El domingo 15 de abril de 1928, barrio México entero amaneció de fiesta. No era para menos: ese día se inauguraba su nuevo y flamante edificio escolar, producto de años de esfuerzo vecinal.
De estética neoclásica, era un edificio simétrico de casi 90 varas de frente, montado sobre un pedestal que le brindaba mayor prestancia. El pórtico de frontón triangular daba acceso a una escalinata, que tenía sendos pabellones frontales a cada lado, rematados por el arranque de los pabellones transversales.
Después de un proceso de licitación –no sin complicaciones–, su diseño y ejecución habían sido adjudicados, en 1926, al constructor italiano reputado de arquitecto Alfredo Andreoli Ceré, junto a sus hijos Antonio y Buenaventura.
Un barrio al noroeste
En 1922, un grupo de entusiastas de la nación mexicana lanzó la iniciativa de que se bautizara una calle josefina con el nombre de aquel gran país. La idea evolucionó y se decidió que se llamara así uno de los barrios más allá de cuadrante central. La barriada escogida fue la conocida como el Rincón de Cubillos.
El lugar se había empezado a formar después de 1910. Varias personas decidieron juntar sus potreros y cafetales para formar un cuadrante; este se fue loteando tras el terremoto de Cartago, que hizo huir a tantos del Valle de El Guarco y aún del centro capitalino, más denso y poblado.
Con la afluencia de los primeros pobladores se consolidó el asentamiento y para 1921 contaba ya con una Junta Progresista. En octubre de 1923 se le nombró oficialmente como barrio México en honor del hermano país, acuerdo que contó con el beneplácito municipal y del gobernador josefino José Luján Mata –de origen mexicano–, además de la complacencia vecinal.
En su Historia de Barrio México, dice Fernando Rojas Esquivel que, en esa época, el caserío solo “era un rinconcito al noroeste de la ciudad: las avenidas hacia el oeste se topaban con cafetales, las calles dieciocho y veintidós estaban bloqueadas por propiedades, y la calle veinte era intransitable para vehículos, pero para los chiquillos este ambiente era aprovechado para comer frutas de los cafetales (...) o ir por los potreros a bañarse a una poza (...).”
Durante el ciclo lectivo, esos niños tenían que asistir a la Escuela de Párvulos, ubicada en el Paso de la Vaca, plantel que no brindaba las mejores condiciones a sus educandos porque no tenía el edificio adecuado. Por esa razón, una serie de vecinos entraron en conversaciones con su directora, la educadora Adelia Corrales, para proponerle construir un centro educativo en el barrio. Resultado de aquella gestión, tal inmueble fue el que se estrenó en abril de 1928.
Demoliendo y construyendo
Para levantarlo, los vecinos, en colaboración con la Junta de Educación de San José, habían adquirido por ¢40.000 la manzana ubicada entre avenidas 11 y 13 y calles 12 y 16, en pleno centro del cuadrante barrial.
La construcción se inició en diciembre de 1926 y tardó dos años exactos en concluirse. Sin embargo, desde inicios de 1927, se hablaba de las dificultades que tenía la Inspección de Construcciones Escolares con el contratista. A mediados de año, un diario apuntaba: el “general rumor de que los trabajos son de pésimo material, habiéndose registrado (…) el caso de que una pared se derrumbó” (La Nueva Prensa, 14 de junio de 1927).
No obstante, la obra siguió su curso y se inauguró, por todo lo alto, en la fecha dicha. No habían pasado cuatro años cuando los daños del edificio eran tan evidentes que las autoridades tuvieron que intervenir. Mientras León Cortés, ministro de Fomento, visitó el sitio y se manifestó por repararlo, el presidente de la República, Ricardo Jiménez Oreamuno, y el ingeniero-arquitecto José María Barrantes, opinaron que había que construirlo de nuevo.
Producto de esa decisión, fue el diseño de inspiración art-decó con elementos neocoloniales que generó Barrantes para la nueva escuela. En el diseño sobresale el pórtico que el arquitecto copio literalmente del antiguo hotel Jardín Maracay, en la ciudad venezolana del mismo nombre. Se trata de un frontis de remate semicircular, flanqueado por dos pilastras de orden gigante y un vano de arco de medio punto, que abajo alberga la puerta principal y, arriba, un balcón de base semicircular también.
A ambos lados del imponente acceso, dos paños de doble altura –cada uno con ventana en el primer piso y balcón en el segundo– albergaban las direcciones de las secciones de varones y niñas que tenía el plantel. A partir de ese vistoso elemento, la escuela –cuya huella cubre casi media manzana– da paso al salón de actos y se distribuye simétricamente, estructurada internamente por un gran patio en forma de “U”.
Un palacio educativo
Por lo demás, y según fue descrito en su momento, “el edificio escolar cuenta con 22 aulas, de las cuales, cuatro quedan en la parte baja; un sótano que se habilitó aprovechando la topografía del terreno, además del Salón de Actos, completo hasta con graderías. [Posee también] dos direcciones, bodegas, corredores interiores amplios y unas arcadas exteriores que dan mucha vista al edificio.
“Las aulas son espaciosas y de siete metros por seis y medio y cinco metros. La completan doce servicios sanitarios, lavatorios, baños y una hermosa azotea del lado este para recreo de los visitantes, y especialmente para las lecciones de cosmografía. Amplios patios interiores pavimentados y una extensión del lado oeste para campo de juegos o labores al aire libre.
“El estilo es muy original y muy hermoso también, hay una combinación de líneas rectas y curvas; llama la atención la distribución general, las paredes forman una gran jaula de columnas y vigas de concreto, con cimientos profundos, ventilación admirable y se pensó en la acústica, condición indispensable en esta clase de edificios” (Monografía del Barrio México, 1910-1947).
Así, la nueva Escuela República de Argentina se inauguró el 7 de julio de 1935. En palabras de Rojas Esquivel: “Para los que tuvimos la dicha de estrenarla, fue algo inolvidable: a nuestra edad escolar nos parecía estar en un palacio… ¡y era de nosotros!”.
No en balde, años después, José Manuel Salazar Navarrete, otro vecino, dijo: “Escuelas públicas como esa han sido la cuna y gran crisol de la democracia de nuestro país: jóvenes de diversas condiciones sociales asistíamos a las mismas aulas durante un buen número de años, lo que forjaba amistades para toda la vida y dejaba experiencias y recuerdos imborrables” (Una historia de mi barrio).
Fue por esa razón, sin duda, que tiempo después, en el homenaje que agradecidos le brindaron los vecinos y las autoridades escolares, al presidente Jiménez Oreamuno, este expresó, conmovido, que: ”aquí se preparan los niños humildes que habrán de ser en el futuro, los ciudadanos que defiendan ésta democracia que yo tanto quiero”.