Desde el esplendor de Tenochtitlan partió una misión hacia la región de los grandes lagos, eso que hoy conocemos como Centroamérica; entonces, guerreros, sabios, jóvenes arribaron a unas llanuras cercanas al gran río, Cucaracho de Río Cuarto de Grecia, un sitio anacrónico, un lugar en el cual la vida se entrelaza con la ficción, una zona en la que la realidad pasa a ser mentira y pasa a ser leyenda.
Si su propia vida es de por si literaria, el escritor costarricense José León Sánchez además la quiso unir a viajeros aztecas en momentos poderosos del imperio mexicano, antes de la caída de la gran ciudad en manos de Hernán Cortés, antes de pasar a ser vencidos, esa condición desde la cual él veía y comprendía el ancho mundo, sus luces, sus miserias y sus tribulaciones.
Al menos tres libros suyos ocupan un lugar de relevancia en la historia de la literatura costarricense: La isla de los hombres solos (1963), Tenochtitlan (1986) y Campanas para llamar al viento (1989). El primero de ellos es un documento de barbarie sobre las condiciones infernales en las que vivieron los reos en el presidio de isla San Lucas, un campo de tortura sembrado en el Golfo de Nicoya, a pocos kilómetros de Puntarenas, donde iban a parar los peores criminales de Costa Rica desde que Tomás Guardia aboliera la pena de muerte.
‘La isla de los hombres solos’ no es su historia ni su testimonio, es la novela en la que él registró el dolor y la violencia brutal que se vive en un penal, como hiciera Fiódor Dostoyevski en ‘Recuerdos de la casa de los muertos’, René Belbenoit en ‘La guillotina seca’ o Henri Charrièrre en ‘Papillon’
Así como se entrelazan las ramas de los árboles del bosque seco de San Lucas, cuando se hace difícil precisar el punto exacto donde termina una y comienza la otra, así tejió él, con un sentido poético innato, aquellos relatos que escuchó de día y de noche en calabozos infrahumanos, relatos contados por personas que lo habían perdido todo y a quienes la sociedad, como a los leprosos medievales, mantenía lejos para así protegerse y purificarse.
La isla de los hombres solos no es su historia ni su testimonio, es la novela en la que él registró el dolor y la violencia brutal que se vive en un penal, como hiciera Fiódor Dostoyevski en Recuerdos de la casa de los muertos, René Belbenoit en La guillotina seca o Henri Charrièrre en Papillon.
Por su parte, Campanas para llamar al viento narra de manera hermosa algunos de los complejos episodios de la evangelización de la península de California; guerras, sacrificios y doctrina católica son expuestos en esta novela de referente histórico. Su geografía literaria está constituida por las tierras secas y las bellas playas de California, que vienen a ser testigos mudos de unas campanas que suenan para llamar a los muertos.
José León Sánchez escribió ‘Tenochtitlan’ para reivindicar a los vencidos, a los aztecas, en una narración hecha de imágenes fosforescentes y maravillosas sobre las batallas que llevaron a la caída final de la ciudad principal de un gran imperio.
Si Bernal Díaz del Castillo escribió La conquista verdadera de la Nueva España para defender a Hernán Cortés de quien fuera su soldado, si la escribiera siendo un viejito casi ciego y casi sordo en aquella mítica casa de Antigua Guatemala para elogiar con ella a los conquistadores, José León Sánchez escribió Tenochtitlan para reivindicar a los vencidos, a los aztecas, en una narración hecha de imágenes fosforescentes y maravillosas sobre las batallas que llevaron a la caída final de la ciudad principal de un gran imperio. Con ese espacio, José León se identificó no por su gloria si no por su derrota, es por ello que introduce a su lugar de nacimiento en la ficción y es, entonces, cuando Cucaracho de Río Cuarto de Grecia es visitado por una misión azteca, entrelazando así, como haría tantas veces, su vida con su literatura.
Dice Jorge Luis Borges que llega un momento exacto en el cual un hombre se encuentra con su destino. El de José León fue el crimen de la basílica de la Virgen de Los Ángeles, ocurrido en 1950. Ahí cambió su vida para siempre, ese momento lo convirtió en lo que fue y también en aquello por lo cual se le recordará. Ese momento le dio lo peor y le dio lo mejor, le suministró el estigma y la violencia y también le otorgó la literatura.
Fue, entonces cuando pasó de ser uno más de los jóvenes marginales que caminaban por la ciudad, a convertirse en la persona más odiada de una población de quinientos mil habitantes, en un país católico, que lo acusó a él de haberlo ofendido de la peor forma.
‘Campanas para llamar al viento’ narra de manera hermosa algunos de los complejos episodios de la evangelización de la península de California; guerras, sacrificios y doctrina católica son expuestos en esta novela de referente histórico.
Casi analfabeta fue recluido en la Penitenciaría Central de San José y llevado al presidio de isla San Lucas, donde tal y como le ocurrió a Edmundo Dantés en la novela El Conde de Montecristo, de Alejandro Dumas, ingresó siendo un hombre y salió siendo otro.
Dantés entró al Castillo de If siendo un desconocido y gracias a su intercambio vital con el anciano sabio que era el abate Faría, salió convertido en el Conde de Montecristo. José León Sánchez fue recluido en San Lucas siendo un joven huérfano acusado de un crimen terrible y salió transformado en escritor, en novelista, lo cual es por sí mismo milagroso, que es otra manera de decir que es por sí mismo literario.
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Esto es insólito porque con él pudo haber ocurrido cualquier cosa, pudo haber muerto, se pudo haber suicidado, pudo haberse fugado para convertirse en un asesino a sueldo o en un ladrón violento e inclemente, pudo haber llegado a ser algo parecido a un buey al perder parte de su cerebro en una lobotomía, pudo haber sido un violador, un proxeneta, un estafador, un terrorista. Pero no, algo ocurrió, eso es lo novelesco de su personalidad tenaz, él leyó y leyó libros en San Lucas y salió transformado en un novelista cuyas obras con el paso de los años llegarían a ser las mejor vendidas de toda la literatura costarricense.
Él leyó y leyó libros en San Lucas y salió transformado en un novelista cuyas obras con el paso de los años llegarían a ser las mejor vendidas de toda la literatura costarricense.
Su historia de vida y sus ficciones llamaron entonces la atención de la prensa y de las editoriales, pasó a ser un personaje de fama internacional, muy reconocido en el México de los años 70 y 80.
Ya se había encontrado con su destino. Y el destino lo encontró gracias a un crimen del que fue absuelto muchos años después, tal y como dispuso la Sala Tercera de la Corte Suprema de Justicia en la sentencia número 01278, de fecha 14 de octubre de 1999.
Eran las cinco de la tarde del martes 15 de noviembre del año en curso cuando murió José León Sánchez.
Pese a todo, él nunca se sacó de encima su estigma; algunos lo recordarán por eso, por sus manchas, y otros por sus obras literarias o por su carismática personalidad.
Lo cierto es que con él se pierde a un escritor que se ganó a pulso y coraje un lugar destacado en la literatura costarricense, con él se pierde a un hombre que condensó en sí mismo uno de los episodios más oscuros y tristes de la historia de este país. Con su muerte, Costa Rica pierde a una leyenda y yo, a un gran amigo.