¡Vaya suerte! Era el 1.° de diciembre de 1948 en San José. Frente a un grupo de fotógrafos, estudiantes e invitados especiales, José Figueres Ferrer le da un primer mazazo a las almenas del Cuartel Bellavista como símbolo de un momento histórico: la abolición del ejército en Costa Rica.
El primer golpe apenas rasguña el concreto y la mayoría de las cámaras hicieron la foto. Agarrando fuerza, don Pepe dio un segundo mazazo; en esta ocasión, el trozo del Cuartel, previamente preparado, salió volando por los aires. Solo un fotógrafo obtuvo la imagen, que se ha convertido en un ícono: Mario Roa Velásquez (10 de abril de 1917- 23 de febrero del 2004).
El fotógrafo del Diario de Costa Rica se ubicó en un ángulo diferente a los colegas frente al Presidente de la Junta Fundadora de la Segunda República y se perdió el primer mazazo porque aún no estaba listo para tomar la imagen.
Sin embargo, la suerte le ayudó a hacer historia. Mientras los otros sacaban la placa del primer negativo (era otra tecnología), aquel josefino estaba listo y atrapó el momento del segundo golpe y que se ha convertido en la fotografía oficial de ese hito. Desde ese día, además de la noticia de la supresión del Ejército Nacional, el legendario Cuartel se transformó en un enorme centro cultural en Cuesta de Moras que funciona hasta nuestros días: el Museo Nacional.
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“El único listo era mi papá, por eso solo fue una foto así, con los trozos del Cuartel en el aire. Fue un golpe de suerte, decía mi papá”, cuenta Floria Roa, hija del destacado fotógrafo que con gran sensibilidad y afinada mirada retrató la Costa Rica del siglo XX para los periódicos de la época, como La Nación y La Hora. Fue un verdadero y gran fotoperiodista, incluso el premio de fotoperiodismo del Colegio de Periodistas lleve su nombre.
¿Qué se publicó?
Con algo de sorpresa, el anuncio de la abolición del ejército corrió por la prensa nacional. Al día siguiente, el 2 de diciembre de 1948, el Diario de Costa Rica destacaba la foto de Mario Roa como el “episodio emocionante de la ceremonia cívica de ayer”. Y detallaba al pie de la imagen: “El presidente de la junta de gobierno, don José Figueres, a golpe de mazo, derriba un bloque de pared del viejo edificio cuartelario del Bellavista, cerrando simbólicamente ese centro militar, y marcando así la instalación del museo indigenista y jardín panamericano. Esta es una espléndida instantánea de Roa”.
Además, en la portada del periódico un gran título informaba en letras mayúsculas: “Disuelto el ejército costarricense”, acompañado con las principales incidencias de la actividad en el Cuartel Bellavista.
En la portada de La Nación de ese día se ve al presidente Figueres con el mazo y la pared, mas no el famoso golpe definitivo. En el título, este diario puso énfasis en las palabras de don Pepe en que justificaba la supresión del ejército porque era suficiente para la seguridad del país “un buen Cuerpo de Policía”.
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Sin duda, sobresale “el golpe de suerte” de Roa: el momento exacto con don Pepe dando el fuerte golpe al Cuartel, acompañado por un soldado y la bandera de Costa Rica, la composición y la mirada certera.
El fotógrafo, entonces de 31 años, eternizó aquel hecho histórico con una cámara de gran formato Speed Graphic, de la compañía Graflex, de Rochester, Nueva York. “Es una de esas cámaras grandes. Cada vez que se hacía una foto había que sacar la placa del negativo que era de 11,2 x 13,3 cm. El flash de esa cámara era de magnesio”, explica la hija del fotógrafo, quien junto a la fotógrafa y restauradora Alejandra Chaverri, publicó el libro Las fotos de mi tata, Mario Roa: Costa Rica (1936-1946) en el 2017.
“Este equipo se considera como una de las mejores cámaras portátiles profesionales de los años 1930-1950″, explica Chaverri en un blog.
Además de un riquísimo archivo, la familia conserva esa cámara, la cual fue prestada al Museo Nacional para exhibirse, en conjunto con la icónica imagen y otras fotografías de don Mario, en una exposición que se abrirá al público a partir del 30 de noviembre en el antiguo Cuartel Bellavista.
En las celdas originales del Cuartel, donde queda testimonio del paso militar por el inmueble de Cuesta de Moras, se conocerá un poco más de la historia del cambio del Bellavista. En esta ocasión, uno de los protagonistas en el relato es Mario Roa, aquel que construyó la historia desde su lente, explica la historiadora y curadora Gabriela Villalobos. “Queríamos darle su lugar y reconocimiento en un momento clave en el proceso de la abolición del ejército”, asegura la especialista.
El dedicado fotoperiodista
Para Mario Roa Velásquez la fotografía fue inevitable. Su padre fue pintor y retratista con todo y estudio; su madre, dueña de una tienda de sombreros.
Estudió en el Colegio Seminario, pero sus constantes ausencias en las clases molestaron a los sacerdotes e hicieron que su padre se lo llevara a trabajar con él. Al poco tiempo, en los años 30, su hermano Germán decidió irse a probar suerte en Nueva York y dejó una vacante como fotógrafo en el Diario de Costa Rica. Así, el joven Mario Roa se convirtió en fotoperiodista y su mirada iba extrayendo los más diversos ángulos de la ciudad en la que vivía en el puro centro y de su gente.
“Como fotógrafo de prensa era artístico, preciso y muy calmado. Le encantaba experimentar con su Hassemblat y con los ácidos del laboratorio. Sus mejores fotos fueron las que preparó con abundancia de tiempo; aunque le encantaba el fútbol y sus instantáneas de ese deporte todavía cuelgan en las paredes de coleccionistas y en la memoria de quienes vivieron la gloriosa época de «los chaparritos de oro»”, contó el periodista Carlos Morales en un artículo en el Semanario Universidad, en el 2017.
Y Roa estaba en toda actividad y momento importante. De la década de 1950 hay una foto que revela mucho sobre Roa: hubo un incendio en el Teatro América (actual hotel Balmoral) y, por supuesto, el fotógrafo estaba allí con su cámara para el Diario de Costa Rica. Aquel no fue un suceso cualquiera: el incendio incluyó la casa de los padres de don Mario, así como su residencia de soltero con sus pertenencias. Primero fue el deber.
En 1952 empezó a laborar en La Nación, donde trabajó incansablemente y se pensionó el 15 de abril de 1981.
Floria, quien nació en 1960 y es química, recuerda que durante décadas su papá no solo se encargaba de tomar la foto sino también de revelarla e imprimirla. Eran tiempos en que le pagaban por imagen publicada en los diarios.
El fotoperiodista era muy ordenado con su archivo y materiales; de hecho, sus hijos le ayudaban a hacer pequeños positivos de las imágenes a cambio de dos colones, los cuales usaban para ir al cine y otros gastos.
Cuando murió, en el 2004 a sus 87 años, sus amigos se despidieron de un hombre simpático, conversador y que se conocía la ciudad de pe a pá. Los conocedores le agradecieron sus décadas de retratar con gran sensibilidad y ojo afinado la vida de Costa Rica.
Nota del editor: Este artículo se publicó en La Nación, originalmente, el 29 de noviembre del 2022.