Alquimia estética
En el siglo XIX, con el romanticismo, surgió una interpretación estética de la alquimia, en la que esta era metáfora de la creación poética, y en la que el poeta, a la manera del alquimista, transmuta la lengua vulgar en materia artística. El alquimista se vuelve tema literario en relatos, poemas y novelas; los nacientes géneros gótico y fantástico hacen de él un personaje atractivo, para bien y para mal, y su trabajo químico se torna metáfora de la creación literaria. Goethe, Dumas, Balzac, por citar a los más famosos, lo presentan en sus buhardillas y sótanos de trabajo, mientras que, desde una tradición de “alquimia lírica”, poetas como Nerval, Baudelaire y Rimbaud señalan sus correspondencias con la poesía.
Todos estos antecedentes sobre romanticismo y alquimia, vista esta última como técnica simbólica y estética, llegaron a Eunice Odio por sus lecturas esotéricas y poéticas realizadas desde muy joven. Sabemos de la importante conexión teosófica de algunos miembros de su familia paterna, el conocimiento y temprano apoyo de poetas teósofos como Roberto Brenes Mesén y Rogelio Sotela, su amistad con escritores teósofos de fuera como los salvadoreños Salarrué y sobre todo Claudia Lars, sus visitas a los teósofos mexicanos para inquirir sobre sus fenómenos visionarios.
Otros esoterismos alquímicos
Además de la teosofía, la corriente esotérica más importante en las primeras décadas del siglo pasado, la correspondencia de Odio menciona otras escuelas ocultistas por las que merodeó, como la antroposofía de Rudolf Steiner, la escuela del Cuarto Camino de Gurdjieff y Ouspenski y el neorrosacrucismo de AMORC, corrientes en las que, en diversos grados, están presentes variados contenidos alquímicos.
Para mediados de siglo, ya en los sesenta, se produjo un boom esotérico popular (ya no de clases altas e intelectuales), con libros emblemáticos como El retorno de los brujos (1960), de Pawels y Bergier, en el que hay amplio espacio para la alquimia, en especial para Fulcanelli, el misterioso autor de El misterio de las catedrales (1926). Tal libro, El retorno de los brujos, fue una de las lecturas de Eunice. Puede establecerse una relación entre la catedral gótica de Fulcanelli como signo alquímico y la catedral construida en el largo poema de Odio, El tránsito de fuego (1957).
Narraciones alquímicas
En cuanto a lecturas literarias, destaco dos referencias alquímicas hechas por la poeta en su correspondencia. La primera es la novela El rostro verde, traducida al español en 1949, en Chile, del escritor austriaco Gustav Meyrink, quien desarrolló en su narrativa un amplio mural esotérico, que incluye otros títulos como El gólem, que lo catapultó a la fama, y El ángel de la ventana de Occidente. La alquimia es uno de los componentes ideológicos de la narrativa de Meyrink. Odio la llama “rara novela” y considera que ella y su marido, a quien le está escribiendo una carta, pues se halla en ese momento en Francia, parecen personajes de ella.
La otra referencia de narrativa alquímica está en una carta al poeta venezolano Juan Liscano, en la que se extiende sobre una autora norteamericana a la que admira, Elinor H. Willie, y de la que desea traducir una novela al español, El sobrino de cristal de Venecia, para lo que pidió una beca Guggenheim, que le negaron. Da una síntesis de la trama: la creación de un homúnculo de cristal por parte de un alquimista.
De la poesía a la prosa
Si bien es en su tercer libro de poesía donde Odio desarrolla en plenitud el imaginario alquímico adquirido, también deja constancia de él en su prosa, en especial en sus dos relatos Había una vez un hombre, de 1965, y El rastro de la mariposa, de 1968, en los que la alquimia se visualiza por medio de la transformación física de sus personajes de hombres a mariposas, un insecto que funciona como emblema clásico de la transmutación alquímica. De hecho, uno de los personajes de la novela de Meyrink admirada por Odio, Swammerdam, es un místico entomólogo, coleccionista de mariposas.
Está además la influencia de Kafka, de quien se había publicado por aquellos años una traducción de la Metamorfosis atribuida a Borges, solo que a diferencia del autor checo, en que la transformación de humano a insecto es una degradación, Odio invierte el sentido en una vía ascendente y le da una resolución alquímica de liberación espiritual.
El cosmos en llamas
En su obra poética, Eunice pasa del elemento denso, la tierra erótica y fecunda de su primer libro Los elementos terrestres, al cambio ígneo de su último título, El tránsito de fuego, en el que el erotismo convencional se sublima en visión metafísica. Cumple así en su poesía el precepto hermético de la famosa Tabla Esmeraldina, que dice “Separarás el fuego de la tierra, lo sutil de lo espeso, con gran inteligencia”. El carácter alquímico, transfigurador, de este proceso se señala en sus versos con el objetivo de “alzar la materia para llevarla sin tropiezo a su celeste origen” o conducir “la piedra hacia otros estados de sí misma”, cuando “un salto extático levantará su peso para darlo al espacio”, y lograr así “la piedra transfigurada”.
La conclusión de su gran poema no es muy optimista, pues lo que es un triunfo en términos de la creación estética y espiritual resulta en un fracaso en el plano social y humano, con lo que el artista/alquimista se ve reducido en esta dimensión mundana a la exclusión, algo muy en consonancia con la estética romántica por ella adoptada, con el artista como alguien fuera de lugar en el mundo burgués, lo que en su vida personal ella llevó a la práctica, aunque aparentemente intentara otra cosa. Eunice Odio asumió en su vida el destino de Ion, el principal personaje de su poema: brillante en lo creativo, oscuro en lo cotidiano, con una alta cuota de dolor personal pero con una visión luminosa del universo. En verdad, el suyo fue un tránsito de fuego que la alzó, de los alimentos terrestres, a las alturas extáticas de un cosmos en llamas.
Algo de contexto
La alquimia en la cultura occidental involucra un conjunto de ideas sobre la constitución y dinámica de la materia a partir de ciertos elementos básicos que se remontan a los cuatro fundamentales de la tradición griega (tierra, agua, aire y fuego), con un trasfondo unitario y espiritual del cosmos, que pone su acento en la idea de transmutación, con diversidad de propósitos (espirituales, medicinales, químicos, militares, etc.). En tiempos modernos se da una separación entre mística y química en la hasta entonces alquimia mixta dominante, debido a la secularización propiciada por el desarrollo científico, que ya no podía trabajar con los viejos supuestos y procedimientos.