En varias ocasiones he escuchado decir que mi abuelo, Aquileo J. Echeverría, se burló del pueblo, al escribir su famoso libro Concherías. Nada más lejos de la verdad.
Hace más de dos siglos, se le llamó concho a nuestro campesino y por consiguiente Aquileo llamó Concherías a los poemas de su libro, donde se habla del quehacer diario de la gente del pueblo, de sus problemas, de sus vicios y enfermedades, incluida la muerte. Posiblemente muchas de las recetas caseras para atacar una enfermedad, las escucharon los primeros ticos, durante la colonia o de los indígenas que habitaron en el país y por qué no decirlo de las matronas, primeras innovadoras en la medicina, con su colección de hierbas. Esa mezcla del buen humor y el dolor, ese sabor agridulce de las letras, hacen que nos lleven con gran maestría al pasado, a muchos años atrás.
“El humor es una válvula de escape para todo lo que sea tema tabú, es simplemente una posición ante la vida”, nos dice Wenceslao Fernández y Florez, escritor español.
Yo pregunto: ¿cuál es el pecado de mostrar al lector un vocabulario que se usaba en esa época, entre los círculos campesinos? Además ¿quién puede juzgar y con qué criterio, si una Conchería es chusca, burlesca, grosera, o si es la genialidad de un poeta que describió muy bien a sus coterráneos? ¿Cuál es la burla que hizo mi abuelo, si adquirió una pulpería para estar más cerca del pueblo y comprenderlo mejor? En el mismo rótulo del establecimiento, se notaba la intención de ser chistoso, pues decía: “Se venden escobas y otros comestibles”.
Tuve en mi poder los manuscritos originales donde escribió parte de sus concherías, poesías y epigramas. Me emocionó hasta las lágrimas leer sus escritos llenos de ternura, fino humor y feo decirlo, su pésima ortografía.
Copio un párrafo del prólogo que escribió Rubén Darío en la primera edición del libro Concherías, en él se menciona la similitud del gaucho con nuestro concho.
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“Leed los romances campesinos o criollos. Decidme si en lo que comprendéis de esa relación y de sus diálogos, algo baturro, gallego o andaluz, no percibís la taimadez y la picardía gauchesca que el desaparecido Álvarez y otros han hecho perdurar aún después de la casi desaparición del gaucho”.
Nosotros no podemos olvidar tampoco, el comportamiento de nuestro concho, que casualmente es pícaro y taimado como Tío Conejo. Sabemos de la rapidez del tico, con esa genialidad que lo caracteriza, que desarrolla en dos minutos un chiste, satírico o burlesco. Esa es nuestra idiosincrasia, ese es nuestro folklor.
Más de una vez abuelo acompañó a su suegro, el médico Juan J. Flores, a visitar a un enfermo. Ahí escuchó los remedios que le daban al moribundo y las plasmó en sus Concherías como El curandero.
Sobre Mercando leña, se cuenta “que es el diálogo vivo, fotografiado desde un rincón, tras una puerta donde estuvo escondido, mientras hablaban vendedor y compradora”.
En otra ocasión en que murió un niño, ahijado suyo, pasó la noche velando al pequeño y la escena que se desarrolló en esa casa, fue su primera conchería con el nombre de La vela de un angelito.
En La visita del compadre, es la copia de lo que sucedió cuando llegó el compadre de visita, con toda su parentela y abuelo, que siempre estaba sin plata, se vio envuelto en una complicada situación para atenderlos.
Cuando nació su tercera hija Isabel, a mi abuela se le secó la leche para darle de mamar, entonces abuelo puso un rótulo donde se ofrecía empleo a una nodriza. Llegó una, muy bien dotada y le comunicó sus pretensiones de trabajo:
“Al desayuno me daría tortilla con queso, un huevo o dos, con gallo pinto y café con leche. A media mañana, un refresco con galletas. Al almuerzo, por favor, un buen pedazo de carne, con arroz y frijoles, verduras y plátano maduro. A las tres de la tarde necesito tomar café con alguna rosquilla, porque sabe, si no tomo cafecito me da dolor de cabeza. Y a las seis no me puede faltar una sopita caliente, con verduras y un pedacillo de carne, ojalá me dé postre, porque me hace falta el dulce”.
