En diciembre del 2023, el peruano Mario Vargas Llosa puso fin a su carrera como columnista en las páginas de opinión.
A este retiro periodístico se suma además la declaración expuesta al final de Le dedico mi silencio (2023), donde comunica a sus lectores de todo el mundo que esa fue la última novela que escribió y que solo tiene pendiente un ensayo sobre el filósofo francés Jean Paul Sartre.
Le dedico mi silencio es la historia de Antonio Azpilcueta, hombrecillo esencialmente mediocre que sueña con unir a su país y también a Latinoamérica por medio del vals y otros ritmos de la música peruana. Ya en La tía Julia y el escribidor, en la figura de Pedro Camacho, Vargas Llosa había exorcizado uno de sus fantasmas, el temor de quedarse en el Perú de los años 50 y fracasar como escritor en una sociedad refractaria a la lectura y a las actividades literarias.
En ese sentido, Azpilcueta es un doble de Pedro Camacho; él no escribe radioteatros, sino ese ensayo exhaustivo y mesiánico que sueña acabará para siempre con los conflictos que separan a los peruanos.
La semejanza entre ambos personajes radica en su condición de escritores, en sus delirios de grandeza y en el choque con una realidad que los exalta transitoriamente para luego humillarlos con todo el peso del desprecio, la mala paga, el ridículo y una vida miserable en la que se consume, como el fuego de las fogatas, la vocación literaria que alguna vez sintieron en su juventud.
Esto precisamente es lo que Vargas Llosa quiso evitar cuando se fue a Europa para convertirse en escritor de tiempo completo, para entregarse a la literatura en cuerpo y en alma, tal y como él mismo lo recomendó en Cartas a un joven novelista.
Esa decisión cambió su vida y también la literatura latinoamericana, a la que le agregó novelas extraordinarias y brillantes ensayos sobre escritores y novelas.
El primer Vargas Llosa es simplemente impresionante: a La ciudad y los perros (1963) le siguió La casa verde (1966), y a esta Conversación en la catedral (1969), una de las mejores novelas políticas del continente. Era el tiempo del “boom” y Vargas Llosa mostró, desde entonces, un talento creativo, una disciplina para el trabajo y una cultura literaria que sorprendieron a diestra y siniestra.
Era el tiempo del “boom” y Vargas Llosa mostró, desde entonces, un talento creativo, una disciplina para el trabajo y una cultura literaria que sorprendieron a diestra y siniestra.
Su ensayo sobre Gabriel García Márquez, Historia de un deicidio, es uno de los estudios más brillantes que un escritor latinoamericano haya escrito sobre otro escritor latinoamericano, que además fue su contemporáneo, y también su amigo y después su enemigo.
En Vargas Llosa, a diferencia de lo que ocurre con muchos escritores, se combinan el intelectual y el creador de ficciones, el estudioso de la literatura y el político.
Sus novelas a menudo se ven influenciadas por las actividades políticas y por las reflexiones sobre el poder en las que se ve envuelto al momento de escribirlas, como lo demostró el crítico literario peruano Efraín Kristal en su extraordinario ensayo Tentación de la palabra. Arte y convicción política en las novelas de Mario Vargas Llosa (2018).
Esta riquísima multiplicidad de facetas ha quedado expuesta en sus artículos de opinión, en su extensa obra literaria y en los acontecimientos de su propia vida, en la cual la política siempre ha estado cerca, ya sea como estudiante universitario de izquierdas, defensor de ideales socialistas en los años sesenta o demócrata y liberal convencido en su madurez. Incluso fue candidato presidencial liberal en Perú en los años 90, en unas elecciones que perdió en segunda ronda contra Alberto Fujimori, ese hombre de origen japonés que parece sacado de alguna de sus novelas sobre el poder, la degradación y las ramificaciones del autoritarismo a lo largo y ancho de la sociedad.
Los intereses y las transformaciones de la inquieta vida intelectual de Mario Vargas Llosa se pueden seguir en sus prólogos y conferencias, en sus artículos de opinión, en los tres tomos de Contra viento y marea, en aquellos otros que escribió en el periódico El País desde el 2 de diciembre de 1990, cuando inició labores nada más y nada menos que con un elogio a Margaret Thatcher.
