La narrativa de la Pasión es infinitamente más poderosa que la de la Navidad: ciertamente es sorprendente que un Dios se haga humano y nazca en un pesebre, pero es aún más sorprendente que ese mismo Dios muera crucificado y resucite al tercer día.
Los héroes de Semana Santa son como Ben-Hur en la carrera de cuadrigas, como Moisés de cara al Mar Rojo o como Demetrio derrotando leones en la arena.
Son héroes en el sentido más riguroso del término.
Son héroes bellos, sublimes.
En Navidad, por el contrario, el personaje más destacado es un anciano con gorro rojo, traje ridículo y una contextura corporal que amerita una visita al endocrinólogo. Al menos así sucede desde que Charles Dickens y Coca Cola definieron las premisas de la mitología contemporánea de la Navidad.
Por si fuera poco, las festividades asociadas a la Natividad suelen convocar toda clase de arrebatos de cabanga y cursilerías filantrópicas que buscan conjurar aquello del camello y el ojo de la aguja. Y si bien el Oratorio de Navidad de Bach y el Cascanueces de Tchaikovsky son obras de extraordinaria belleza, lo cierto es que ninguna de ellas se compara con el sobrecogedor derroche de La pasión según San Mateo o Las siete últimas palabras de Cristo en la cruz.
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Semana Santa
En la Semana Santa impera una suerte de pena alegre, según diría el periodista español Jorge Bustos, quien recientemente publicó una serie de crónicas sobre procesiones sevillanas. Sabemos que Cristo morirá en la cruz, sabemos que el Vesubio hará erupción, sabemos que los piratas cilicios nunca cumplirán su trato y Espartaco será capturado.
Pero esa puesta en escena, esa obra de arte total que es la Semana Santa, con su apropiación del espacio público, sus marchas y sus relatos, constituye una respuesta excesiva, barroquísima, ante cualquier pretensión de triste austeridad. Dicho de otro modo: la Semana Santa no solo celebra la resurrección y el triunfo de la vida, sino que es una respuesta ante la miseria iconoclasta del protestantismo.
Se organiza, tanto desde el ámbito temporal como narrativo, como una alternativa de resistencia ante la lógica del capital: no existe nada tan poco lucrativo como una procesión. Y en la materialidad de la imaginería en la emocionalidad de las confradías y las hermandades y en los fosos abisales de las saetas se configura un sentido de comunión.
El Papa Benedicto XVI mencionaba en su libro sobre Jesús de Nazareth que no existe un acto más revolucionario que creer en la resurrección de la carne. Quizás por eso sería lícito concluir que la Semana Santa, en definitiva, entraña un potencial revolucionario.
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Dolor y esperanza
En Del dolor, la verdad y el bien, Miguel García Baró aventura una definición audaz: hay dolor verdadero cuando lo que el hombre experimenta es la presencia auténtica del mal. El mal, así, se entiende desde múltiples sentidos, pero se destaca uno particular: el mal terrible es aquel que rompe el hilo de la vida. O sea, es malo, realmente malo y, por tanto, doloroso, lo que no podemos integrar en el relato de nuestra vida.
A lo largo de muchísimos años, tal y como han señalado diferentes teólogos, se ha insistido en el aspecto doloroso e infausto de la Pasión. Se ha enfatizado, ante todo, la muerte de Cristo y en no pocas ocasiones los discursos religiosos se han constituido como dispositivos que legitiman la muerte y la violencia estructural.
El sacerdote chileno Pablo Richard estima que la Semana Santa constituye un ámbito para afirmar de forma revolucionaria la opción por la vida que Jesús encarna en el poderoso acontecimiento de la resurrección. Y esa, sin duda, es la apuesta de Florencia Urbina en su tratamiento de la vía dolorosa.
El Cristo de Florencia aparece vestido con un traje naranja, semejante al de los presos de guerra de Guantánamo, y sus captores se muestran mutilados. Son, acaso, los ídolos mortíferos de los que habló, también, Pablo Richard. Son los verdugos de la humanidad.
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Una telaraña sobre el viacrucis
El Lunes Santo se emitió un episodio del programa radial La Telaraña donde la artista visual Florencia Urbina conversó con el teólogo Diego Soto y el cineasta Jurgen Ureña acerca de su propuesta de lectura sobre la vía dolorosa. En este episodio Florencia comentó acerca del surgimiento de la obra y Diego Soto proporcionó insumos para la comprensión del significado de la vía dolorosa en la teología cristiana.
Este episodio puede escucharse aquí:
El autor es escritor.