Refiriéndose a la época del general Tomás Guardia (1870-1882), anota el historiador Gerardo Vargas Cambronero: “Se caracterizó porque en ella se dio un liberalismo pragmático y pro-urbano, que se amplió al exterior recibiendo una influencia cultural europeizante, que se manifestó en un afrancesamiento de la vestimenta, modales, utensilios, muebles y lecturas; que hicieron cambiar la vida de los costarricenses” (El antiguo edificio del Colegio Nuestra Señora de Sion).
Fue en esa coyuntura que, con el fin de encontrar un colegio de renombre y seriedad al que confiarle la educación de sus hijas, partió para Europa doña Emilia Solórzano de Guardia (1835-1914), esposa del ‘General-Presidente’ como se denominaba al mandatario. En París, se inclinó la señora por el instituto que regían las religiosas de Nuestra Señora de Sion.
Educando niñas
Esta era una congregación religiosa fundada en 1843 por los hermanos Theodor y Alphonse Ratisbonne, hijos de una familia judía de Estrasburgo, Francia, que se habían convertido al catolicismo.
Según Vargas Cambronero: “La acción apostólica de la naciente comunidad fue tomando la línea de la educación y, en pocos años, los colegios se extendieron por varios países” del Viejo Mundo. Así, impresionada por la calidad de la enseñanza brindada por el instituto parisino, las buenas referencias de doña Emilia al General Guardia no se hicieron esperar.
Fue así como el Gobierno de Costa Rica le encargó a la dama que gestionara la venida al país de las monjas de Sion, para hacerse cargo del Instituto Nacional para niñas que proyectaba establecer en la ciudad de Alajuela; lo que se logró una vez obtenida la licencia de la Santa Sede y del mismo padre Theodor Ratisbonne.
Entonces, según monseñor Sanabria: “el 20 de octubre de 1878 salían de París con dirección a Costa Rica, cinco religiosas de coro y cuatro conversas capitaneadas por la intrépida y emprendedora Mere Barthelemy Rich. En noviembre llegaron a Puntarenas. La ciudad de Alajuela las recibió en medio de demostraciones de regocijo.
“Hechos los preparativos del caso, el 2 de marzo de 1879 se inauguró solemnemente el colegio de Alajuela y las religiosas iniciaron sus labores que se vieron recompensadas con los brillantes resultados que todos admiramos, y con la ilimitada confianza de las familias” (La primera vacante de la Diócesis de San José). Esta fue la primera institución de aquella congregación en el Nuevo Mundo.
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Al año siguiente, en vista de que varias alumnas viajaban desde San José para recibir lecciones con las religiosas, miembros de las principales familias capitalinas solicitaron al Gobierno que se estableciera en San José una institución similar a la de Alajuela.
Fue así como, en 1881, con el apoyo del Ejecutivo, de la Municipalidad de San José y del recién nombrado obispo Bernardo Augusto Thiel, se establecieron en la capital las religiosas de Sion; en un edificio que antes ocuparan las oficinas municipales, en avenida Central, entre calles Central y 1.
En San José
Años atrás, en 1874, el Cabildo Eclesiástico había recibido de la señora María de Jesús Gallardo, la donación de un terreno ubicado al sureste de la Plaza de la Estación –hoy Parque Nacional–, para que se edificara allí una capilla dedicada a la devoción de Nuestra Señora de las Piedades.
Aquel era un lote de 22 varas de norte a sur y de 32 de este a oeste, situado en al costado norte de la manzana que ocuparía el futuro colegio –entre avenidas Central y 1, y calles 17 y 19– y en cuyo centro se construía por entonces dicho templo.
En esa situación, fue gracias a las gestiones de la señora de Guardia y de monseñor Thiel, que lograron las religiosas que se les adjudicara un terreno en aquella manzana. Eso sí, el pequeño templo en construcción no entraba en la concesión, por lo que se obligaban las religiosas a terminarlo como su capilla particular, pero brindándole al público de esa zona capitalina libre acceso al santuario.
Inscrita la propiedad a nombre de la Hermanas de Sion, en noviembre de 1881, en mayo del siguiente año se enviaron a París los planos de lo que sería el edificio del colegio, realizados por una de las mismas religiosas. Una vez aprobados allá esos planos y tras una ceremonia religiosa, se colocó la primera piedra y se iniciaron las obras constructivas, en marzo de 1883.
