En Fabián Dobles trasuda un realismo muy costarricense y sus cuentos representan, de alguna forma, el ser costarricense de gran parte del siglo XX.
Solo la interrelación de Dobles con ese ser costarricense le permite hacer de cada relato una contextualización que bien podría responder a una descripción de ese hombre o mujer que deambulan, no solamente por las letras de sus relatos, sino también por cualquier calle, o vereda de nuestra tierra. Dobles “grafica” ese ser, no lo copia, pero sí lo describe.
En un cuento como El puente, por ejemplo, nos encontramos muestra un entorno tan vívido, tan cercano a ese ser tan entrañable, que, de inmediato, nos ponemos en relación con ese mundo; es una especie de pintura, a la cual cada uno de los detalles le agregan aspectos que dan cuenta del espacio en el cual se desarrollan los personajes. El narrador detalla la lucha que representa, a partir de la muerte y los sacrificios, levantar un puente que permita cruzar de lado a lado el río Toro Amarillo. Es el enfrentamiento simbólico del hombre contra la naturaleza y la persistencia de una lucha.
El progreso (el puente) evidencia la batalla de los personajes humildes de la cuentística de Fabián Dobles contra el medio, pero también la necesidad de vivir y existir sin dejarse derrotar.
En este cuento en particular se enmarca la historia del héroe, del luchador Paco Godínez, artífice e inspiración para los suyos.
La vida cotidiana y los personajes
Por otra parte, cabe destacar el lenguaje popular que campea sus relatos, lo cual nos permite “respirar” el aire campesino. Tata Mundo, al relatar la historia de Mamita Maura, nos permite vivir con él el recuerdo de la matrona que sostiene la evolución de su familia a lo largo de la historia y sentimos la hegemonía de esta mujer a lo largo de los abundantes pormenores que el narrador va relatando.
Las costumbres se cuelan en sus textos y nos presentan la Costa Rica de principios y mediados del siglo XX: el fuerte apego a lo religioso, las comidas, las actividades que constituyen el devenir de los núcleos familiares de ese momento.
Y Mamita Maura dibuja tal acontecer de manera jocosa y vivida. Gracias a los recuerdos de niñez de Tata Mundo sabemos que Mamita Maura prepara a sus hijos para la muerte inevitable que la espera un lunes a mediodía y que termina por desencadenar una fiesta. El velorio y el novenario se efectúan cumplidamente, a pesar de que la matrona no muere, sino que vive 15 años más.
Sus relatos fácilmente capturan la atención de todo lector, a causa de la dinámica de la narración, y a ese sabor tan auténtico del ser costarricense que se desprende de cada cuento (con la fisga y la malicia, con la añoranza de quien recuerda lo ido con sus sinsabores y alegrías). Esa referencia a ese ser costarricense que, en algunos de sus relatos, nos recuerda al que plantea Aquileo J. Echeverría en sus Concherías.
La capacidad de Dobles para enhebrar una historia, a veces con sorna, a veces con admiración, queda patente en Matatigres. Se trata de un hombre a quien persigue la ley debido a un asesinato; tiempo después, en un giro de la historia, él guía la búsqueda del asesino sin que nadie sepa que llevan al lado al culpable. De alguna manera, se ríe de la justicia e ironiza sobre esto.
Dobles ciertamente alcanza a construir escenas e historias que parecen sacadas de la realidad y convertidas en relatos, con la naturalidad propia que el texto sí logra transmitir. Esta es quizás una de las aportaciones fundamentales de la cuentística escrita por él.
Su imaginación da a luz relatos sorprendentes, como El trueque. En esa historia, un hombre gemelo, a diferencia del otro –un tipo reposado, sereno y tranquilo–, vive la vida sin responsabilidad alguna, comete un asesinato y huye; recibe la ayuda de su hermano, quien se enferma y muere, por lo cual Remigio asume su identidad, previamente autorizado por Gabriel, para escapar de la justicia y tener una nueva vida. En la maestría de este relato, pensamos en el tema del doble, de la conciencia, al estilo de William Wilson, de Edgar Allan Poe, entre otros textos magistrales de la literatura universal. Acaso el hermano no devenga en un Hyde reposado que termina por convertirse en Jekyll.
