La huella de la memoria en Jurgen Ureña, el cineasta con ojo de fotógrafo
Recuerdo la génesis de estas fotografías. Jurgen empezó a compartirlas poco a poco en sus redes, apenas hace cuatro años. Al inicio era la bitácora de los días; después se transformó en la locura de sus bitácoras
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PorSussy Vargas
La otra orilla (Abyad, 2024) de Jurgen Ureña me enfrenta a un sinfín de preguntas, que por mucho que analizo y miro, tratando de definir sus múltiples lenguajes, solamente me doy cuenta de que la mayoría de esas preguntas no logran encontrar una respuesta. Observo cada imagen y defino luces y sombras, bordes distribuyéndose en inmensidades profundas, efímeras sustancias que alguna vez fueron materia y ahora son una cadena de eventos y contrastes definiendo lo intangible. Reconozco las fisuras, me dejo llevar por ángulos superpuestos que dilatan el contorno de la luz, me encuentro con la necesidad constante del horizonte que sostiene y equilibra, el piso, la base y la mirada.
No hay límites en el encuadre… Todo fluye. No hay marco posible que contenga el camino emprendido por la luz… Todo fluye, todo se mueve, todo vibra…, y nos quedamos esperando la próxima escena, esa imagen que complete la primera sensación.
Recuerdo la génesis de estas fotografías. Jurgen empezó a compartirlas poco a poco en sus redes, apenas hace cuatro años. Al inicio era la bitácora de los días, en medio del silencio y la locura. Después se transformó en la locura de sus bitácoras, una imagen por día. Una imagen tras otra, tras otra, tras otra... El preludio de un nuevo juego de significados, la simbiosis de una pasión descontrolada, como deben ser todas las pasiones.
Armado solamente con su teléfono celular, nos hace recordar que la imagen no la crea la máquina, la técnica o el lente incomprable, que la imagen está ya grabada en la pupila de algunos escogidos, ante el destello de la primera mirada a la vida.
Veía sus post y leía sus títulos: La tarde, Deseo, La muela del diablo, La espera, El sueño, Los vigilantes, Felino y lluvia, La noche, Miradas, Un lugar en el sol, El doble, Fantasmas, Al otro lado, Desdoblarse, Penumbra… Cada una era un fragmento arrebatado de un instante-tiempo-camino-memoria-espacio, cada una testigo de un andar, de un instinto, de una mirada, cada fotografía. ¿O será acaso cada imagen, más bien, la huella de la memoria dilatándose en números binarios impactados por un destello, en espacios, sensaciones, o el roce sutil de la lluvia erizando la piel?
Solamente un cineasta con el ojo de un fotógrafo puede devolvernos esos fragmentos de luz que se traspasan entre ellos como cuchillos, píxeles heridos por callejones, ciudades, y cuerpos desmaterializándose en el infinito, en contraluces barrocos y escenográficos. Sus imágenes son memoria y son camino, desdoblamientos y piel, lo etéreo y la brutal consistencia de lo matérico.
Jurgen es quien dice no ser fotógrafo, pero es el alquimista de las sombras, el laborioso hacedor de imágenes, el inevitable narrador, el buscador incansable de los territorios de la memoria. Me asombro de su proceso, de su búsqueda constante por “las imágenes, las buenas imágenes, las que comunican, conmueven, cuestionan, enseñan…
Armado solamente con su teléfono celular, nos hace recordar que la imagen no la crea la máquina, la técnica o el lente incomprable, que la imagen está ya grabada en la pupila de algunos escogidos, ante el destello de la primera mirada a la vida. Que la imagen nace en los profundos recintos de la mente y del alma. Querido Jurgen, así son tus fotografías y ya son parte de la memoria.
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