La dirección de los trabajos quedó a cargo del maestro cantero italiano Pietro Albertazzi Albertazzi (1854-1933); más, debido a diversos tropiezos y a problemas económicos, estos se prolongaron hasta 1887.
Según los documentos de la época, el resultado fue un conjunto funcional para su fin educativo, con gruesos muros que cercaban o nivelaban la manzana del conjunto según lo requiriese el terreno. “Toda la construcción está montada en paredes de piedra y ladrillo, con una galería; consta de dos pisos en cuatro cañones [o pabellones].
“Los de los lados este y oeste de cuarenta y cinco metros de largo y siete metros sesenta y cinco centímetros de ancho; el tercer cañón, el del sur, de cuarenta y cinco metros de largo y cinco metros y sesenta y cinco centímetros de ancho (.)
“[El] cuarto cañón, que conduce a la Capilla, [es] de diez metros de largo y nueve metros cuarenta centímetros de ancho, comprensivo todo [el edificio] de cuarenta y un piezas o departamentos” (Registro Nacional. Tomo 197, folios 531-532).
El edificio josefino
De la descripción se desprende que los pabellones aquellos –de una arquitectura apenas modestamente neoclásica– rodeaban la capilla ubicada al lado norte, hacia el centro de la manzana y con salida a la avenida 1 por la razón dicha.
Así, el 3 de setiembre de 1887 se realizó la bendición de la capilla y de los pabellones oeste, este y central; acto que estuvo a cargo de monseñor Bernardo Augusto Thiel, asistido por el padre Carlos Gey y cinco seminaristas. Más, inmerso como estaba el acontecimiento en la pugna ente la Iglesia y el Estado, no podría la congregación admitir novicias.
En los años siguientes, con el fin de ampliar sus instalaciones, las Hermanas de Sion fueron adquiriendo las propiedades adyacentes a la suya, hasta llegar a comprar la manzana entera. No obstante, tanto el edificio del colegio como su oratorio, sufrieron daños a causa de los terremotos de mayo de 1910 y marzo de 1924.
De hecho, en 1910 la capilla de Nuestra Señora de las Piedades quedó en estado ruinoso, por lo que en 1912 las hermanas de Sion solicitaron al obispo Juan Gaspar Stork el uso del terreno del oratorio. Con la anuencia del Venerable Cabildo Eclesiástico, el prelado se los concedió; a condición de que la nueva conservara su carácter canónico de capilla pública y de que la imagen de Nuestra Señora de las Piedades tuviera un lugar preferente en ella.
Entonces se procedió a la construcción de la actual capilla, tal como lo anotó el diario La República en noviembre de ese año:
“Por fin se va a construir la capital del Colegio de Sion, capilla que desde hace algún tiempo estaba por construirse. Hemos visto el plano hecho por el ingeniero francés [Pierre] Falsimagne, agente de la casa Hennebique, según el cual dicha capilla va a ser preciosa, construida de cemento armado. La construcción va a costar poco menos de 96.000 colones”.
La blanca capilla, de una austera y elegante arquitectura neo-románica, contrasta con el resto de los edificios. Su planta es un rectángulo dividido en tres naves, con un pequeño ábside al fondo del presbiterio, al lado este. Sobre el nártex o acceso, el coro forma balcón sobre la nave central, mientras las naves laterales, que abajo poseen magníficos vitrales importados, arriba se prolongan hacia el fondo en forma de galerías, entre arcos de medio punto.
Estéticamente, ese edificio es el más notable e históricamente el más valioso del plantel; y su construcción, puede decirse hoy, fue el primer cambio sufrido por la arquitectura del conjunto.
Con el tiempo y las necesidades institucionales tales cambios continuaron; al punto de volver irreconocible el grupo de edificios originales; de los que hoy solo se conserva el pabellón oeste, y este ni siquiera está completo, pues le faltan las habitaciones que en tercer nivel hacían de torretas.
Con todo, los edificios sobrevivientes en esa manzana al sureste del Parque Nacional fundan su valor en que fueron testigos del primer esfuerzo privado de educación secundaria femenina en San José. El trabajo de la congregación de origen francés continuo en Moravia después de 1959; cuando el colegio fue trasladado a la recién creada urbanización Los Colegios.