En 1978, Mabel Morvillo llegó a Costa Rica procedente de Argentina. A partir de entonces, su presencia fue decisiva y generadora de cambios en el mundo de la literatura infantil y de la edición.
Se desempeñó, durante los primeros años de la década de los años 80, como promotora y directora de la recién creada colección de libros dedicados a la niñez de la Editorial Costa Rica. Mucho tiempo después también formaría parte del consejo directivo de esa institución. Junto a otros autores, fundó el Instituto de Literatura Infantil y Juvenil (ILIJ) y, entre 1986 y 1990, fue directora general de Cultura del Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes.
Durante más de una década dirigió el Grupo Editorial Norma en nuestro país y dio a conocer obras de autores como Isaac Felipe Azofeifa, Joaquín Gutiérrez, Carlos Luis Sáenz, Tatiana Lobo, Lara Ríos y Fernando Contreras. En los últimos tiempos, se ha desempeñado como docente en la Universidad Veritas.
Sin embargo, existe otra Mabel, la autora que ha dedicado la totalidad de su obra a las jóvenes generaciones. Y en sus escritos vislumbramos el constante encuentro con la poesía y el respeto a la inteligencia de los más pequeños. En 1978, la Compañía Ricardo Aldemar, de Buenos Aires, estrenó su obra Miloco y Escarpín. En ese mismo año, la Compañía Nacional de Teatro puso en escena La titiritera del arco iris. En 1985, el Teatro del Ángel llevó a la tablas Había una vez un bosque y, en 1986, el Teatro Universitario montó Ana en el círculo maravilloso.
Entre sus libros de narrativa se encuentran Cuentos con dos cielos y un sol (1981), El largo viaje de la carreta (1983), Los habitantes de la brisa (1985) y Viento de fuego (1986). En el 2018 publicó el cuento De las puertas del aire, en el libro Huracán Otto, la noche que duró muchos días. En su obra poética está El arco iris de Ana (en coautoría con Nidia Bacas, 1979), La rayuela en el agua (1984), Un tobogán en una burbuja (1995) y Las horas de la alegría (2007).
Infancia
En una entrevista, en octubre del 2016, me contó que su madre había nacido en Argentina, hija de migrantes italianos. Su padre, con apenas 14 años, llegó también procedente de Italia, a ese país de Suramérica, sin saber español.
En su casa había una biblioteca heredada de sus tíos. Expresó que se trataba de “libros que para mí eran inalcanzables aunque yo no tenía una sed de lectura impresionante; por eso, yo leía cuanta cosa cayera en mis manos aunque no entendiera. Recuerdo particularmente que allí había una edición de Caperucita roja, con unas ilustraciones cuyo lobo feroz todavía me desvela por las noches. Había una versión de Pinocho, por ejemplo, la clásica, la original, sin variaciones”.
Además, agregó: “Con Pinocho adquirí cierto recelo con las obras que tratan de decirnos que hay que ser bueno, hay que ser ciertas cosas y esas historias que tienen cierto trasfondo moral de «sean buenos porque es como corresponde». Te lo digo porque era la manera en que nos presentaban a los próceres. Sarmiento era maravilloso, al margen de cualquier acción política, porque no faltaba a la escuela y trataba bien a su mamá, y el otro era bueno porque era un buen papá. Se me fue creando una especie de recelo porque no son modelos que le sirven a una persona. Cada persona tiene que construir su propio mundo en ese sentido.”
Congruente con esa posición, los libros de Morvillo permiten al lector obtener sus conclusiones con una voz activa y crítica. Por ejemplo, en el cuento El país de los pájaros silenciosos, de la obra Los habitantes de la brisa, nos anuncia los problemas ecológicos en un contexto futurista, en el que es necesario usar escafandras para no sucumbir con el aire contaminado. Todo ello está dicho sin ningún afán didáctico, de tal manera que el lector, independientemente de su edad, elabore y ofrezca sus argumentos ante los conflictos que plantea el relato.
La autora cuenta que en su familia no había mayor interés por fomentar hábitos de lectura y escritura. “Yo creo que la fantasía la desarrolla cada uno según sus posibilidades; yo tenía una fantasía desbordante pero no era por la lectura o los relatos. De hecho, debo decirte, que tal vez el amor por la literatura vienen de que, en estas familias migrantes, había muchas veces, como una especie de velo de silencio sobre lo que había quedado atrás. No había internet como ahora. La comunicación con la familia que estaba en otros lugares era lenta y muy poca”.
Y es Mabel un emblema de la migración, pues al igual que sus ancestros, que se vieron forzados a marcharse de Italia a Argentina, ella decide residir y optar por la nacionalidad costarricense. Ese tránsito se observa claramente en el título de su libro Cuentos con dos cielos y un sol, en el que se plasman dos realidades, dos universos culturales y un único astro de luz que ilumina múltiples diversidades.
Sin desmarcarse del lenguaje literario y los infinitos significados que alcanza la metáfora, nos presenta la visión crítica del contexto centroamericano. Tal es el caso del cuento Juanito Bananero, un niño sometido al trabajo infantil, que muere aquejado por la fiebre en algún lugar del Caribe. Un hada negra acude a él y le ofrece consuelo: “Cada banano que recogías con esfuerzo, sin detenerte por el calor, o la lluvia, o el cansancio, o el hambre, lo hemos llevado a mi país. Y ahora es una estrella”.
Los libros salvan vidas
Confiesa Mabel que se formó como lectora, en su niñez y juventud, con revistas de historietas que se producían en Argentina, Chile o México. Y la biblioteca cercana a su casa se convirtió en un refugio, principalmente mientras se desarrollaban convulsos hechos políticos como los golpes de estado o las dictaduras militares que se presentaron en su país en el pasado.
Nos dice: “Yo digo que la literatura, que los libros, que las historias me salvaron la vida, que yo les debo la vida, de alguna manera en un contexto árido, de pronto sentarse a leer, no había mucho que hacer, era una evasión”. Por eso la escritora llega a esta pequeña república centroamericana, pues como lo expresa Pompiluz, personaje de la obra La titiritera del arco iris, de su tierra natal: “El país se volvió oscuro y silencioso. Sus habitantes fueron encerrados en prisiones para que ya nadie pudiera hablar, ni jugar y mucho menos, reír”.
Y desde entonces canta aquí igual que el personaje de esa pieza teatral: “Soy la titiritera / del arco iris… / Vengo andando los mares / y los caminos, / con mi teatrillo a cuestas / y mis amigos. / Tengo las bolsas llenas / de sorpresas y cuentos, / bien escondidos, / y en la maleta traigo / montones de muñecos / que jamás sienten frío”.
*El autor es profesor de literatura infantil en la UCR y la UNA. Es miembro de la Academia Costarricense de la Lengua.