El maestro Romas Joneliukstis —de nombre artístico Romas Jonis y radicado en Costa Rica hasta su muerte— acostumbraba cantar una famosa tonada que los cantantes líricos conocíamos de oídas: tal era La paloma, del compositor vasco Sebastián de Iradier —cuya grafía, en ocasiones, es impresa como Yradier—.
Lo que más llamaba la atención del escucha de entonces, era el entusiasmo con el que el profesor —de origen lituano— interpretaba la canción, en un español matizado de acento eslavo. pese a la apreciable cantidad de años que el maestro Joneliukstis había vivido y laborado en Costa Rica. Otro tanto podríamos especular acerca de intérpretes de diferente procedencia, como el gran Nicolai Gedda, Elvis Presley —epítome del rock moderno—, la excelsa Maria Callas, Bing Crosby, Dean Martin, Mireille Mathieu, Nana Mouskouri, Luciano Pavarotti o Harry Belafonte.
Ubicación en el límite
Algunos sectores en Internet afirman sin más que La paloma es la canción más interpretada del mundo entero. Otro tanto hemos escuchado decir, empero, de Noche de paz de Grüber, del Happy Birthday de las hermanas Mildred y Patty Smith-Hill, o del Ave María de Franz Schubert, que la Radio Reloj de Costa Rica llevó a un nivel cercano a la saturación, con la famosa y difundida versión de Perry Como.
Lo cierto es que La paloma es una pieza que ha trascendido los límites tradicionales de la música popular. Conocemos versiones de indudable perfección como la de Victoria de los Ángeles, la gran soprano española. Se trata de una popular habanera, género que se inició en Cuba pero que se popularizó en España. Desde La paloma de Sebastián de Iradier y Salaberri, pasando por la archiconocida Havanaise de la ópera Carmen de Georges Bizet (L’amour est un oiseau rebelle), y finalizando con En el claro de la luna, de Silvio Rodríguez, el contagioso ritmo binario que sirve de base a la imaginación melódica, ha mantenido dos siglos de inmensa popularidad.
En el caso concreto de La paloma, conviene admitir que su famoso estribillo ha sido repetido frecuentemente en diversas versiones, muchas de ellas producto de la improvisación. Con todo, la enigmática canción ha sido interpretada, en múltiples ocasiones y de forma indistinta, por voces líricas o populares.
¡Muerte al olvido!
Fue el apreciado novelista y ensayista español Pío Baroja quien, ante la ausencia total de información acerca de Sebastián de Iradier, tomó a su cargo la reconstrucción histórica de sus melodías, y especialmente de la popularísima Paloma. Una colección de cinco artículos —fechados en mayo de 1936, y publicados semanalmente bajo el título La sonrisa de Iradier, en el rotativo madrileño Ahora—es tal vez el más precioso suplemento de consulta, entre la difusa información existente acerca de la personalidad del compositor.
Llama la atención lo que Baroja —inmenso escritor guipuzcoano, epítome de la generación del 98— escribió sobre Iradier: “Era un sujeto interesante; una figura atractiva, en gran parte por su oscuridad. Esta desaparición, este hundimiento en el vacío, es muy vasco. Hay mucho músico famoso y hasta ilustre que tiene menos originalidad y menos bagaje que el pobre Iradier. Hay roedores de lo antiguo que sobreviven. Cuando se oyen las composiciones de éstos hay que saludar como saluda Rossini al oír algunas melodías de las óperas de Meyerbeer”.
Una escasa biografía
Sebastián de Iradier y Salaberri nació el 20 de enero de 1809 en Lanciego, Álava, y murió en Vitoria en 1865. Poco se conoce de su juventud y de sus estudios musicales. Alrededor de la mitad del siglo, se vio precisado a huir hacia Madrid como consecuencia de un gatuperio de faldas que tuvo como copartícipe a la mujer de un general carlista. Se trasladó posteriormente a París, en donde laboró como profesor de música y canto de la Emperatriz Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III.
Iradier fue un viajero incansable y habitó en Cuba durante algún tiempo, al punto de que en la ruiseña isla se asentaron algunos de sus descendientes. Fascinado por el ritmo de la popular habanera, creó el son de La paloma, de rápida difusión y pegajosa melodía.
La letra de la canción, ágil y sorpresiva, generó siempre una reacción de optimista alegría en el gran público. Se afirma que el barco en que viajaba el creador recaló en el puerto mexicano de Veracruz, sitio en el cual se escuchó por vez primera la canción, para luego extenderse como reguero de pólvora por todo el territorio azteca. Los últimos días del compositor fueron oscuros, y sumidos en una profunda miseria, ajena a los ingresos que pudo haber percibido por vía del copyright.
El raro destino de una canción
El pueblo mexicano se ha atribuido ancestralmente la paternidad de La paloma. Se ha repetido, desde hace 160 años, que la canción era escuchada, en los más diversos círculos de la activa sociedad azteca, desde la época imperial de Maximiliano y Carlota Amalia. La emperatriz austro-belga, consorte del archiduque Maximiliano de Austria —quien fuera ascendido a Emperador de México por sacrosanta voluntad de Napoleón III— pedía constantemente que la extraña canción le fuera interpretada. Un filme mexicano de 1927, y de nombre La paloma, contribuyó notoriamente a propalar la equívoca versión del origen de la melodía.
La leyenda popular afirma que algunos años después, cuando Napoleón III retiró sus tropas del territorio mexicano y las fuerzas dirigidas políticamente por Benito Juárez acorralaron a Maximiliano en Querétaro, el emperador pidió como postrera voluntad que un grupo musical interpretase La paloma. Tales expresiones de leyenda popular no desvirtúan la universalmente reconocida autoría de la famosa canción y su irreversible atribución a Sebastián de Iradier.
En Alemania, en algunos eventos que jalonaban el traslado de niños a las cámaras de gas, se interpretaba La paloma, casi a la manera de una triste despedida. La razón era muy simple: se trataba de una de las canciones favoritas del funesto Goebbels.
La paloma, en alas del viento
Con ocasión del 150 aniversario de la composición de la inmortal melodía, las reacciones no se hicieron esperar. El libro titulado La paloma, Das Lied fue editado en Hamburgo, por la editorial Marebuchverlag. Su contenido incluye textos de diversos músicos alemanes, además de 120 fotos a color y una discografía comentada de La Paloma en versiones clásicas, de jazz, pop, rock y música popular. Para el bicentenario del nacimiento de Sebastián de Iradier, se gestó un documental a cargo de Sigrid Faitin y Andreas Schäffer, con el título homónimo.
En ocasiones, el secreto de la inmortalidad reside en la sencillez del acto creador. El premio de la existencia de Sebastián de Iradier no fue de carácter patrimonial, como hubiese sido de esperar. A despacho de la adversidad, su nombre oscuro fue iluminado por un jirón de la historia, sobre las alas viajeras de una paloma.
Los productores españoles Óscar Plasencia y Javier Sánchez Sáez, al visitar el programa televisivo 2.5 Gasteiz, afirmaron haber detectado más de 8500 versiones diferentes de La paloma, en diversos idiomas y estilos.
La letra de La paloma ha sido objeto de improvisaciones jocosas, satíricas e irreverentes. Se cuenta que, cuando el pueblo mexicano iniciaba su justa rebelión contra la tiranía austro-francesa, uno de los tantos estribillos de la inmortal canción era interpretado de la siguiente manera: “Si a tu ventana llega un perro flaco, trátalo con desprecio que es un austriaco”.