Un vado es el punto de un río con un fondo firme, ligeramente llano y poco profundo, que permite por eso pasar su cauce, ya sea andando, cabalgando o en algún vehículo. Con toda seguridad, los nuestros formaron parte del sistema prehispánico de vías de comunicación que atravesó la actual Costa Rica.
Durante la época colonial, tales vados permitían pasar de un lado a otro los numerosos ríos del Valle Central Occidental –o Valle del Virilla– por lo que recibieron el nombre de pasos. Claro que, en terreno montañoso como este, para alcanzar tales pasos era usual enfrentar la pendiente que solía precederlos.
Reminiscencia de aquellos tiempos, quedan en la ciudad sitios tales como el del paso Ancho (que permitía cruzar el río Tiribí en las cercanías del vecindario de San Sebastián), o el del paso de la Boca (que al cruzar el río Torres desde el noroeste daba acceso a la Boca del Monte, y luego llamado Paso de la Vaca).
Otros, por el contrario, vieron sus nombres subsumirse en el del puente que vino a sustituirlos; como fue el caso del paso de las Mulas (Puente Mulas, que cruzaba el río Virilla al sur de San Antonio de Belén), o el del paso de los Anonos (Puente de Los Anonos, que aún cruza el río Tiribí al oeste de San José).
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Un paso con historia
Este último tiene por ello una larga historia que se remonta, cuando menos, al último cuarto del siglo XVI. Fue entonces, como parte de la consolidación del proceso de conquista del Valle Central, que se crearon en su sección occidental cuatro reducciones o pueblos de indios.
Como es sabido, los indígenas que habitaban esta parte del país lo hacían de manera dispersa, en pequeñas agrupaciones de carácter clánico que vivían cerca de los ríos, alojados en dos o tres ranchos multifamiliares sin formar poblados propiamente dichos. Por esa razón, para lograr su efectivo sometimiento se obligó a esos nativos a vivir en dichos pueblos.
Creados entre 1570 y 1575, estos fueron San Luis de Tolosa de Aserrí al sur, San Bartolomé Apóstol de Barva al norte, San Antonio de Padua de Curridabat al este, y Nuestra Señora de la Asunción de Pacaca al oeste; todos ubicados en puntos estratégicos del Valle del Virilla.
En 1604, el pueblo de Pacaca se trasladó de las inmediaciones de Tabarcia, a las de Ciudad Colón (Pacaca Nueva); cambio que coincidió con la consolidación de aquellos pueblos. Entre ellos aparecieron entonces rudimentarias vías de comunicación que atravesaban el valle de norte a sur (Barva-Aserrí) y de este a oeste (Curridabat-Pacaca).
Ese camino hacia el oeste vino a unir a la incipiente capital de Cartago con el océano Pacífico sin pasar por las montañas del sur, pero tenía como principal obstáculo antes de llegar a Pacaca, atravesar el cauce del río Tiribí.
Como señalara Luis Felipe González Flores, ese río ya se nombra como tal en 1661; y su nombre provendría de un indígena tributario del cacique Accerri. El Paso de los Anonos, que permite cruzarlo en dicho camino, se menciona en un documento de 1691 (Origen y desarrollo de las poblaciones de Heredia, San José y Alajuela durante el régimen colonial).
Tal paso habría estado unos 200 metros al sur de donde estuvo el viejo puente del Bajo de los Anonos, y su nombre derivaría de la abundancia de árboles de alguna variedad de esa fruta en sus márgenes. Por eso también, aunque erróneamente, esa sección del Tiribí ha sido conocida como río Los Anonos.
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De paso a puente
Históricamente, fue en gran medida la dificultad de pasarlo en invierno, lo que determinó la aparición de la villa española de Escazú, en el valle del mismo nombre, a finales del siglo XVIII. Luego, también sirvió el paso como punto de referencia para delimitar el territorio josefino del escazuceño.
Hay noticia de un puente en el lugar –con toda seguridad, de madera– desde antes de la Independencia. Sin embargo, obligado paso en la ruta hacia la costa pacífica como fue durante mucho tiempo, tras la construcción del camino carretero a Puntarenas, en la década de 1840, perdió relevancia en ese sentido.
Así, cuando se dotó de puentes de piedra aquella vía por la que salía el grano de oro rumbo a Europa, no se consideró necesario construir uno en Los Anonos, quizá por no ser el oeste josefino como región, gran productora de café.
Sin embargo, para 1892 el estado del puente existente era tan malo, que el gobernador de San José, Joaquín Aguilar Guzmán, inició las gestiones para la construcción de un nuevo viaducto. Para ello solicitó la colaboración de los municipios de Escazú, Pacaca y Puriscal; que colaboraron gustosos con tres mil pesos cada uno.
No obstante, cuando se planteó hacer el puente en madera, reclamaron los vecinos que con el monto proveído por ellos más la suma correspondiente a San José, se podría construir “un puente formal y estable, ya de cal y canto y de hierro”. Así se hizo, y para 1894 –aunque con algunos problemas– se contaba con un viaducto metálico con plataforma de madera en Los Anonos.