Mi abuelo se quedó un ratito en silencio y el final le dijo: “Mire señora ¿qué le parece si le doy mi sueldo y mamamos todos?”.
Se acercaba la última navidad que abuelo Aquileo iba a pasar con sus hijos. Estaba muy enfermo, ahora sabemos que tenía cáncer en el hígado.
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Mi papá, Gonzalo Echeverría Flores, tenía 5 años y tanto él como sus hermanas esperaban que esa noche del 24 de diciembre, el Niñito Dios les trajera un regalito, el enorme problema era que abuelo Aquileo no tenía ni un cinco para comprarles algo. En su brillante cerebro inventó un plan que resultó maravilloso.
Como a las 7 p. m., se puso a gritar: ¡”Niños, atrápenlo que se va! ¡Corran, está por el jardín! ¡Anda volando por aquí! Yo logré atraparlo un momento pero luego se me fue… Y ¿qué pasó papá? Pues que logré agarrar de un ala al Niñito Dios y le arranqué tres plumas, una para cada uno de ustedes”. Y les entregó una pluma blanca de gallina que había desplumado el día anterior. Los niños se emocionaron tanto, que contaban ya adultos, que esa pluma era como mágica pues les curaba cualquier dolor.
Antes de irse a París donde iría a curar su salud, pagado el viaje por el gobierno, les dio una bolsa llena de cincos a sus hijos y les dijo:
“Aquí les dejo esta bolsa llena de moneditas, cada día se compran un confite y cuando se les terminen, ya yo estoy cerca de regresar”. Pero no regresó nunca. Por causa del clima tan frío en París, lo trasladaron a Barcelona, donde murió el 11 de marzo de 1909.
Les cuento todo esto, para que vean el carácter jovial de abuelo Aquileo y que en ningún momento se quiso burlar del pueblo.
Esa crítica la siento muy cerca de la “cultura de la cancelación” que se está usando para cancelar, libros, películas, personas y tergiversar la historia universal.
¿De qué se trata? Según Google: la llamada cultura de la cancelación “es un concepto que consiste en retirar el apoyo o “cancelar” a una persona que hizo o dijo algo ofensivo o cuestionable. Es un tipo de bullying grupal ya que son muchas personas que se ponen de acuerdo para atacar o descalificar los puntos de vista de otra persona o de alguna empresa. Esto se ha vuelto aún más popular al delatar actitudes racistas, homofóbicas y machistas. Es un movimiento tan grande que muchas personas han perdido sus trabajos por ser canceladas, sin la posibilidad de enmendar o arreglar sus acciones, quedando para siempre encerradas en un charco de odio público”.
Por ejemplo a nivel internacional cancelaron la película Lo que el viento se llevó, por reflejar prejuicios técnicos y raciales; al libro Moby Dick, de Herman Melville, por la matanza de las ballenas; cancelaron la película de Walt Disney, Dumbo, por los cuervos negros y por el bulliyng que demuestra. Las uvas de la ira, de John Steinbeck ha sido inhabilitadas a los escolares porque contiene injurias o malas palabras. A lo mejor ahorita “cancelan” el libro de Carmen Lyra, Los cuentos de mi tía Panchita, por escribir “Tío Coyote culo quemao”.
Abuelo Aquileo pinta con palabras, que hacen sonreír muchas veces, el escenario típico de la época que vivió
Por todas estas explicaciones dadas anteriormente, sacamos en claro, que las objeciones que se le hacen a las Concherías son infundadas, a no ser que quieran anular el humor de los textos de los poetas y perder el valor histórico de nuestra lengua.