBC. Allí confesó que siente “un poco de envidia” del increíble trabajo solista que hace su compañero de banda.
Yorke habló al respecto después de haber hecho su primera banda sonora, la cual fue para el remake de Suspiria, de Luca Guadagnino. Contestando a la pregunta de si haber tenido a un compañero de banda haciendo algo similar hizo que componer música clásica fuera más fácil, Yorke afirmó: “Si fuese honesto conmigo mismo, sentía un poco de envidia”.
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“Jonny está tan adelantado. Él entiende cómo la orquestación funciona, él puede leer música, él la ha estudiado toda. O sea, él se sienta a estudiar bandas sonoras. Para la última película de Paul Thomas Anderson, él se aisló y leyó todas las bandas sonoras de ese período (se refiera a la cinta El hilo fantasma). Eso no podría suceder conmigo porque no sé leer música. Así que él viaja por la música y sabe lo que está haciendo, mientras que yo solo puedo arañar la superficie, de forma totalmente amateur”, expresó.
Parte de esa apertura que tiene Greenwood para navegar en géneros y texturas, se demostró en el filme Junun. El cineasta Anderson se embarcó en un viaje en el que, Greenwood, conocería al compositor israelí Shye Ben Tzur. La asociación entre ambos se documentó y el resultado fue un valioso testamento sobre creación artística intercultural.
Tres años después, para el 2018, Anderson y Greenwood volverían a las andanzas juntos en El hilo fantasma, que dejaría al músico como nominado por la Academia de los Óscar.
Ante la atención generada, el inglés aseguró a distintos medios que su obra se deriva de la música de los últimos 100 años. Afirma que el compositor francés Olivier Messiaen es uno de los mejores de todos los tiempos (“es uno de esos que escuchando solo un par de acordes sueltos ya sabés que se trata de él”, ha dicho). Otro paladín al que Greenwood tiene como referencia es al compositor polaco Krzysztof Penderecki, conocido por la obra Threnody to the Victims of Hiroshima.
Un gran presente
Con tres grandes películas en esta temporada de premios, es difícil decidir cuál ha sido el mejor trabajo de Greenwood en el último año.
Para El poder del perro, los acordes parecen sobreponerse unos a otros como si se estuviera cabalgando en el rancho en que suceden los acontecimientos del largometraje; para Spencer, un piano se encarga de presionar suavemente teclas que parecen desvanecerse como arena de las manos, de la misma forma que la mente de Lady Di se desmorona en pantalla. Finalmente, para Licorice Pizza, utiliza unos suaves violines que abrazan arpegios de guitarras, como un símbolo del calor que buscan los protagonistas en la California de los setenta, que aborda la película.
Greenwood ya ha ganado premios en circuitos de críticos de Phoenix, Georgia, así como en festivales norteamericanos gracias a estos trabajos. Fue nominado al Globo de Oro y todo hace pensar que es favorito para conquistar el Óscar. No es para menos ante tal labor.
Pero más allá de los reconocimientos, Greenwood se enfoca en seguir componiendo. Este año ha anunciado un nuevo grupo llamado The Smile, en compañía de su compinche de vida Thom Yorke y con Tom Skinner, batería de la banda Sons Of Kemet.
Para adelantar este proyecto, el músico ha dado un par de entrevistas al respecto. El músico asegura estar contento con el proceso por una razón muy sencilla: “Estamos sentados frente a una pila de música” ha dicho y, como se sabe, Jonny no le pide más a la vida.