También se puede buscar esta intensa aventura intelectual en sus ensayos sobre liberalismo político, en aquellos que escribió sobre Flaubert, Víctor Hugo, Juan Carlos Onetti, sobre novelas clásicas, en su autobiografía El pez en el agua o en el ya mencionado estudio sobre García Márquez.
La defensa de la libertad, la confrontación con toda forma de autoritarismo, la crítica al fanatismo, la defensa del individuo, la independencia de criterio, las fuentes de la literatura, la ficción y sus elementos constitutivos son algunas de las obsesiones en las reflexiones de este escritor que parecía inagotable y cuya obra seguramente se seguirá leyendo y estudiando por mucho tiempo más.
Una diversidad extraordinaria de temas, de ideas, de libros atrajeron su curiosidad y lo llevaron a escribir en horario de oficinista todas las semanas del año durante muchos años, provocando el malestar de algunos y la admiración de otros.
La defensa de la libertad, la confrontación con toda forma de autoritarismo, la crítica al fanatismo, la defensa del individuo, la independencia de criterio, las fuentes de la literatura, la ficción y sus elementos constitutivos son algunas de las obsesiones en las reflexiones de este escritor que parecía inagotable y cuya obra seguramente se seguirá leyendo y estudiando por mucho tiempo más.
Con frecuencia sus opiniones francas y punzantes irritaron auditorios, hicieron reír a sus seguidores o acongojaron a sus anfitriones. Así le ocurrió a Octavio Paz cuando en los años 90 lo invitó a un intercambio de ideas en México, en el cual Vargas Llosa soltó aquella legendaria sentencia contra el Partido Revolucionario Institucional, al que calificó de dictadura perfecta sin importarle las buenas formas de la diplomacia.
Vargas Llosa no se muerde la lengua ni le teme al debate. Todo lo contrario, lo propicia, a mi juicio enriqueciendo con ello el criterio del público y, también, como efecto colateral, alejando de sus libros a los fanáticos ideológicos de siempre, aquellos que movidos por el resentimiento no pueden reconocer virtudes literarias en un escritor al que consideran su enemigo político.
Vargas Llosa no se muerde la lengua ni le teme al debate. Todo lo contrario, lo propicia, a mi juicio enriqueciendo con ello el criterio del público y, también, como efecto colateral, alejando de sus libros a los fanáticos ideológicos de siempre.
Cuando en el año 2010 la Academia Sueca le otorgó el Premio Nobel de Literatura, de manera escueta argumentó que lo hacía “por su cartografía de las estructuras del poder y sus mordaces imágenes de la resistencia individual, la revuelta y la derrota.”
Al leer estas líneas vienen a la memoria entonces escenas de la violencia entre adolescentes en el Colegio Militar Leoncio Prado en La ciudad y los perros, la recreación de ciertos momentos de la dictadura de Manuel Apolinario Odría en Conversación en la catedral, los excesos y las arbitrariedades de Rafael Leónidas Trujillo en La fiesta del Chivo o el fanatismo religioso convertido en lucha popular anti republicana en La guerra del fin del mundo; todas novelas monumentales, hitos ineludibles en la historia de la literatura latinoamericana.
Una carrera literaria tan extensa como la suya es difícil que se mantenga siempre al mismo nivel, no todas sus novelas alcanzan las cumbres a las que llegaron sus mejores trabajos.
Una carrera literaria tan extensa como la suya es difícil que se mantenga siempre al mismo nivel, no todas sus novelas alcanzan las cumbres a las que llegaron sus mejores trabajos. Vargas Llosa se despide de la ficción con Le dedico mi silencio, una obra final y menor que, sin embargo, significativamente es también una novela sobre Perú, su fuente inagotable de historias, el país que aprendió a ver de lejos y que acompañó como telón de fondo buena parte de sus libros. A su vez, el diecisiete de diciembre de 2023 se despidió como columnista con una defensa de la independencia de criterio de los articulistas de opinión.
Vargas Llosa se despide de la ficción con Le dedico mi silencio, una obra final y menor que, sin embargo, significativamente es también una novela sobre Perú, su fuente inagotable de historias, el país que aprendió a ver de lejos y que acompañó como telón de fondo buena parte de sus libros.
Esas son las huellas que deja uno de los grandes maestros de la literatura latinoamericana, un hombre que entregó su vida a la literatura, un escritor de tiempo completo que se despide y que, al hacerlo, deja en el aire el recuerdo de sus mejores novelas y la agudeza de algunas de sus ideas más brillantes.