En Costa Rica, setiembre es el mes de la Patria: edificios públicos, escuelas, colegios y otros sitios exhiben con orgullo nuestros símbolos nacionales, se llevan a cabo diversas celebraciones conmemorativas que incluyen una gama importante de manifestaciones artísticas. No se olvida, por supuesto, la entonación del Himno Nacional en todo el país, el día 14 de setiembre a las 6 de la tarde, seguido del desfile de faroles y el recorrido de la antorcha de la independencia, que inicia en Guatemala para llegar hasta Cartago en manos de los estudiantes de secundaria.
La fecha más destacada ha sido el 15 de setiembre, que recuerda la firma, en ciudad de Guatemala, del Acta de la Independencia, que desvinculaba a las provincias del centro de América del reino de España.
La noticia de ese evento crucial en Costa Rica y los acontecimientos que trajo aparejados forman parte de nuestro patrimonio histórico-cultural y han contribuido a forjar nuestra identidad como nación. Casi resulta una obviedad señalar la responsabilidad que tenemos todas las personas que habitamos este territorio privilegiado, de cuidar ese patrimonio, darlo a conocer a fin de mantener viva la llama de nuestro pasado y que no olvidemos nuestros primeros pasos luego de dejar atrás la vida colonial.
La coordinadora del Informe del Estado de la Educación, Isabel Román, en un artículo reciente anota, con criterio sustentado, que uno de los pilares en que se sostiene la solidaridad en toda sociedad, es el “origen simbólico: la adherencia a una serie de mitos, relatos, creencias y símbolos compartidos que generan sentimientos y reciprocidades comunes entre los miembros de una nación y les permite forjar imaginarios de fraternidad necesarios para los progresos de la igualdad”.
Sirva esta introducción para destacar la relevancia que tiene –más aún en estos tiempos–, la escenificación de La Patria primera, obra teatral del varias veces galardonado dramaturgo costarricense Jorge Arroyo, escrita, –según sus propias palabras– “poniendo estricta atención y cuidado en la investigación de los hechos, procurando ampliar el interés de los espectadores por la Cívica, los Estudios Sociales, el lenguaje propio de los costarricense y, especialmente, para despertar el interés por el teatro como manifestación educativa útil para la transmisión de conocimiento por medio de la entretención constructiva”.
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El texto
Sintéticamente, La Patria primera abarca el lapso histórico que va desde el día previo a la proclamación de la Independencia, en 1821, hasta 1847, cuando en nuestro país se cierra el período de “jefaturas de Estado”, para dar paso, a partir de 1848, al de “presidencias de la República”, que se mantiene hasta el día de hoy. Este recorrido hará posible conocer tanto los hechos de mayor fuste de nuestra vida independiente primeriza, como también a sus protagonistas: Gabino Gaínza, José Cecilio del Valle, Juan Mora Fernández, José Rafael de Gallegos, Braulio Carrillo, Francisco Morazán, José María Alfaro y otros personajes referidos; sin que falte un campesino costarricense y un sacerdote católico que aportarán sus puntos de vista.
Para hilvanar la historia, el dramaturgo incorpora a un joven vendedor de tapas de dulce en los mercados de Guatemala, Gonzalo Prada, quien tiene sobradas razones para denunciar los abusos de las autoridades españolas y sueña con una tierra libre y justa. Prada será el responsable de emprender un largo viaje a caballo a través del istmo centroamericano, para entregar en las distintas provincias los documentos que declaran la independencia de España.
El dramaturgo ha calificado su pieza como “una parábola de personajes en pro de construir una nación, presentados en una exposición fragmentada que permite a nuestro público meta –los estudiantes– una propuesta de trabajo a posteriori, ya sea que monten fragmentos o la totalidad de la obra, o que les sirva para apoyar trabajo en clase”. Es decir, la obra funciona como apoyo didáctico tanto para docentes como para estudiantes; con la ventaja de que es un material elaborado con rigor histórico, con calidad literaria y actuado profesionalmente.
La puesta en escena
El trabajo actoral corre en su totalidad a cargo de Roberto Zeledón, avezado actor de nuestro medio con una larga trayectoria en las tablas –como se dice en la jerga teatral–, tanto en el país como fuera de él. Roberto logra, gracias a su presencia escénica y a la dinámica que le imprime a su trabajo, crear una atmósfera de complicidad y equilibrio con el público, que lo sigue atento, divirtiéndose y aprendiendo, reafirmando lo visto en clase, discrepando a veces, tomando partido ante las preguntas del actor, fascinado con el juego teatral que Roberto desarrolla a ojos vista, pasando de un personaje a otro, para finalmente, salir de la sala con una experiencia que es posible quede grabada para siempre en su memoria. Quiero subrayar el tema del respeto al auditorio, tan palpable en esta obra, porque muchas veces asistimos al teatro y salimos decepcionados y molestos porque sentimos que estuvimos frente a una “tomadura de pelo”.
Esta obra está pensada para ser representada en cualquier espacio y con cualquier cantidad de público. Pocos elementos escénicos son más que suficientes para crear los ambientes: sea un mercado, una escena callejera o el estrado del más alto dignatario. Los efectos musicales que acompañan el trabajo actoral tienen la virtud de ser apropiados y eficaces desde el punto de vista dramático.
A modo de cierre
Como espectadora teatral de larga data, me complace conocer trabajos como este de Jorge Arroyo y Roberto Zeledón y, por supuesto, recomendarlo. Albergo la esperanza de que sean muchas más las personas que puedan ver La Patria primera y otras, como La tea fulgurante: Juan Santamaría o las iras de un dios, con la cual forma un díptico, para que el propósito del dramaturgo se cumpla a cabalidad: “Difundir y afirmar en la juventud valores cívicos, al mismo tiempo que, con fisga, se brinde una nueva perspectiva de algunos de nuestros Jefes de Estado”.