En su ensayo Escritores delincuentes (2011), el novelista español José Ovejero considera a José León Sánchez uno de los autores carcelarios más importantes del siglo XX. Otro tanto habían escrito Rosa Regàs y Pedro Molina Temboury al dedicarle un capítulo de su diario Volcanes dormidos: un viaje por Centroamérica en el 2005.
Para entender la personalidad literaria del costarricense, que desde hace medio siglo ha seducido a millones de lectores, hay que remontarse a su lanzamiento como autor internacional en la década de 1970, pero también a su estigma de escritor maldito y provocador permanente, que una vez lo hizo definirse como “hermano de la mierda”.
La obra de Sánchez, que se entremezcla con su vida y esta con su leyenda, saltó a la celebridad el 5 de mayo de 1969 cuando circuló el número mensual de la revista Life en Español con un reportaje que haría historia: “José León Sánchez, de malhechor y reo a escritor famoso”.
El artículo atrajo la atención de la Editorial Novaro, que entonces controlaba el mercado de las publicaciones en México, con sedes en Barcelona, Bogotá, Lima y Santiago de Chile, y que lanzó al año siguiente la primera edición internacional de uno de los títulos de mayor venta de la época.
La novela La isla de los hombres solos recrea el infierno penal de San Lucas a partir de testimonios reales y de la experiencia personal de Sánchez, quien sufrió una década de reclusión en la isla. El relato ha vendido más de tres millones de ejemplares en 45 años –para solo hablar de su soporte impreso–, puso de moda la literatura carcelaria en Iberoamérica y contribuyó a definir el género de la novela popular en lengua castellana.
"¿Novela reportaje? ¿Reportaje novelado? ¿Y que más da tratándose de un libro como La isla de los hombres solos donde brillan intensamente los valores literarios? No es el relato de las experiencias vividas por un presidiario, sino la reconstrucción artística de un mundo alucinante, realizada por un verdadero escritor. Tanto en su prosa como en el tratamiento de los personajes y de los sentimientos humanos se advierte la presencia del poeta que recrea”, escribía en 1971 el diario Abc a raíz de la primera edición española.
La prominencia que alcanzó Sánchez con La isla de los hombres solos también lo hizo el centro de una polémica que no ha cedido ni siquiera a sus 89 años y que es poco probable que desaparezca con la largamente postergada concesión del Premio Nacional de Cultura Magón, que ahora se concreta.
LEA MÁS: José León Sánchez, Premio Magón 2017: 'Hablo por los que no pueden hablar'
José León Sánchez no pasa ni quiere pasar inadvertido. Todavía se escuece al escuchar el mote con el que lo bautizó la prensa en 1950, el Monstruo de la Basílica, cuando se vio involucrado en uno de los escándalos criminales más sonados de la historia costarricense. “Yo siempre cargo con eso, para muchos José León es el que escribió La isla de los hombres solos y se robó la Virgen”, me dijo hace tres meses en una entrevista para una revista internacional.
Después de tres infartos, dos de los best sellers más sonados de la industria editorial latinoamericana –La isla de los hombres solos y la novela histórica Tenochtitlán-, traducciones a numerosos idiomas, 25 obras publicadas y una tercera parte de su vida entre rejas –un tajo sangrante en su existencia que lo dejó claustrofóbico para la eternidad–, deplora que una parte de la sociedad costarricense no lo vea como escritor sino como un exconvicto.
A pesar de su prestigio literario y de su lucidez intacta no ha abandonado el aire pícaro que lo acompaña desde que era Cordobilla –llamado así por su familia de adopción–, y robaba y vendía empanadas por las calles de San José acompañado de su hermana Aracely. O tal vez sigue siendo el niño de mirada anhelante y atónita al que ficharon a los 14 años en el reformatorio San Dimas, con el número 1713, tal y como aparece en la portada de algunos de sus libros.
Sánchez encaja mal en la homogénea y consensual Suiza Centroamericana, que no le perdona su pasado, el color de su piel, su origen de clase y, para colmo de males, el éxito literario. Todo demasiado sospechoso para ser aceptado en la impoluta república de las letras del país más feliz del mundo.
Quien entendió mejor esta contradicción fue su amigo Juan Rulfo, el célebre autor de Pedro Páramo, cuando le confesó en 1975: “Allá en tu país la gente me habló mal de ti y peor de tu obra. ¡Pendejos! ¡Ni siquiera merecen tener al escritor que llaman maldito!”.
Un long seller inesperado
En la década de 1970, La isla de los hombres solos agotó más de 30 ediciones consecutivas –varias en un solo año– y cosechó los elogios de autores tan dispares como Camilo José Cela y Gabriel García Márquez, quien lo llevó a la agencia literaria de Carmen Balcells.
En 1974, la adaptación cinematográfica de la novela, realizada por el director cubano-mexicano René Cardona, arrasó en taquilla y el argumento se trasladó a todos los formatos entonces existentes, desde canciones e historietas hasta telenovelas.
Sánchez se convirtió así en el único escritor centroamericano célebre entre las clases populares de México al extremo de que el humorista Roberto Gómez Bolaños, Chespirito, le dedicó una parodia titulada La isla de los hombres casi solos en su programa de televisión.
La popularidad de la novela de Sánchez rivalizó con la de Papillon (1969), del francés Henri Charrière, y se vendía como “¿Un nuevo Papillon? Todos los horrores y aberraciones de una Isla del Diablo latinoamericana”. Los editores de Charrière acusaron a Sánchez de plagio y pidieron la retirada de la obra, pero el costarricense pudo demostrar que había sido escrita mucho antes, en 1963, y publicada en una edición mimeografiada por él mismo.
