Comenta Italo Calvino, en el prólogo a una compilación de sus ensayos sobre literatura titulada ¿Por qué leer los clásicos?, que un clásico es un texto “que nunca termina de decir lo que tiene que decir”. Los clásicos son aquellos textos que se heredan de una generación a otra y ofrecen siempre, de manera excepcionalmente generosa, nuevos significados. Así, como afirma Calvino en otro párrafo de su prólogo, “toda lectura de un clásico es en realidad una relectura.”
¿Cómo se relaciona la Medea mítica con la cinematográfica que ha imaginado la guionista y directora Alexandra Latishev? ¿De qué manera se vincula un relato griego de dos mil quinientos años de antigüedad con el presente costarricense? ¿Qué nos revelan las Medeas predecesoras sobre nuestra Medea de los ocultamientos?
De acuerdo con la mitología griega, Medea fue princesa de la Cólquide, aprendiz de hechicera y encantadora de serpientes. Se enamoró de Jasón y huyó con él a Corintio. Allí se instaló hasta que Jasón la rechazó para casarse con Glauce, hija del rey. Entonces, mediante una corona encantada, Medea asesinó a Glauce y a quienes la rodeaban. Después, como una forma de venganza contra Jasón, acabó con la vida de sus hijos.
Este último pasaje del mito ha convertido a Medea en la definición de la madre infanticida y ha hecho que las representaciones y relecturas en torno del personaje hayan atravesado las culturas y los siglos. En consecuencia, Medea es un antimodelo que violenta las expectativas occidentales sobre el papel social que debe ocupar la mujer. Un oxímoron. “La madre no madre”. “La peor de todas”.
Un pequeño ajuste y una larga tradición
El primer texto célebre que se conserva sobre Medea data del año 431 antes de Cristo y fue escrito por Eurípides en forma de tragedia. De acuerdo con algunos mitologistas, como Robert Graves y Pierre Grimal, el infanticidio imputado históricamente a Medea fue cometido en realidad por los corintios, quienes, dolidos por el asesinato del rey Creonte y de su hija Glauce, cobraron venganza y sobornaron a Eurípides para que sumara a los crímenes cometidos las muertes de los niños.
Ese pequeño ajuste de cuentas ha dejado tras de sí una larga tradición de Medeas perversas y vengativas.
En la tragedia que publicó hacia el año 50 de nuestra era, el romano Séneca afianzó el carácter malvado de Medea al hacerla desear haber tenido 14 hijos para extender así su estela mortuoria. La ópera de Luigi Cherubini (1797) dedicada a Medea, así como las célebres versiones teatrales escritas por los franceses Pierre Corneille (1635) y Jean Anouil (1946); por el austriaco Franz Grillparzer (1821) y el alemán Hans Henny Jahnn (1925), concentran igualmente sus acciones alrededor del apócrifo infanticidio.
Otro tanto ocurre incluso con las versiones más contemporáneas y audaces del texto, desde la Medeamaterial de Heiner Müller (1982), hasta la Mama Medea del belga Tom Lanoye (2001), así como con los textos teatrales latinoamericanos, entre los que pueden destacarse la Medea en el espejo, de José Triana (Cuba, 1960), la Medea americana, de Jesús Sotelo Inclán (México, 1957), El castillo interior de Medea Camuñas, de Pedro Santaliz (Puerto Rico, 1984), la Medea de Moquegua, de Luis María Salvaneschi (Argentina, 1992) y la Medea mapuche, de Juan Radrigán (Chile, 2000).
Esta acumulación de nombres y fechas, este largo listado que sin embargo no es exhaustivo, permite comprobar la fascinación que desde siempre ha despertado el mito de la madre infanticida.
Por otra parte, es evidente que Medea ha sido una mujer representada históricamente desde una visión masculina, lo que constituye una suerte de paradoja que no comenzará a cambiar sino a partir de la segunda mitad del siglo XX, gracias a algunos textos como la novela Medea 55, escrita por la española Elena Soriano (1955), Medea, voces, de la escritora alemana Christa Wolf (1998), y la Medea cinematográfica que dirige y escribe la costarricense Alexandra Latishev.
Releer y reescribir
Elena Soriano, Christa Wolf y Alexandra Latishev pertenecen al selecto y reducido grupo de mujeres que durante las últimas décadas se ha dedicado a releer y a reescribir la historia de Medea. Lo han hecho desde la perspectiva y el cuerpo femeninos; es decir, desde la otredad.
¿Qué otra cosa es la historia de Medea, una mujer, hechicera, extranjera y supuesta asesina de sus hijos, sino una larga historia de la otredad?
Por otra parte, la reescritura de un texto supone siempre caminos diversos. En ese sentido, la película que dirige Alexandra Latishev ofrece nuevos significados al mito de Medea, pero no desde la estrategia de la adaptación sino más bien desde la invocación.
A través de su filme, Latishev invoca a Medea como quien interroga a una amiga o a un pariente lejano. Y tratándose del tema de la maternidad interrumpida, es difícil imaginar a una mejor interlocutora que la mujer que padeció hace miles de años un proceso de criminalización similar al que viven hoy miles de mujeres.
En Costa Rica, a pesar de la dificultad para conseguir datos precisos, se estima que más de 25.000 mujeres se enfrentan anualmente a una perversa realidad que contempla el aborto terapéutico en su legislación y que en la práctica cotidiana lo acerca al límite de lo imposible. En "el país más feliz del mundo", el aborto es una realidad negada, oculta y criminalizada por obra y gracia de un Estado confesional –el único de América Latina– que insiste en ubicar a la mujer en el lugar de la desolación.
Esto nos revela Medea. De esto habla, a pesar de su silencio y de su alejamiento de cualquier postura panfletaria. Habla, justamente, sobre la profunda necesidad de hablar y de dejar atrás uno de nuestros grandes tabúes.
Lo hace desde el cuerpo y desde la frustración de su protagonista; desde la dolorosa experiencia de una forma de otredad que apenas percibimos como tal; desde un enojo ancestral que primero se convierte en rabia y después en una forma sutil del pensamiento.
Sospecho que Medea está en camino de convertirse en un clásico de nuestro cine. Por lo mucho que sugiere sobre aquello de lo que no se habla. Porque representa una instantánea del estado de las cosas en nuestra pequeña y conservadora Costa Rica. Por su aporte a un debate que todavía está por ocurrir.
Ficha técnica del filme
Año: 2017
Nacionalidad: Costa Rica, Chile, Argentina
Dirección y guion: Alexandra Latishev
Producción: La Linterna Films, Temporal Film, Grita Medios, Cyan Prods
Fotografía: Álvaro Torres, Oscar Medina
Dirección de arte: Carolina Lett
Sonido: Christian Crosgrove
Montaje: Soledad Salfate, Alexandra Latishev
Elenco: Liliana Biamonte, Javier Montenegro, Eric Calderón, Marianella Protti y Arnoldo Ramos