Durante un par de décadas más, el camino entre San José y su región oeste siguió siendo barrealoso en época de lluvia y polvoriento en la seca; pedregoso y accidentado, en especial por las cuestas a uno y otro lado del paso. Como si fuera poco, ocasionalmente los transeúntes eran víctimas de asaltantes enmascarados en el sector conocido como La Turbina.
Además, con la llegada cada vez más frecuente de autos particulares y camiones, en la década de 1920 el puente empezó a considerarse angosto y hasta peligroso para el nuevo tipo de tráfico. Aparte, del lado escazuceño había una incómoda vuelta de casi 45 grados, conocida como El Codo del Diablo.
Varios fueron entonces los arreglos realizados tanto al puente como a las cuestas que lo precedían; los más importantes realizados por la Dirección de Caminos y Puentes en el marco del arreglo a la carretera de San José a Santa Ana. Con todo, lo que quedó claro fue que en el sector de Los Anonos se imponía un nuevo trazado y una nueva estructura.
El nuevo puente
En mayo de 1928, asumió por segunda vez la Presidencia de la República el licenciado Cleto González Víquez. Como la primera, su segunda administración sería muy activa en materia de obras públicas; se construiría, modernizaría y recibiría mantenimiento todo tipo de infraestructura.
Interesados en pujar por los contratos de aquellas obras, llegaron a San José los representantes de varias firmas internacionales, entre ellas, la alemana Wayss & Freytag y las estadounidenses Compañía Constructora Latino Americana y Simmons Construction Corporation.
La primera se adjudicó las obras de pavimentación de la ciudad capital, mientras que, en octubre de 1928, la última lo hizo con la construcción de las principales carreteras; entre ellas la que conectaría la capital con Puriscal. En esta, una de las primeras labores fue la del nuevo cruce sobre el río Tiribí. Como lo señaló el diario El Sol el 2 de abril de 1929:
“Varias cuadrillas de peones están siendo empleadas en la apertura del desvío de la cuesta de Los Anonos, donde son empleados unos ciento cincuenta trabajadores. El desvío comienza al iniciarse las pendientes del [lado] este, tomando hacia la derecha del camino actual. Con ello se evitará el peligro de dicha cuesta que presenta algunas curvas y gradientes muy pronunciadas”.
En julio de aquel año se anunció que, de acuerdo con dicho desvío, se construiría allí un nuevo puente. Ambos lados del desvío estuvieron listos en octubre, al tiempo que se deba a conocer que el puente sería metálico, tal y como se lee en los Informes de las dependencias de Fomento, de 1929:
“El puente de acero para el río Tiribí, que tendrá 106 metros de largo, se ha pedido a los Estados Unidos y debe llegar dentro de dos meses. (…). Este viaducto fabricado [de acero], ha sido calculado para el paso de carros de 13 toneladas o uno de 15 toneladas.
“Está dividido en tres secciones, dos laterales de 28 metros cada una y la central de 50 metros. Tiene un ancho de 17 pies, 6 pulgadas [5.23 m] entre los pasamanos laterales; el piso será de hormigón de cemento de 6 pulgadas [15 cm] sobre las vigas y dos pulgadas [5 cm] de hormigón asfáltico”.
El viaducto prefabricado llegó al país a principios de diciembre. Aunque en diversas ocasiones se anunció el inició de su montaje, este arrancó el 24 de julio de 1930. La obra, de 106 metros de largo, 56 metros de alto, 182 toneladas de peso y un costo de ¢170.000, fue realizada en 78 días por la Compañía Constructora Latino Americana, con el ingeniero inglés Eric C. Murray (1888-1952) a cargo.
El 11 de octubre en la mañana, con motivo de colocarse la última pieza de la gran estructura, se realizó un acto al que asistió el presidente González Víquez, su secretario de Fomento, don León Cortés, así como otros altos funcionarios gubernamentales que compartieron con los de la compañía constructora.
Pronto empezó la chorrea de la losa de concreto y poco después su asfaltado. La obra completa quedó abierta al servicio público el 27 de diciembre de 1930, al inaugurarla el presidente de la República en compañía de prominentes vecinos de Escazú y Santa Ana, encabezados por el general Jorge Volio.
Ahora podían evitarse las pronunciadas y peligrosas pendientes que durante siglos caracterizaron el paso del río Tiribí; ahora quedaba más franco el camino desde el enorme granero capitalino que fue siempre la región al oeste de San José, con cantones caracterizados por su rica y variada producción agrícola.
Temporalmente, además, coincidió la apertura con el traslado de las operaciones bananeras de la United Fruit Company desde el Caribe hacia el Pacífico central costarricense, concretamente al enclave de Quepos. Con ello, volvió a pasar por el sector de Los Anonos una vía nacional hacia el Pacífico.
Así fue hasta mediados de la década de 1970, cuando se inició la construcción de la carretera al puerto de Caldera y del nuevo puente de cuatro carriles ubicado un poco más hacia norte; y el puente de Los Anonos perdió el protagonismo que lo había convertido en la puerta oeste de la ciudad capital.