Los toros que esculpe y pinta Isidro Con Wong tienen origen asiático como él. Como él, están aclimatados al pacífico puntarenense y comen mangos como los que también pinta él. No tienen el cuerpo tan esbelto como los de lidia, son más bien corpulentos y pesados. Parecen mansos pero no lo son y menos los que lucen argollas en sus largas orejas. Esos, los de aretes, son los que han peleado con el jaguar para defender a las vacas y terneros de su manada. Las argollas son un homenaje del artista a su espíritu bravío.
¡Toros! Pareciera que los toros tienen tomado el refugio donde pinta y esculpe a sus 90 años el artista.
A la entrada del taller aparece una manada completa oteando el horizonte, más allá un toro sin verdadera pinta de cebú exhibe unos cuernos largos, larguísimos, mientras otro se asoma desde lo alto de una repisa. Hay muchos en exhibición. Todos esculpidos en bronce.
Sobre una mesa hay dos astados hermosos que acaban de llegar desde las fundiciones mexicanas y esperan nada más que el artista les ponga su famosa y valiosa firma… Después costarán miles de dólares.
Para Isidro Con Wong, uno de los artistas costarricenses de mayor renombre y cuyas obras están en museos y galerías de todo el mundo, esos toros recién llegados de México no son para nada indiferentes. Antes de rubricarlos, los acaricia y sostiene con cariño como haría un padre con los hijos que vienen llegando a casa después de largo un viaje. Detrás de la careta que nos recuerda la espantosa pandemia, brillan los ojillos del artista cuando empuña el cincel eléctrico para bautizarlos. Ahora son toros con el sello Con Wong; después podrán estar en alguna de las galerías más reconocidas del planeta donde se valora a este artista porteño y universal.
Con Wong atrapa el color iridiscente de las noches de luna llena, los chorros de luz que caen en puntitos sobre los potreros, o el brillo de las briznas de yerba en el hocico de un toro que tiene color de mango maduro. Él hace lo que quiere con el color. Sin dificultad pone en el cuadro polvo de estrellas y juguetea con el espectador obligándolo a buscar el toro -a veces diminuto pero siempre presente- en sus pinturas.
Hay más que toros. El taller está lleno de simbolismos. Hay, por ejemplo, un grupo de esculturas con temas porteños que reposan sobre viejas máquinas de coser. Una de ellas muestra esos árboles del manglar con raíces expuestas que se hunden en el barro. ¿Máquinas de coser? Otro homenaje; esta vez para la madre del artista que fue costurera.
Han dicho que el arte de Isidro Con Wong tiene ese realismo mágico que hizo inmortal a Gabriel García Márquez. Y llevan razón. De la misma forma que en Cien años de soledad el cura Nicanor levita como si tal cosa pero después de tomarse una tacita de chocolate, o Remedios la Bella se va al cielo mientras tiende sábanas blancas en el patio, los toros de Con Wong pueden estar suspendidos en el aire a metros del suelo, o salir de la boca de un pez enorme o caminar pesados en fila india sobre las ramas quebradizas de un árbol.
Cuarenta años después
Visito el taller de Isidro Con Wong una mañana calurosa porque ha accedido a ser “la imagen” de una subasta de arte que se realizará en 12 de junio próximo a beneficio de la Fundación Partir con Dignidad, organización que apoya a las personas adultas mayores que están en la antesala de su viaje a la eternidad en condiciones de pobreza y pobreza extrema.
Converso con él por segunda vez. Lo entrevisté hará unos 40 años para la cadena nacional de radio de los domingos producida por el Ministerio de Cultura y que estaba a cargo de la gran escritora Mía Gallegos.
Los pinceles siguen siendo los compañeros de Isidro Con Wong, pero ahora descubro más al ser humano, a ese que se muere de la risa al hablar de lo que disfruta un churchil king size repleto de calorías en su amado Puerto, o de lo que sufre y goza durante un partido de futbol si juega Puntarenas.
Esta vez lo disfruté más, quizá porque hoy tengo menos prisa y más tiempo para observar detalles y comprobar que Con Wong es un ejemplo de antología de envejecimiento exitoso y de solidaridad y compasión con otras personas que como él acumulan muchos años de juventud y experiencia.