Ciertamente, sus cuentos nos hacen reír, pero también nos mueven a la reflexión. Esto queda claro en La viga. La dura vida de Casimiro, hombre de campo, rudo y batallador, lo sume en una profunda depresión; después de la muerte del padre, incapaz de lidiar con el peso de una familia que lo agobia, decide colgarse de la viga que su padre le recomendó para cuando él decidiera acabar con sus días. Al tratar de ahorcarse, la viga se rompe y cae una lluvia de monedas de oro: una lección que su padre había preparado y una salvación no prevista.
Variedad temática
El campo, los coligalleros, los problemas de pareja, la muerte, la virilidad, el trabajo duro, los miedos, las supersticiones, las rencillas personales, la dignidad del negro (como en El jaspe) y más cruzan los relatos y construyen la gran riqueza de temas de esta cuentística. Junto a tal heterogeneidad temática se desliza el lenguaje popular, cargado de dichos, refranes, regionalismos y frases populares.
Las descripciones que plantea Dobles en cada uno relato nos ubica en cada lugar, al lado de los personajes y compartiendo con ellos sus momentos dulces y fatídicos. Lograrlo con la maestría con que lo hace Dobles es ya un logro fundamental.
A los personajes les corresponde construir su vida en constante lucha contra el medio, pero siempre aflora la sonrisa y la astucia del campesino, el agricultor, el trabajador (hombre o mujer). Son aquellos a quienes nadie o muy pocos quieren, pero que resultan agradables para el lector; tal es el caso del Manco, en el cuento La rescoldera.
Construye seres entrañables y llenos de dignidad, aun en medio de la más trágica de las situaciones. Son seres con todas sus contradicciones: ni totalmente buenos, ni totalmente malos; simplemente son, como cualquier otro, y eso es muy significativo.
Los detalles y el uso de figuras literarias para bosquejar los rasgos y las acciones de sus personajes capturan al lector: “Cuando, en un viaje al puerto de Limón, conocí a Sam Jackson, negro reidor y simpático como pocos, hercúleo cuarentón de nariz chata y labios esponjados como una sandía cortada por la mitad, Sam hablaba mucho de su finca, de sus cacaotalitos y de los tepezcuintles que, al decir de él, abundaban por allá, en el valle caluroso donde el Reventazón se hinchaba y se multiplicaba en muchos brazos a través de las tierras bajas y las llanicies donde pocos años atrás la Compañía Bananera había explotado sus plantaciones y ahora él tenía un pedazo cultivado, su casa y su familia” (Dobles 1996:27).
Cabe pensar en uno de los cuentos de Dobles, El dependiente, en el cual hallamos su posición ideológica -la izquierda– y abordar con ironía la doble moral, la hipocresía de la sociedad costarricense. Un trabajador le pone Lumumba a su niña, lo cual es interpretado como una manifestación comunista y es despedido inmediatamente.
Con su pluma, ideas inverosímiles se vuelven textos soberbios. En El targuá, los hermanos se reencuentran, 40 años después, para olvidar rencores en torno a la corta del targuá, defendido por uno, odiado por el otro, que les dejó heridas a ambos en el pasado.
Anclados en el alma nacional de una época, los cuentos de Fabián Dobles nos resultan, en pleno siglo XXI, entrañables, nostálgicos, dolorosos, pero, al mismo tiempo, necesarios y cargados de una fuerza como pocos logran transmitir. Es la grandeza del escritor que trasciende el tiempo gracias a su producción narrativa y que hoy nos permite, gracias a la relectura de su obra, rememorar un periodo vital en nuestra historia.