El manuscrito original de La isla de los hombres solos se escribió a lápiz sobre hojas de cemento que luego se pasaban a máquina, a partir del testimonio de Juan Valderrama, uno de los presidiarios más antiguos de San Lucas, quien estaba obsesionado con contarle su vida a Sánchez.
La primera edición impresa se realizó en el penal con un polígrafo de madera hecho con instrucciones tomadas de un reportaje de la revista Mecánica Popular. De esta edición quedan dos ejemplares, porque el director de la cárcel ordenó su destrucción. Uno de los guardas robó diez copias, las vendió en Puntarenas y una de ellas llegó a manos del exministro de Gobernación, el periodista y abogado Joaquín Vargas Gené, amigo de José León, quien la donó a la Biblioteca Nacional.
Del testimonio a la novela histórica
Antes del lanzamiento mundial de La isla de los hombres solos, José León ya era escritor y lo siguió siendo después de su primer título megaventas, como demostró el ciclo histórico de madurez escrito en México y formado por las novelas Tenochtitlán. La última batalla de los aztecas (1986), una documentada epopeya de la caída de la capital mexicana, que es considerada su obra maestra, y Campanas para llamar al viento (1989), sobre el franciscano español fray Junípero Serra, fundador de las misiones de California, narrado en clave poética.
En 1969, cuando Life en Español dio a conocer su historia, Sánchez no era completamente desconocido en Costa Rica como escritor. Seis años antes, la recién fundada Dirección General de Artes y Letras –germen del futuro Ministerio de Cultura– convocó a los Juegos Florales y el primer lugar en la rama de cuento le correspondió a El poeta, el niño y el río de Sánchez.
La decisión del jurado provocó un escándalo y dudas sobre la originalidad de la obra, debido a que el autor era “reo convicto” y no un narrador consagrado. Al escritor no se le permitió salir de la cárcel para acudir al acto de premiación en el Teatro Nacional y así comenzó el largo y contradictorio desencuentro entre José León Sánchez y la cultura oficial.
En 1967, su primer libro de cuentos, La catleya negra, recibió el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría, y al año siguiente el escritor obtuvo el segundo lugar de novela en los Juegos Florales Centroamericanos con Picahueso. Esta obra fue publicada en 1971 y luego reimpresa bajo el nombre de La colina del buey, en 1977, como se le conoce desde entonces. La historia conmovedora de las minas de Abangares cierra el ciclo testimonial del autor y en 1985 fue incluida en la colección del 25.° aniversario de la Editorial Costa Rica, que estableció un canon de las mejores novelas nacionales publicadas hasta entonces.
Un documento social
Aunque los costarricenses prefiramos olvidar, La isla de los hombres solos nace de un contexto de extrema violencia política, económica y social posterior a la guerra civil de 1948. Una violencia que no desapareció sino que se incrementó con la represión política contra los perdedores del conflicto militar y la acelerada modernización que experimentó Occidente después de la Segunda Guerra Mundial.
El cambio cultural que vivió el país a mediados del siglo pasado desnudó las virulentas contradicciones latentes en una sociedad opresiva y atávica, cuyos demonios despertaron durante la guerra.
La persecución política, la criminalización de la pobreza y la tortura como técnica de interrogatorio considerada legítima por la policía se han borrado de nuestra memoria bajo los tonos pastel de las fotos retocadas, la publicidad y el cine en technicolor de los idílicos años cincuenta. Pero estas contradicciones quedan de manifiesto en un ciclo de literatura de posguerra que va de las crónicas de Carlos Luis Fallas sobre el asesinato del Codo del Diablo –publicadas en Libertad– a las obras de no ficción del periodista y abogado Enrique Benavides, El crimen de Colima (1966) y Casos célebres (1968) –que incluye capítulos sobre el Codo del Diablo y el llamado crimen del Irazú (1955), entre otros homicidios–, la narrativa de Sánchez y la serie de relatos populares de Alfredo Oreamuno, Sinatra.
En este contexto, La isla de los hombres solos es tanto uno de los títulos más interesantes de la novela de circulación masiva en lengua castellana como un documento para entender la evolución judicial que experimentó Latinoamérica en los últimos 50 años –y que algunos pretenden desconocer y/u olvidar–.
La isla de los hombres solos se reeditó por primera vez en Costa Rica en el 2016, gracias a que el Teatro Espressivo la adaptó a la escena, y el montaje coincidió, tal vez no tan contradictoriamente, con la propuesta de reabrir el penal de San Lucas como respuesta a la crisis del sistema penitenciario. Todo un guiño a un pasado que se niega a morir y que hace que el texto, como documento social, permanezca vivo y más actual que nunca.
Como ironiza el propio José León, cada vez que puede, contra el lenguaje políticamente correcto: “En Costa Rica no hay privados de libertad, hay reos, porque viven como reos. La situación es mucho peor ahora, infinitamente peor que cuando yo estaba encerrado en La Peni”.
En el “país pequeño, infierno grande” que le ha tocado en suerte, Sánchez ha vivido expuesto al escrutinio público y ha batallado obstinadamente contra la sombra del estigma social que lo persigue desde que su madre prostituta lo abandonó recién nacido e inició un largo periplo por hospicios, reformatorios y cárceles hasta que descubrió la literatura.